Peridis en el torreón
CASTILLO DE CASTELLAR, vistas al litoral gaditano desde el siglo XIII
Pocas cosas harían hoy más feliz a un arquitecto que "meterle mano" a una fortaleza árabe del siglo XIII. Erigida sobre el promontorio rocoso que dio origen a Castellar de la Frontera (Cádiz), esta portentosa edificación durmió siglos esperando ser ungida algún día para el turismo de interior por la mano experta y sensible de José María Pérez, Peridis. Desde la carretera se atisba el empaque del monumento, sus formidables torres almenadas, la caprichosa distribución del recinto amurallado, tejido de callejas sinuosas, casitas blancas, arriates y maceteros coloridos y una plaza de armas. El castillo domina el parque natural de los Alcornocales, con vistas al estrecho de Gibraltar y la bahía de Algeciras.
CASTILLO DE CASTELLAR
PUNTUACIÓN: 6
Categoría: hotel 3 estrellas. Dirección: Castillo de Castellar. Castellar de la Frontera (Cádiz). Teléfono: 956 30 56 11. Internet: www.tugasa.com. Instalaciones: salón de lectura, sala de reuniones para 85 personas, bar, restaurante. Habitaciones: 6 dobles, 1 triple, 1 cuádruple, 1 suite. Servicios: no hay habitaciones adaptadas para discapacitados, canguro, masajes, animales domésticos prohibidos. Precios: desde 108 euros la habitación doble, desayuno e IVA incluidos.
Desde la perspectiva arquitectónica, el toque dado por Peridis ha limpiado una de las torres de imposturas y la ha acondicionado para el servicio hotelero, con nueve habitaciones troncales y unas pequeñas áreas de uso común. Ninguna tan atractiva como la terraza asolanada, pese a su desabrida pavimentación y a la poca utilidad que le saca la actual empresa que lo explota, Tugasa. Puede que el carácter ventoso de esta cumbre apenas protegida por las almenas originales les haya hecho desistir de amueblarla para el disfrute de las noches de verano en lo alto.
La verdad histórica nos confiesa de puertas adentro que nada de lo que parece es. Que el tiempo no pasa en balde. Y que el arquitecto Peridis no ha querido mentirnos con un falso recreacionismo de lo que pudo ser el alcázar nazarí, y después el palacio del marqués de Moscoso, pero ya no lo es.
En la recepción oficia Rocío Caballero. En los fogones, Stephen Jameson. En sala, Jesús Ramón Carrillo. Y al frente de todo, David Vaca. Este es todo el contacto que logra el huésped con el establecimiento más allá de sus piedras (que sí, que hablan...). La acogida es educada, sin lujos accesorios. El ambiente, reposado. Se nota la influencia de los paradores viejunos que todavía asombran con sus doseles, sus cabeceros y apliques de forja, las tapicerías de estampados nobiliarios.
Lo mágico aquí son los diversos rincones que esperan al viajero para hablarle de historia, los ángulos y recovecos de las murallas en la terraza proyectada desde el bar, los encuentros del mampuesto y el sillar, la naturaleza de los alféizares y los arcos ladrillares. Ese orbe espacial donde se ensamblan la memoria histórica y la razón utilitaria de hoy, exigida de almohadas cómodas, colchones transpirables, agua caliente en la ducha y aire acondicionado para el verano.
El negocio hotelero se completa con la gestión de otras nueve casitas bien equipadas dentro de la fortaleza, mejor entonadas que las habitaciones del castillo. Eso sí, no cuenta con los servicios inmediatos del hotel ni con sus fabulosas vistas a la costa gaditana.
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