10 fotos
Christelle e Iván: atrapados en Marruecos Cientos de familias monoparentales sobreviven al otro lado del Estrecho a la espera de atravesar el mar Mediterráneo. ¿Cómo sobrevivir y no morir en el intento cuando eres mujer, madre soltera, subsahariana, pobre e indocumentada? Christelle y su hijo Iván sobreviven, como otras decenas de familias monomarentales al otro lado del Estrecho, a la espera de atravesar el mar Mediterráneo en una barca de plástico en busca de tierras más seguras. Christelle salió hace cuatro años de Costa de Marfil para salvar su vida. Ahora se encuentra en Tánger (Marruecos) junto a su hijo Iván. Pero, ¿cómo sobrevivir y no morir en el intento cuando eres mujer, madre soltera, subsahariana, pobre e indocumentada? Las cicatrices en el pecho de Christelle le recuerdan el motivo por el que está aquí. Al morir su padre, ella quedó como única heredera. Su familia paterna no estaba de acuerdo e intentaron quemarla viva. Ese fue el momento en el que decidió huir para salvar su vida. Christelle tuvo a Iván en Marruecos, fruto de una pareja rota. El padre se marchó al poco de nacer él. Procura que Iván no esté mucho rato en el suelo ya que, si comienza a andar, tendrá que pagar su puesto en una patera al precio de un adulto. Cuando Christelle no puede salir a pedir en la calle por miedo a ser deportada, lo que hace para subsistir es preparar comida en casa y venderla a los vecinos costamarfileños. Cobra a siete céntimos de euro el plato. A parte de cuidar de Iván, Christelle ahora también se ocupa de su amiga Annita, congoleña, y del hijo recién nacido de esta, David. Annita se encuentra en una situación similar a la de Christelle, pero además tuvo un parto muy complicado, por lo que no puede salir a buscarse la vida. Christelle le lleva todas las ayudas que consigue en las ONG locales. Algunos días, al llegar a casa, Christelle vuelve con menos de dos euros. Con lo poco que gana tiene que pagar el alquiler, comida y medicinas. Si sobra, ahorra para costear su plaza y la de su hijo en un bote de plástico que les lleve al otro lado del Mediterráneo, ya que las lanchas a motor son mucho más caras. Cuando la mendicidad no da ni para una barra de pan, Christelle, como muchas otras personas, sale a barrer las calles de su vecindario a cambio de la voluntad de sus vecinos, que a veces es nada. Ya han intentado cruzar el mar, pero fueron interceptados por la policía antes de tocar el agua. Pagar ese viaje le costó los ahorros de un año y medio. Ahora tienen que volver a empezar. Madre e hijo sufren de una enfermedad respiratoria causada por el moho que hay en la casa donde viven, sospecha Christelle. La única ventana da a un taller mecánico y no pueden dejar abierta la puerta por miedo a que entre la policía. Christelle carga con Iván a todas partes y todo el tiempo. Cada salida al exterior puede costarles una detención y una posterior deportación al sur del país. Christelle mantiene la moral alta, soñando con atravesar el mar y luchando para poder hacerlo algún día.