Fuga en palacio
Las monarquías, como las corridas de toros, expirarán de muerte natural y endógena
Odio ser agorera, pero desde aquí auguro que, como las corridas de toros, las monarquías expirarán de muerte natural y endógena aunque no lo vean estos ojitos que se está comiendo Android. En realidad, llevan enfermas hace tiempo. El siglo pasado, los príncipes herederos, enviados por sus padres a estudiar extramuros de palacio, empezaron a elegir a sus cónyuges con el corazón y no con la corona, para delicia del pueblo y escándalo de los puristas, que veían en la mezcla de sangre azul y plebeya el principio del fin del invento. No les faltaba razón a unos ni a otros. La supervivencia de la realeza, y de las propias familias reales, pasaba por su apertura a la sociedad. Pero el acceso de personas libres a las sagas suponía un riesgo de contagio. Los reyes echaron a sus hijos al mundo y ellos les trajeron el mundo a casa. El virus estaba inoculado. El tiempo está haciendo el resto.
Las comparaciones son odiosas, incluso para quienes supuestamente las ganan. Ser príncipe o princesa, nativo o consorte, puede parecer un destino envidiable. Conlleva prebendas y privilegios. Pero una cosa es el derecho y otra el deber de parecer ejemplar las 24 horas bajo escrutinio público y comparándose con el resto del universo libre de su cárcel de oro. Las herederas a la mayoría de los tronos europeos son chicas que están creciendo viendo el mundo en directo en sus móviles. Imaginemos una futura reina lesbiana. O una que desee ser madre soltera. O una que se muera por ser, no sé, trapera, caiga quien caiga. La bomba está activada, aunque, por ahora, solo produzca daños colaterales. En el fondo es todo eso lo que subyace en la fuga de Enrique de Inglaterra de su destino de heredero del heredero del heredero al trono de Inglaterra. Dejen en paz a Meghan Markle. Lo de buscar a la mujer ya lo decía Dumas. Y lo de que las niñas ya no quieren ser princesas, Sabina. Está todo escrito. Y cantado.
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