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Katixa Agirre: “No me identifico con la maternidad cínica que habla perrerías de sus hijos”

'Las madres no' es una novela que bebe del thriller, del ensayo y de la crónica para mostrar las luces, las sombras y los abismos de ser madre

GETTY / Nik Taylor

La experiencia de la maternidad nos obliga a metamorfosearnos. No es sólo un cambio físico –probablemente no haya vivencia tan corporal como la maternidad–, también es un cambio identitario. Fue esto, el impacto sobre la identidad propia, lo que llevó a Katixa Agirre (Vitoria-Gasteiz, 1981) a escribir Las madres no (Tránsito), una novela que bebe del thriller, del ensayo y de la crónica para mostrar las luces y las sombras –y abismos– de la maternidad. También hay mucho de autobiográfico aquí, aunque reconozca su autora que no sabe cuánto porque “llega un momento en que es muy difícil diferenciar entre biografía y ficción”. Todo, eso sí, bien armado, porque de sus páginas percibimos que quien escribe ha leído a Adrienne Rich, a Sylvia Plath o a Doris Lessing, y que se ha informado de cuestiones judiciales o de las patologías que sufren las mujeres en periodo perinatal (depresión, los trastornos de ansiedad, la psicosis posparto o el trastorno por estrés postraumático). Pero no se nota. Todo forma parte de una especie de diario de abordo con el que descubrimos los entresijos de la creación de un libro: el de una escritora reconocida (la narradora de la historia) que trata de entender cómo una madre puede llegar a matar a sus hijos, al tiempo que ella misma explora ese universo desconocido que es su reciente maternidad. Quizás por esto Las madres no muestra tan bien cuestiones como el “sufrimiento de la ambivalencia”, las contradicciones o la delgada línea que separa el territorio embarrado del “territorio limpio del amor y las palabras amables”. Porque la narradora busca respuestas sin perder de vista lo experiencial.

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PREGUNTA: Una madre ahoga en la bañera a sus dos hijos. Otra madre busca entender por qué lo ha hecho, mientras lidia con el cambio a todos lo niveles que ha supuesto para ella la vivencia de su propia –y reciente– maternidad. ¿Qué te lleva a recorrer ambos caminos en el libro?

RESPUESTA: Mi primer impulso era escribir sobre la maternidad, y más concretamente sobre el impacto sobre la identidad que yo personalmente sufrí al convertirme en madre. Después me asaltó la idea de una madre que asesina a sus hijos, es decir, la idea de la anti-madre, y como ese grandísimo tabú podía poner al descubierto todas las contradicciones de la experiencia maternal.

P: Tengo la sensación de que ambos son caminos que se alejan y se tocan. No sé si la narradora, esa madre reciente que busca una explicación, busca en ella misma una “tara” y a la vez un “yo no”.

R: Sí, sí, la madre asesina es para la madre narradora una especie de espejo oscuro en el que se mira, siempre queda colgando ese ¿podría haber sido yo? ¿Si me acercara al abismo acabaría cayendo yo también? Al fin y al cabo, la asesina es una vieja conocida de la narradora, alguien de su generación, con referentes parecidos, no es un monstruo deshumanizado.

P: En Las madres no la culpabilidad, la autoexigencia y el fantasma del “ideal” materno están muy presentes. ¿Cuánto hay de mochilas personales y cuánto del peso de un entorno hostil a la maternidad –y a los cuidados– en cómo vivimos la maternidad en la actualidad?

R: Todo está mezclado. ¿Cuánto hay de social y cuánto de particular en nuestras vivencias? Un sociólogo te diría que todo es social, y es cierto que el entorno lo cambia todo. ¿Crías sola o en equipo? ¿Tienes que preocuparte por llegar a fin de mes o no? Dependiendo de esas preguntas la experiencia maternal puede ser completamente diferente. Por eso la narradora está obsesionada con su cuenta corriente y la repasa cada poco. Pero también creo que hay un componente íntimo y particular que puede ponerte las cosas muy difíciles aunque el entorno sea favorable, y al revés.

P: Mencionabas al principio el impacto de la maternidad en la propia identidad. “La identidad de madre había terminado por devorar todas las demás y había mandado a todos mis yos pasados al exilio más remoto”, dice la narradora –que por cierto no tiene nombre– en el libro. ¿Es la maternidad esa “maravillosa y a la vez terrible metamorfosis” de la que hablaba Carme Riera?

R. Pues sí, a mí es algo que me costó asumir, ese convertirte en “la madre de” en el patio del colegio, o que los captadores de ONGs me gritaran “amatxu!” (¡mamá!) para intentar pararme por la calle sólo porque me veían tirando de carrito. Perdona, yo no soy tu madre, de hecho no te conozco de nada. Me parecía que ya nadie me veía por lo que era. Con el tiempo he conseguido integrar todas mis facetas, hacerme a esa nueva piel, y ya no me enfado tanto con los de las ONGs.

P: ¿Cuánto hay de ficción y cuánto de autobiográfico en la historia y en las reflexiones de la narradora de Las madres no?

R: Para mí llega un momento en que es muy difícil diferenciar entre biografía y ficción, o mejor dicho, una vez que pones un poco de ficción ya todo es ficción, y empiezo a ver las cosas, incluso eso que he vivido en primera persona, en términos de ficción. Hasta el punto de que alguien cercano me dice “¡Anda! Si estoy es lo que te pasó a ti cuando no-sé-qué” y yo ya ni me acordaba de que me había pasado en realidad. Digamos que en la base de esta historia está una experiencia personal, pero que una vez que entra una gota de ficción en ella, todo cambia y mi yo se disuelve.

P: La novela refleja muy bien la ambivalencia de la maternidad. "Mis hijos me causan el sufrimiento más exquisito que haya experimentado alguna vez", dice Adrienne Rich en “Cólera y ternura”, uno de los capítulos que conforman Nacemos de mujer, en el que habla del sufrimiento de la ambivalencia. ¿Por qué crees que era importante que estuviera presente esa ambivalencia?

R: Porque una vez que encuentras esa palabra, ambivalencia, todo cambia. Vivimos en el pensamiento simple, en el blanco y negro, en la opinión rotunda y sin matices, y entonces sufres porque lo que tú sientes es gris. Yo no me identifico con el mito de la mater amantísima ni con esa nueva maternidad cínica que disfruta hablando perrerías de los hijos y lo esclavo que es todo. Sí, quiero con locura a mis hijos, pero ahora mismo lo único que necesito es alejarme de ellos un rato. Sí, qué ganas tenía de salir a tomar algo con esta amiga, y sin embargo no dejo de pensar si los niños estarán bien.

P: ¿Por qué crees que existe ese sufrimiento de la ambivalencia?

R: Preferimos las certezas absolutas, los sentimientos infalibles. Cuando nos damos cuenta de que todo es más inestable de lo que parece, da miedo.

P: Mencionas una cita de Susan Suleiman: “Las madres no escriben, están escritas”. Ser madre y escribir. ¿Malabarismo extremo?

R: Escribir es un ejercicio muy absorbente, te olvidas del mundo, te encierras, física y mentalmente, y pasas de todo lo demás. Criar es igual de absorbente, pero en lugar de encerrarte en ti misma tienes que darte al otro completamente, pasar día y noche pendiente de si el niño tose o está estreñido. Sí, difícil de compatibilizar sin duda, a menudo imposible.

P: Se suele decir que la maternidad obliga en cierto modo a aprovechar mucho más el tiempo. Supongo que en lo creativo, en el “criar y crear” también es así. No sé si este planteamiento se lo hace también un hombre o, mejor dicho, si se le hace también a un hombre.

R: Quiero creer que los hombres se lo van a tener que ir planteando más y más, que ese derecho que él tiene a desarrollarse profesionalmente o en la arena pública, lo tiene porque alguien le está cuidando a los niños mientras tanto, o sea, que en algún momento va a tener que compartir el privilegio, compartiendo crianza. Sí, conozco hombres que se lo plantean, aunque muchos otros se están haciendo un poco los locos, a ver si cuela.

P: "y aún os preguntáis por qué la mujer escribe su cuerpo", escribía María Ramos en Siamesa. En el libro hay mucho del cuerpo (el embarazo, la lactancia materna, el parto) pero sin separarlo de la mente, o de la parte más emocional…

R: Es una de las cosas de las que me di cuenta en el embarazo, de cómo, a no ser que tengas algún problema de salud, vivimos por lo general ajenos al cuerpo, como si no fuera con nosotros. El embarazo te hace girar la mirada y mirarte hacia dentro, literalmente. Es curioso, porque mucha gente me ha dicho que lo más fuerte del libro es la descripción de la cesárea, que hasta han tenido que dejar de leer, y en un libro en que se ahogan niños, pues… me llama la atención. Pero tiene que ver con esa “fisicalidad” casi gore a la que nos aboca el parto. De repente sólo somos cuerpo.

P: La depresión, los trastornos de ansiedad, la psicosis posparto o el trastorno por estrés postraumático son algunas de las patologías que sufren las mujeres en periodo perinatal. Todas están presentes en el libro. ¿Dirías que hay un desconocimiento social y profesional sobre la enfermedad mental materna?

R: Sí, tuve la suerte de hablar con expertos en el tema y eso me comentaron. Si ya la atención a la salud mental deja bastante que desear, lo de la salud mental en el puerperio clama al cielo. Al estigma de la enfermedad mental que aún impera se impone el mito de la madre que llega a la plenitud cuando ha parido, y si ha cumplido su máximo aspiración, ¿cómo va a deprimirse?

P: Pregunto lo anterior porque no sé si esa parte documental te ha resultado compleja a la hora de encontrar información fiable o libre de prejuicios, y cómo se arma todo esto en una historia así. En una novela.

R: He intentado buscar las fuentes más fiables y acudir a las personas con más prestigio. Ibone Olza, psiquiatra perinatal y una de las mayores expertas en el tema, me atendió muy amablemente. Más que la documentación, me preocupaba integrarlo luego bien en el texto, que no fuera una morcilla que meto aquí porque he reunido material y quiero aprovecharlo. Mucha información quedó fuera, claro.

P: ¿Como dirías que es contemplada la maternidad y la infancia en la actualidad? ¿Se hace evidente la necesidad colectiva de cambio en nuestra sociedad?

R: Pues sí, todo tiene que cambiar y de hecho está cambiando. Ahora ya sabemos que hay muchas maneras de vivir la maternidad. Más oscuridad veo en torno a la figura del niño, que se está convirtiendo en casi una rareza por nuestra bajísima tasa de natalidad. Por un lado veo una proyección bestial de padres hacia sus hijos, hay quienes entienden la crianza como una inversión, los apuntan a chino y no les dejan comer galletas, parece que así tendrán un resultado óptimo y la inversión tendrá beneficios. También hay adultos que no saben ni tratarlos, y el niño se convierte en “el otro”, el que no es persona, no cuenta, y mejor que sea invisible hasta que se haga mayor. Hay hoteles donde no dejan alojarse a personas de menos de cierta edad. Tal discriminación, si fuera por género o por color de piel, nos resultaría intolerable, pero como sólo son críos...

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