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“En la maternidad falta un feminismo aglutinador y combativo con el poderoso”

Maika Ávila, periodista, reflexiona sobre su propia experiencia en ‘Conciliaqué’. Lo hace acompañada de datos, de ejemplos y de entrevistas a profesionales

GETTY

El pasado mes de junio, Unicef publicaba un informe en el que se comparan las políticas de conciliación de 41 países de la OCDE y la Unión Europea. El análisis parte de cuatro indicadores que se consideran imprescindibles para un desarrollo infantil saludable: la duración de los permisos pagados de maternidad y paternidad, el porcentaje de niños que asiste a la escuela infantil y la edad de escolarización obligatoria. Suecia, Noruega e Islandia encabezan un listado que otorga a España el puesto 14; un puesto que evidencia lo mucho que queda por hacer en materia de conciliación y políticas sociales, familiares y laborales en nuestro país.

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Maika Ávila, periodista en la Cadena Ser, reflexiona sobre su propia experiencia en Conciliaqué (Litera libros). Lo hace acompañada de datos, de ejemplos y de entrevistas a profesionales de diversos ámbitos y disciplinas. Marta Sanz, Leila Guerrero, Ibone Olza, Carolina Del Olmo o Álvaro Bilbao dialogan con la autora en las páginas de un libro que refleja una realidad incómoda: la que muestra lo complicado que es poder tener –y criar– hijos en un país sin políticas que apoyen los cuidados y la crianza. Un país que es líder en pobreza laboral y que ha convertido la vivienda en un lujo inalcanzable. “Si no tienes un lugar para vivir, cómo te vas a plantear tener un hijo” se plantea la periodista. Porque ‘Conciliaqué’ muestra en esencia lo contradictorio de un mensaje generalizado de alarma ante una “catástrofe demográfica” enmarcado en un entorno hostil a los cuidados; y que –además–acaba culpabilizando a quienes no pueden tener hijos pero también a quienes deciden no tenerlos de forma voluntaria. Sin ánimo de plantear el debate en términos de culpa, la cuestión es qué podemos hacer desde la mejora individual en un universo tan complejo que inicie un cambio social real.

PREGUNTA: A la generación de los setenta y ochenta nos dijeron que si estudiábamos tendríamos un buen trabajo, que podríamos con todo. Que haríamos lo que quisiéramos. ¿Nos han engañado o nos han devorado las expectativas?

RESPUESTA: Las dos cosas, pero con matices, claro. Las expectativas primero fueron las que proyectaron nuestras madres sobre nosotras. “Estudia y sé independiente económicamente”, me repetía la mía como un mantra. Ella no pudo estudiar por ser mujer. Nos convertimos en eso que llamaron la generación más preparada de la historia. En el mejor de los casos, conseguimos un trabajo. Pero no había para todos. El mercado laboral no estaba preparado para asumir tanto licenciado. Y muchos tienen trabajos que no tienen nada que ver con lo que estudiaron. ¡Lo de reinventarnos ya lo inventó nuestra generación!

Nos invitaron a soñar y luego nos dejaron solos con nuestros sueños. Y al despertar, nada era como pensamos. A todo esto, llegó la hora de decidir si queríamos ser madres o padres. A mí me entró la prisa con 30 años, pero la cuestión fue cómo hacerlo si apenas llegamos a final de mes. Si los alquileres suben y comprar es imposible. Si España es el país de la Unión Europea que menos dinero dedica a las familias. Si los permisos de maternidad no llegan ni a los seis meses. Ahí ya sí llega la sensación de engaño y de fracaso. De no poder elegir. Pero es el momento del cambio.

P: Hablamos de conciliación continuamente pero no sé si se pueden hacer dos tareas tan enormes como es el trabajo remunerado y los cuidados a la vez, con todo lo que esto implica. ¿Qué es conciliar?

R: Lo contrario de conciliar es reñir. Lo contó Carles Francino en la presentación del libro. Eso ya nos da una pista.

Conciliar es buscar el equilibrio personal más satisfactorio posible entre los distintos ámbitos de nuestra vida. Es el que nos valga a nosotros. No al vecino del quinto. Y eso, evidentemente, no se hace en un día, es un camino que hay que recorrer e ir adaptando según nuestras propias circunstancias. Por eso es tan difícil. Un día las contamos y mi hija ha tenido 10 cuidadoras diferentes.

P: ¿Por dónde debe empezar el cambio hacia algo más real en ese sentido?

R: Hay dos vías claras. La obvia y necesaria como sociedad: exigir a los poderes públicos más ayudas a las familias, más plazas de guardería públicas, más permisos para poder cuidar, y todas las medidas capaces de facilitar la conciliación. La clave está en que luego cada familia, cada persona se acoja a lo que necesite, que cuente con recursos públicos para organizarse.

Y luego está la parte más difícil. La de no juzgar al que tenemos al lado por la opción que elija a la hora de conciliar. Hay muchas formas de hacerlo y la buena es la que le valga a familia en su conjunto y a nivel individual. No juzgar incluye también aceptar que los que no tienen hijos tienen el mismo derecho a conciliar que los que sí. Eso crea malestar por ejemplo en los trabajos a la hora de decidir las vacaciones o los horarios. La división no favorece a nadie. Bueno, quizá a los empresarios y jefes tóxicos que quieren a empleados infelices.

P: Decía Jane Lazarre en El nudo materno’ (Las fueras) poco después de nacer su primer hijo: “Seguía considerándome feminista, pero la maternidad me ocupaba la vida entera”. Cuenta entonces su lucha interior para encontrar el equilibrio entre su yo madre y su yo activista – profesional – escritora. ¿Nos faltan respuestas del feminismo en ese sentido?

R: Las hay, pero están enfrentadas. El feminismo está profundamente dividido en este sentido. No creo en el feminismo de trincheras. El que defiende una razón única y excluye al otro. Así es fácil caer en el sectarismo.

Lo primero es admitir que el asunto es complejo y ser generoso con el que tenemos enfrente y piensa distinto. La maternidad es una revolución personal que no te esperas, capaz de poner patas arriba hasta tus principios más básicos. Yo creía que mi vida no iba a cambiar casi: seguiría viajando de la misma manera, con los mismos horarios, con el mismo ritmo de lectura. ¡Hasta pensaba que los bebés dormían 16 horas como decían los libros! Sentí un cansancio y soledad inéditos.

Me parece que nos falta un feminismo aglutinador, combativo con el poderoso y respetuoso con el igual. Eso supone entender que quizá lo que a ti te valga como madre, a mí no; y al revés. Y que nadie es mejor o peor por ello.

P: Te preguntaba lo anterior porque su reflexión tiene un contexto y una época (Estados Unidos, años 70) pero sigue siendo actual para muchas mujeres como vemos en ‘La mejor madre del mundo’ de Labari. ¿Influye lo que se nos exige, y nos exigimos, y con el hecho de no poder dejar de ser “productivas”?

R: Claro. Influye una presión social terrible desde todos los ámbitos (familia, publicidad, empresa) y la que nos creamos nosotras mismas. El desajuste se produce cuando ya no queremos ser superwoman capaces de llevar todo adelante: talla 38, pecho a demanda, buena amante, una rica vida social, hijos perfectos que llenen nuestra cuenta de Instagram y nuestro ego. Uf, qué pereza.

Comenzamos a escucharnos para saber qué queremos. En ese proceso puede pasar cualquier cosa y que lo que hagamos no guste a nuestro entorno. La verdadera revolución comienza por uno mismo.

P: Cuando hablamos de ser madre y conciliar, tengo la sensación de que muchas veces se centra el discurso en la idea de mujeres con puestos de responsabilidad o con una situación económica buena. Pienso en las familias monomarentales con dificultades y en aquellas mujeres con trabajos precarios. “Cualquiera no puede optar a descendencia. Hay que poder permitírselo”, señalas en el libro. También dices “Cuidar es ahora un lujo”. ¿Es imposible conciliar hoy sin dinero?

R: O tienes dinero o tienes una red familiar. Abuelos abnegados o sacrificados, en la mayoría de los casos cuando hablamos de hijos. Pero, ¿cómo cuidamos de los padres cuando se hacen mayores? ¿Qué hacemos con las personas dependientes? Cualquiera podemos serlo además en algún momento. Mi madre cuidó de mis abuelos con dedicación y amor. A nosotras nos separan 500 kilómetros. Dudo si yo podré hacer lo mismo que hizo ella. Ahí debemos fijar el foco y abordar, de una vez por todas, la crisis de los cuidados desde que las casas se quedaron vacías de mujeres que salieron a trabajar.

P: También ocurre que hay madres que quieren criar. Recuerdo una anécdota del libro en la que cuentas como una vecina te dijo que si ibas a criar tú a tu bebé, dando por hecho que podrías delegar sus cuidados. ¿Qué pasa con las madres que desean criar a sus hijos sin privatizar esos cuidados o delegarlos al estado?

R: Que no siempre podrán hacerlo si no hay un apoyo del Estado. Aunque decidas quedarte en casa para cuidar a tu bebé, necesitas dinero. ¿Cómo conseguirlo? Si lo tienes, perfecto. Pero si no, tienes un problema.

P: “Las historias de mujeres relegadas y penalizadas por ser madres son habituales”, dices. Cuentas el caso de Susana –madre de un hijo con una cardiopatía y autismo– que acabó siendo invitada a abandonar la empresa en un ERE tras agotarla mentalmente. ¿Qué ocurre en las empresas españolas para que la historia de Susana sea tan habitual?

R: Las madres son vistas como material de desecho en las empresas. Da igual si los jefes son hombres o mujeres. Me temo que en esto no siempre funciona la empatía. ¿Por qué ocurre? Porque se presupone que las prioridades vitales de esa trabajadora cambian. Se dan por hecho lugares comunes sin preguntar a la interesada. Ideas ancladas en el pasado que poco tienen que ver con la realidad. Tanto es así que cuando un padre pide reducción de jornada para poder llegar a recoger a sus hijos, lo miran sorprendidos. También es verdad que no lo suelen pedir porque, entre otras cosas, suelen cobrar más que las mujeres y no sale a cuenta familiarmente.

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