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Columna
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Las ganas

No hay nada más espiritual que hacer algo porque sí, sin necesidad

Fernando Savater
Corredores participando en un encierro de sanfermines.
Corredores participando en un encierro de sanfermines. Álvaro Barrientos (AP)

Han vuelto los encierros de sanfermines, un ritual inexplicable, de bárbara sutileza (si aceptan el oxímoron), que cada año me gusta y me emociona más. No sabría decir por qué, igual que me ocurre con otros aspectos de los juegos taurinos: hay razones que la razón no entiende... y los filisteos, menos. Busco ayuda en un analista habitualmente sagaz, Manuel Arias Maldonado, que hace un mes escribió en El Mundo sobre las corridas de San Isidro. Dice estar seguro de que los historiadores del futuro “verán con horror la manera en que hoy tratamos a los animales”. Aconseja a los defensores de la tauromaquia prescindir de justificaciones artísticas o tradicionales y limitarse a un solo argumento: “Se hace porque nos da la gana”. Eso sí, apunta que tal motivo “tiene poca nobleza de espíritu”. Dejaré de lado a los historiadores venideros, de cuyas reprobaciones o nostalgias sólo sé que me inquietan poco. Acepto en cambio el único argumento que brinda a favor de la fiesta de toros porque me parece espiritualmente impecable.

Salvo comer, beber, resguardarnos de las inclemencias meteorológicas y procrear, todo lo demás que hacemos los humanos es porque nos da la gana. Ahí incluyo el fútbol y La Gioconda, los sonetos y el parchís, las peregrinaciones a Lourdes y a La Meca junto al alpinismo y los viajes a la Luna, las sinfonías, las series televisivas, las bromas y los duelos al amanecer. También las corridas de toros, también los sanfermines... No hay nada más espiritual que hacer algo porque nos da la gana, sin necesidad: los animales no tienen esos caprichos, o no tan frecuentemente como nosotros. Sólo porque hacemos lo que nos da la gana apreciamos la estética y necesitamos ética. ¡Viva San Fermín!

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