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Pasar de la radio a la tele es como pasar de la idea a la realidad, del mundo infantil al adulto, del orden lógico al ontológico
En la radio se habla con frecuencia de la televisión, pero en la televisión jamás se habla de la radio. Consideramos que la televisión es la realidad y la realidad se limita a suceder. Los crímenes suceden; los asaltos suceden; los exámenes de selectividad suceden; los accidentes de circulación suceden; las broncas parlamentarias suceden, y nosotros, desde la radio o los periódicos, efectuamos la crítica de lo que sucede. La radio valora lo que hace la tele, pero a la tele le importa un rábano lo que hace la radio. La tele proyecta realidad, escupe realidad, la tele lo configura todo. Por eso en la radio se habla de ella mientras que en ella jamás se habla de la radio.
La radio practica un discurso extramuros. Se asoma al mundo y cuenta lo que ocurre en él. Lo cuenta con asombro, con rabia, con pena, como dolor, con alegría, con tristeza o euforia. Pero la radio habla sabiendo que ella no forma parte del tinglado. También los periódicos tienen secciones dedicadas al análisis de los contenidos de la tele. Solo de forma excepcional se escribe en ellos de lo que sucede en la radio porque la radio es metafísica allá donde solo interesa la física. Cuando una estrella de la radio da el salto a la tele, se considera que progresa adecuadamente. Cuando sucede al revés, la estrella ha comenzado su declive. Pasar de la radio a la tele es como pasar de la idea a la realidad, del mundo infantil al adulto, del orden lógico al ontológico.
Cuando vas por la calle tras haber salido en la tele, la gente te dice: “Te vi en la tele”. No comentan lo que hiciste o dijiste porque el único sentido de salir en la tele es el de salir en la tele. Salir en la radio constituye, en cambio, un modo de entrar, aunque ignoramos dónde.
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