Noche cerrada
La de hoy era una democracia compleja. En algunos lugares la noche se cierra con el estrépito callado de una ruina
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El taxista, a las siete de la tarde, escucha la radio. Al principio parece un sondeo electoral, pero están hablando de fútbol. La Cope. Soy consciente entonces de que este es un domingo como otro cualquiera. Las terrazas están llenas, hay algo en el espíritu que ladra: no pasa nada, está todo controlado. Hoy es la gran batalla y en el aire se respiran indolencia y despreocupación. En mi móvil, algunos azuzan: la participación ha bajado, salid a votar. Uno dice: el problema es que está subiendo en los barrios ricos y bajando en los jodidos. Una alerta desoída. Hoy es la gran batalla, porque son tres sobres y miles de posibilidades. Y sin embargo, hay una calma, la del desprevenido. La calma del pueblo que ya se movió hace un mes para luchar contra algo. Hoy toca descansar, toca que esto se acabe, que nada cambie. ¿Se cansa un pueblo de votar? ¿Se cansa de decidir, de plantearse si tiene de verdad potestad para mejorar su vida? ¿Se equivoca un pueblo? ¿Sabe ejercer el baile de su propia división?
La noche llega con desconcierto. Todo el mundo se mira la mano con la que ejerció su democracia. La de hoy era una democracia compleja, un delicado encaje de bolillos. En algunos lugares, la noche se cierra con el estrépito callado de una ruina. La puerta grande del 28 de abril tuvo un simbolismo engañoso. Las múltiples puertas de la gran batalla del 26 de mayo hacen un ruido de mascarada. En la tele, la gente grita, analiza, baila: Cádiz festiva, Colau tiene casi buena cara y todos hablan de Madrid. Madrid, la noche. ¿Ha votado el pueblo por estrategia? ¿No es la estrategia una obligación de los partidos? ¿Tiene el pueblo la obligación de votar contra sí mismo, puede permitirse el lujo de ser preciso en su voto? ¿Puede el pueblo castigar y aun así querer mejorar su vida? Algo se mantiene, el rostro medio satisfecho de Sánchez. Algo se ha perdido, no solo en el centro de este país. En medio del escalofrío, yo me pregunto: ¿pierde un gobernante a su pueblo o pierde el pueblo a su gobernante? ¿Pierde el pueblo lo conseguido o recupera el pueblo lo perdido? ¿Había cambiado algo en estos años? Desde muy lejos nos llegaba el ruido de la catástrofe. ¿No quisimos oírlo? ¿Quién ha pecado, en esta gran batalla, el que desde arriba decepciona, o el que desde abajo no consigue ser fiel? Pero ya es noche cerrada, y todo ha cambiado.
Ahora miro la televisión y hay una galaxia nueva, la película que parecía ciencia ficción es una serie de moda arcaica y desmadrada. Unas banderas se mueven. Su brillo amenaza con deslumbrar. Aquí en el centro del reino empieza la vida: lo público será una letanía descarnada, un fantasma. Los embriones serán personas. La asfixia será la única forma de respiración.
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