Debates sin campaña
Los españoles estamos expuestos al contraste argumental cuando es menos efectivo: de camino al estadio con la camiseta de nuestro equipo
Imagina que el 26-M se disputa un clásico y eres seguidor del Real Madrid. Y, durante esta semana, recibes anuncios publicitarios, y hasta una llamada telefónica de Messi, dándote argumentos para que animes al Barcelona. ¿Cambiarías de equipo? Pues esa es la probabilidad que tienen las campañas de alterar el voto de los ciudadanos.
Tenemos la intuición, y el deseo íntimo, de que las campañas importan. Parece saludable que, en una democracia, los electores decidan en función de los argumentos esgrimidos por los partidos los días previos a los comicios. Asumimos que, si el PSOE ganó las generales y el PP se hundió, es porque el PSOE hizo mejor campaña que un PP lanzado al monte de la radicalización —un monte del que está volviendo en esta campaña para las europeas, locales y autonómicas—. Pero no es posible saber qué hubiera ocurrido si el PP hubiera usado una publicidad alternativa. ¿Quizás Ciudadanos le hubiera hecho el sorpasso? ¿O Vox metido una dentellada más grande? De forma similar, no podemos saber si Pedro Sánchez hubiera sacado mejor resultado con un discurso, por ejemplo, más centrado en la lucha contra la desigualdad que en agitar el miedo a un Gobierno trifachito.
Muchos estudios detectan efectos de campañas concretas. Pero, de nuevo, no podemos extraer conclusiones sólidas sin comparar lo que ocurrió en realidad con un universo paralelo en el que todo fuera idéntico, excepto los mensajes de campaña. Por eso, las investigaciones más rigurosas son las que utilizan una metodología experimental, comparando dos grupos de electores casi idénticos: al primero se le dan los mensajes de campaña y al segundo no. Y los resultados de estos experimentos muestran que la publicidad y el contacto directo no persuaden a los votantes.
Los ciudadanos atienden a argumentos, pero lejos de las elecciones. En el fragor de una campaña, con mensajes disparando en todas las direcciones y con la etiqueta partidista pegada a cada propuesta, los electores son reacios a modificar sus posiciones.
Eso hace más notoria una deficiencia de nuestra democracia. En España no tenemos debates televisivos entre los líderes de los partidos, o entre los portavoces en distintas áreas, fuera del periodo electoral. Los españoles estamos expuestos al contraste argumental cuando es menos efectivo: de camino al estadio con la camiseta de nuestro equipo. @VictorLapuente
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