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Columna
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Dos incógnitas

Con mantener una línea de moderado optimismo, de anuncio y contrastarla con el sesgo apocalíptico de sus adversarios, Sánchez tenía ganada la partida

Antonio Elorza
Pedro Sánchez celebra el resultado de las elecciones generales en la sede del PSOE en Ferraz.
Pedro Sánchez celebra el resultado de las elecciones generales en la sede del PSOE en Ferraz.Jaime Villanueva (EL PAÍS)

Lo que tenía que pasar, pasó. En principio, parecía muy complicado resolver una ecuación tan compleja, por el fin del bipartidismo, los puntos débiles de la audacia de Pedro Sánchez, revelados en Andalucía y el no independentista a los presupuestos. En realidad, lo que tuvo lugar fue un giro copernicano provocado por la disparatada lectura hecha de su victoria en Andalucía por PP y Cs, sumada a la rectificación de ERC ante el riesgo de perder al dialogante Sánchez y toparse con Casado. Las valoraciones triunfalistas de Casado y Rivera fueron de desastre en desastre, empezando por la increíble amenaza de imponer en Cataluña un 155 para el cual no iban a contar nunca con suficientes senadores, y siguiendo con proporcionar ciegamente a Vox un aval democrático como socio de gobierno cuando era para ellos, no solo una rémora, sino un competidor contaminante.

Sánchez lo tuvo fácil: con mantener una línea de moderado optimismo, de anuncio —con implementación previa de reformas de signo igualitario— y contrastarla con el sesgo apocalíptico de sus adversarios, esgrimiendo el espantajo de Vox, tenía ganada la partida.

Ahora toca superar las dificultades para la formación de gobierno, que no será tan fácil como previsto, porque Podemos no se resignará a quedar fuera de un poder que creía suyo. Allí Iglesias culminaría de momento su ascenso personal y sobre todo, según él ha apuntado ya en la campaña electoral, pondría sobre la mesa una tras otra exigencias sociales, sin estimación de costes, que bien le consagraran al frente del gobierno que aún no preside, bien descalificarían al aliado. Así probaría ante la opinión pública quién es el legítimo líder de la izquierda.

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Iglesias se piensa a sí mismo como nuevo Lenin, y eso creó insalvables dificultades, tanto para quien le admitió como asociado —ejemplo la relación con Manuela— como para quienes apostaron por la dirección colectiva en su movimiento, ignorando que estaban ante un caudillismo (Errejón, Bescansa). Con el agravante de que esa pasión ilimitada por el poder le lleva a un permanente ejercicio de insinceridad en sus planteamientos. Por no hablar de esa adopción de la odiada Constitución del 78, sirva como muestra su conmovido llamamiento al diálogo sobre Cataluña, al entendimiento, al consenso, rechazando la ruptura de España. ¿Qué hay detrás de eso? Pues su número uno en Cataluña, declarado independentista. En suma, no será fácil contar con Iglesias para elecciones racionales.

La otra incógnita es el entendimiento del nuevo gobierno con ERC. De suma dificultad, pero es el único camino para salir del laberinto catalán, así como de la vía muerta Puigdemont-Torra, y tanto Sánchez como Junqueras lo saben. Es tal vez la cuestión donde se juega la legislatura.

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