Ave, Beitia
A veces, un no es más valiente que todos los síes del rebaño
Hace tiempo, un brillante reportero fue promovido a un cargo de responsabilidad del periódico en premio al trabajo bien hecho. Todo normal, todo lógico, todo dentro de lo previsible. El puesto, sin ser ninguna bicoca, era una de esas ofertas que no puedes rechazar, entre otras cosas, porque no se va a entender un no por respuesta. Mi colega, bien por expectativas propias, bien por no defraudar las de quienes le doraron la píldora hasta la hiperglucemia, recogió el guante, no sin expresar reservas sobre su idoneidad para el reto. Al poco, superado por la presión del envite, renunció al puesto —y a sus emolumentos— causando tremenda sorpresa y desconcierto entre los de arriba y los de abajo. Lo nunca visto en la casa: un tío —en eso están peor vistos los hombres que las mujeres, a quienes se nos supone querencia al burladero— dando la espantá por no poder con el toro. Ya digo que hace tiempo, pero aún es el día en que se cita su caso como la increíble historia del llamado a ser jefe que ni pudo ni quiso serlo. Una pena. ¿O un triunfo?
La medallista olímpica Ruth Beitia, acostumbrada a conquistar cada milímetro del listón a base de sangre, sudor y lágrimas, ha renunciado a la candidatura del PP al gobierno de Cantabria a las dos semanas de aceptarla alborozada, y de haber metido varias veces la pata. Alega motivos familiares. No seré yo quien lo dude. Ahora, si fuera por vértigo, o por fuego amigo, tampoco sería quien la juzgue. La política es un nido de víboras que van a degüello. Igual que unos no pueden vivir sin ese veneno y aún muertos se enroscan al cargo, otros no se ven capaces de metabolizarlo. No es este un elogio de la huida. La historia no está hecha por fugitivos. Pero uno sabe para lo que vale y lo que no, o no quiere valer en un determinado momento. Y, a veces, un no es más valiente que todos los síes del rebaño. Por cierto, a mi colega le va de miedo, gracias.
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