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Blogs / Cultura
Del tirador a la ciudad
Coordinado por Anatxu Zabalbeascoa

Llega el rascacielos desgastado

Jean Nouvel inaugura en Marsella una torre de viviendas que combina los tres colores de la bandera francesa desdibujados en la fachada

Rascacielos de Jean Nouvel, en Marsella.
Rascacielos de Jean Nouvel, en Marsella.Michele Clavel

Jean Nouvel (Fumel, Francia, 1945) es un artista metido a arquitecto. Es tan artista que por no soportar la sensación de parecer “un pintor dominguero” mantuvo su pasión en secreto hasta que, cerca de cumplir setenta años, comenzó a exponer sus esculturas en galerías de arte como Gagosian o Patick Seguin. Con todo, su estudio catalogó de “diseños” esa serie de Morioirs y trípticos coloreados que se vendieron en galerías de arte, pero es evidente que esas obras se movían en la fina línea que a veces separa la escultura del diseño. O de la arquitectura.

Tal vez por eso, no es la primera vez que Nouvel utiliza la fachada de uno de sus edificios como si esta fuera lienzo. A veces lo ha logrado consiguiendo efectos de Op Art, como en la de la Torre Agbar de Barcelona. Otras, con mano de orfebre, como en la celosía que viste su torre de oficinas en Doha, y otras más con un riesgo más discutible —como ocurre en el Hotel Fira Renaissance de Barcelona donde las fachadas blancas están agujereadas por ventanas con forma de palmera y las laterales incorporan estampados de difícil clasificación—.

Michele Clavel

Nouvel suele asegurar que no le gustan los rascacielos aterrizados, que él trabaja con el contexto y que el color le sirve para dialogar con un entorno siempre cambiante. Así sucedía, efectivamente, en la Torre Agbar, que cambiaba de color alcanzando un efecto inquietante para unos y glamuroso para otros. Y así ocurre, de nuevo, en La Marseillaise, un rascacielos de 135 metros de altura que convive con el pionero que Zaha Hadid levantara para la naviera CMA CGM en el Puerto industrial de Marsella.

En plena reconversión de zona portuaria al nuevo barrio de negocios de la segunda ciudad francesa, Les Quais d’Arenc ya han vivido varias transformaciones. Pasaron de ser una zona de veraneo en el siglo XIX a convertirse en un vecindario popular para terminar formando parte del puerto, ya en el siglo XX. Allí, en un área urbana en transformación, Nouvel ha echado mano de los colores franceses que, asegura, sirven para retratar también el lugar. Así, el azul, -atención no del mar sino del cielo-, se combina con el blanco de los macizos del parque natural de Colanques y con el rojizo de los tejados de la vieja Marsella. El resultado es un inmueble que se desdibuja “como los mejores croquis”, apostilla el arquitecto. Y es cierto que es justo ese juego cromático que se construye y destruye lo que marca la identidad de una torre singular por el uso de la fibra de cemento, las sombras que genera su estructura y el uso de un material industrial —el Ductal— aplicado aquí por primera vez a una fachada. Al final, la finura del trabajo del acero –también marca de la casa del estudio de Nouvel- es lo que contrasta, y casi parece contradecir, la gran marca que deja la escala del edificio en una ciudad más extendida que crecida que todavía vive a ras de suelo.

Detalle de la fachada del rascacielos proyectado por Jean Nouvel en Marsella.
Detalle de la fachada del rascacielos proyectado por Jean Nouvel en Marsella.Michele Clavel

Por eso, la pintura como ligera mancha, o velo, se convierte en este edificio en un acabado más resistente al paso del tiempo y más capaz de diferenciarse en un entorno en el que se van sumando rascacielos urbanos. Como unos viejos vaqueros, el nuevo rascacielos de Nouvel llega sin oler a nuevo. Aparece en un enclave donde ya parece pertenecer. Y desdibuja su solidez cambiando de color como respuesta al clima, a la luz y el momento del día.

Esa idea de la fachada como lienzo es la respuesta de este arquitecto a “los muros cortina demasiado brillantes que proliferan por todas las ciudades del mundo”. Ese recurso, que, en esta ocasión, tan bien ha sabido trabajar Nouvel, contrasta con la desnudez, cruda y sin embargo sensual que el proyectista reserva para sus interiores donde el máximo confort se alía con la expresividad de los materiales sin pulir que él llama “hormigón desarmado”.

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