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Tribuna
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El peso de las palabras

La contienda política adquiere máxima gravedad en torno al término "rebelión"

Antonio Elorza
Carles Puigdemont atiende a los medios de comunicación en Berlín.
Carles Puigdemont atiende a los medios de comunicación en Berlín. Markus Schreiber (AP)

Cada vez más el lenguaje político se encuentra sometido a un marketing que lo despoja incluso de contenido ideológico, del mismo modo que las tácticas ciclistas de equipo pueden desvirtuar la esencia de un deporte, hasta el triste espectáculo de cinco corredores disputándose el Alpe d'Huez al sprint.

Es así como el debate sobre nuestros nacionalismos se ha deslizado hacia la consagración de la dualidad. En el caso vasco con la exclusión del término España y su sustitución por un "conflicto" donde el adjetivo "vasco" refrendaba la hegemonía nacionalista; en el catalán, llevando a tirios y troyanos a suscribir el sintagma "Cataluña y España", como si la separación fuese ya un hecho. Falta habilidad para eludir las trampas. La más frecuente es la personalización de los ataques independentistas en "el Rey"; lógico, pero vendría bien que las réplicas recordaran que ante todo es el jefe del Estado contra el cual aquellos luchan. La voluntad conciliadora tiene también su precio al intentar situarse en el campo del adversario: "la crisis se resuelve votando", afirma Pedro Sánchez. Normal que Tardà le exija inmediatamente autodeterminación.

"La crisis se resuelve votando", afirma Pedro Sánchez. Normal que Tardà le exija inmediatamente autodeterminación

La contienda adquiere máxima gravedad en torno al término "rebelión", aunque aquí haya aclarado el fondo del tema quien redactó el artículo 472 del Código Penal, Diego López Garrido. Satisfecho de su labor, lo explica en forma militante, incluso al relatar que su redacción en 1995 respondió a la demanda del PNV (que justo entonces emprendía la vía soberanista) y que requiriendo la violencia la tipificación resultaba acotada a insurrecciones tipo Tejero. Otras conductas, como la proclamación de independencia el 27-O, serían solo casos de desobediencia y prevaricación, sin penas de cárcel. Pasaba por alto el desencuentro entre los dos componentes de su propia definición: "alzarse públicamente en desobedecer y resistir", lo que evidentemente sucedió, y "enfrentarse violentamente al poder legítimamente constituido", con lo cual el recipiente se vaciaba solo. ¿Importancia de lo primero cargándose el orden constitucional? Al parecer, ninguna.

Para el tribunal alemán no hacía falta ese encaje de bolillos. Con proclamar en sus autos incluso la "identidad" entre un motín en Francfurt y los sucesos catalanes, e insistir luego sobre la voluntad de  "acción pacífica" de Puigdemont, tiene bastante para absolverle en lo esencial. La estimación de los hechos deviene simple caricatura. Contra eso no podían luchar los aciertos o los errores del juez Llarena. Y se abre el espacio para el tuit de descalificación, lanzado sin argumentos ni análisis. Es el viral "Llarena déjalo", muestra de la conversión del discurso en clarinazo demagógico. Éxito garantizado.

 Antonio Elorza es catedrático de Ciencia Política.

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