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TRIBUNA
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Liderazgo diletante

Al poder se debería llegar cuando se pueda ofrecer el máximo a la sociedad en la cumbre del conocimiento profesional

El edificio de la École Nationale d'Administration, en Estrasburgo (Francia).
El edificio de la École Nationale d'Administration, en Estrasburgo (Francia).Gorka Lejarcegi

El diletantismo parece ganar terreno al conocimiento especializado. Abundan los que opinan sobre todos los temas con la pasión y vehemencia dignas de la ausencia total de ignorancia, argumentando que con un poco de intuición y buena voluntad se puede llegar a las cotas más altas del saber. Mientras que los que han profundizado en el conocimiento de un tema concreto se muestran cautos, precisamente porque saben que desconocen. Las redes sociales funcionan como ágora pública, donde cualquiera puede opinar sin moverse del sofá, y sin necesidad de poseer un mínimo de información sobre el tema en cuestión.

En Historia de los Griegos, Indro Montanelli sostiene que: “Los griegos clásicos eran un pueblo de diletantes en el significado más noble de la palabra, es decir, en el sentido de que nadie podía limitarse a la actividad personal”. La polis impedía que profundizaran en un campo concreto del conocimiento, “obligando a todos a ocuparse de todo, lo que no permitía a nadie especializarse en nada”. Sin embargo, el momento de mayor esplendor ateniense en la Antigüedad Clásica fue la época de Pericles (siglo V a. C.), donde una de las transformaciones fundamentales de este periodo fue el fomento de los expertos en las distintas artes. Los mayores niveles de desarrollo y expansión económico-social ateniense llegaron bajo el mando de la élite especializada. Documenta Aristófanes: “Aquellos técnicos no querían saber ya nada de una polis de confines demasiado angostos y de limitadas posibilidades, y de hecho fueron ellos los que acuñaron el término de cosmopolis, es decir, se adelantaron a la exigencia de un mundo que ya no estaba encerrado dentro de un modesto cinturón de murallas y sincopado por las autarquías nacionales”.

Cuando se ha fomentado la especialización y la técnica, el mundo ha vivido avances exponenciales en su desarrollo social, económico, intelectual y artístico. A modo de ejemplo se pueden enumerar el Humanismo y el Renacimiento; la implantación de la educación estatal y la secularización de la enseñanza por Catalina II de Rusia o Carlos III en España. Además, los grandes inventos de la historia de la humanidad no fueron creados por diletantes, sino por técnicos que investigaron y llegaron más allá de la intuición prejuiciosa.

En nuestro sistema educativo, mayor nivel educativo implica un grado superior de especialización. En una investigación publicada en Economic Journal (Do Educated Leaders Matter?), Besley, G. Montalvo y Reynal-Querol, demuestran que el crecimiento económico de los países es más alto cuando el nivel educativo de sus líderes es mayor. Esto conecta con el ideal platónico de liderazgo, donde la inteligencia aparece como un tema central, y refuerza la idea de que una sociedad con ciudadanos mejor educados tiene mayores posibilidades de generar mejores lideres.

Hoy en día exigimos técnica en algunas áreas del conocimiento, siendo clementes y suicidas con otras. Encontramos natural que el cirujano que nos vaya a operar esté lo mejor preparado para extraer el órgano debido, y no nos ampute alguna zona sensible de acabar con nuestra vida. Sin embargo, no elegimos a nuestros gobernantes bajo esa misma premisa. Propiciamos que las instituciones enfermen debido a la falta de especialización en la materia sobre la que se gobierna. La formación debería ser exigida en todos los campos del conocimiento. Este objetivo no se consigue únicamente con el incremento del gasto público en investigación y desarrollo, sino reivindicando y promoviendo que nuestros gobernantes sean especialistas en sus respectivas áreas. Aunque se haya adquirido un currículo admirable, no se debería llegar a ser ministro de Educación estudiándose la ley de educación por las noches. Al poder se debería llegar cuando se pueda ofrecer el máximo a la sociedad en la cumbre del conocimiento profesional. Esto no significa que los políticos deban ser ignorantes en los demás aspectos de la vida; nos conformamos con que sean un poco diletantes. A modo de inspiración podemos tomar las Grandes Écoles francesas, donde se forman a los futuros líderes franceses (políticos, sociales, empresariales, etc.). Estos son técnicos especializados en su materia, pero diletantes en el sentido griego en todas las demás (el examen competitivo de acceso cubre una gran variedad de materias).

En una sociedad libre y democrática, los gobernantes son solo un reflejo de la comunidad que representan. Para caminar hacia una ciudadanía más desarrollada, es necesario exigir lo mejor de nosotros mismos, es decir, reclamar conocimiento en nuestras opiniones. Fernando Savater recalca que se debe dejar de lado la idea de que “todas las opiniones son respetables”. Lo absolutamente respetable son las personas, no sus opiniones. Mediante la controversia razonada, se debe exigir fundamento y conocimiento en nuestras opiniones personales, aunque eso hiera algunos dogmas y “convicciones” personales.

Foméntese pues la técnica, y tratemos de ser diletantes en los demás aspectos de nuestra vida bajo el honorable sentido griego de la palabra. Con ello tendremos una mayor probabilidad de generar mejores líderes, y en el camino hacia Ítaca, también mejoraremos como sociedad. Y si esta opinión no es lo suficientemente sólida, discrepen sin piedad en nombre del progreso intelectual.

José Montalbán Castilla es doctorando en Paris School of Economics.

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