Ocho cosas que crees que le gustan a tu gato, pero no
Es difícil entender a un gato, ese rey de la belleza y la inexpresividad que tiene sus propios códigos. Y a menudo son radicalmente diferentes de los de otros animales domésticos
Un momento para el anecdotario: existe en Facebook una página llamada Perritos haciendo cosas que es, probablemente, lo mejor que le ha pasado a esa red social en años. Consiste en fotos de perros de todos los tamaños y razas en situaciones bastante particulares y con unos sencillos, pero lucidísimos, pies de foto que suben el invento a los altares del humor moderno. La página tiene casi dos millones de seguidores.
Existe también otra llamada Gatitos haciendo cosas. Repetir el invento con los verdaderos héroes de Internet parecía una apuesta segura, pero se quedó a medias. Solo unas 120.000 personas siguen a los gatitos. ¿Por qué? Porque un tipo de humor que juega con la expresividad y sus relecturas se da de bruces contra la realidad de los gatos: su gracia consiste en que son inexpresivos, indolentes y casi inalterables. Sirven para expresar cientos de emociones, pero posiblemente ninguna de ellas sirve para construir un relato de ternura ni de humor cálido.
Esto es lo que amamos los que convivimos con gatos, pero también lo que a veces nos vuelve locos a la hora de entenderlos. Por eso, y siguiendo la estela de este artículo sobre perros que publicamos en ICON, repasamos una serie de cosas que solemos hacer con nuestros gatos pensando en que les agradan y, a menudo, solo les causan confusión y disgusto. Ojo, esto no se aplica a todos los gatos. Puede que tú conozcas a uno de esos ejemplares extraños a los que, por ejemplo, les encanta el agua. Hay gatos para todo.
1. Acariciarles la barriga
No, el gato no es un perro. “No es el lugar más recomendado donde acariciar a un gato, aunque existen excepciones, como en todo”, nos cuenta Adriana Mármol, veterinaria de la clínica catfriendly Triavet, en Sant Cugat del Valles (Cataluña). “La zona de la barriga es muy vulnerable para un gato”, añade Belén Montoya, especialista de la clínica veterinaria Gattos, un centro exclusivo para la salud felina de Madrid. "Muchos dueños interpretan que el gato se pone panza arriba para que se la toquen y es todo lo contrario: esta postura suele manifestar excitación o ganas de juego, por lo que el resultado podría ser un mordisco o un arañazo”, añade Montoya.
2. Llevarlos a ver mundo
Sí, los gatos son animales curiosos, pero para uno doméstico que tiene sus necesidades cubiertas salir a la calle solo le causa estrés y confusión. “Todos hemos oído hablar de algún gato al que sacan a la calle a pasear con su arnés y su correa”, relata Mármol. Y añade: “Esto existe, pero para poder hacerlo bien tendríamos que acostumbrarlo desde pequeño y llevar a cabo una exposición gradual a todo tipo de estímulos. De otra manera tendríamos muchos problemas y someteríamos al gato a un estrés altísimo que no merece la pena”.
3. Comprarles un transportín blandito, vistoso y moderno
A ver: el transportín es para el gato, no para ti. No peques de frivolidad a la hora de comprar un producto cuyo uso (generalmente para viajar, ir al veterinario o atravesar una mudanza) supone un importante nivel de estrés para tu amigo felino. “La mayoría de los accesorios para animales se fabrican teniendo en cuenta lo que quiere el propietario y no lo que en realidad el animal necesita”, cuenta Adriana Mármol. Belén Montoya llega a recomendar que “el transportín vaya cubierto, para que no le entren miradas intimidades de personas u otros animales”.
Los transportines más recomendados son aquellos duros, que tienen una base sobre la que el gato puede sentirse estable. Hay uno que se ha puesto de moda y triunfa en las redes sociales: una especie de mochila que contiene una cúpula a través de la cual el gato puede ver el exterior. “Es una auténtica aberración desde el punto de vista etológico”, desvela Mármol. “Los veterinarios etólogos insistimos mucho en las características que ha de tener un transportín adecuado y este no cumple ni un solo requisito”.
4. La pedicura (aunque al dueño le venga bien)
Y cuando decimos pedicura, aclaremos, nos referimos a cortar periódicamente las uñas del gato y no a arrancárselas, un acto cruel que llevaban a cabo algunos dueños que querían vivir con un peluche y no con un animal con sus propios hábitos e instintos. Afortunadamente, la cirugía de extirpación de garras fue prohibida por el Congreso en marzo del pasado año.
Otra cosa es, como decíamos, cortar las uñas al gato. No es necesario para su bienestar (y de hecho para gatos que salen al exterior no está recomendado, pues con las uñas afiladas trepan árboles y se defienden de un posible enemigo). Con los gatos de interior es una buena forma de proteger nuestros sofás y nuestros brazos cuando jugamos con ellos. Dependiendo del animal, cortarle las uñas puede ser un acto más o menos sencillo o desatar el infierno en la tierra. “Hay gatos a los que no les incomoda demasiado y otros a los que, directamente, hay que sedar”, explica Mármol. Montoya ofrece estos consejos: “Se les puede engañar con comida o aprovechar cuando están dormidos. Y siempre hay que utilizar un buen cortaúñas que no las astille y no cortar muy cerca de la base, algo que además les puede hacer daño (como si nosotros apuramos unos milímetros de más al cortar las nuestras)”.
5. Hacer amiguitos
“El ancestro del gato es el Felis silvestris libyca: carnívoro estricto, territorial (los territorios de los machos son hasta tres veces mayores que los de las hembras) y solitario”, dice Adriana Mármol. Ha quedado claro, ¿no? No es que los gatos sean unos antisociales patológicos, es que sus formas de entender la sociedad son otras. “Por norma general, introducir un nuevo gato en casa cuando ya hay otro antes que vive allí desde hace tiempo no suele gustarles mucho", prosigue la especialista. "Aquí ya intervienen muchos factores, como cuán territorial es nuestro gato, su carácter, la edad, la cantidad y distribución de los recursos en la casa, la existencia de zonas seguras, el manejo del cuidador hacia los gatos y, sobre todo, la manera en la que se hace la introducción en casa de un nuevo gato. Y, si tienes pensado convivir con dos, la mejor opción sin duda es adoptarlos ya juntos cuando son aún jovencitos”.
6. Abrazarlos
“Es normal que a nosotros, como humanos, nos guste esta forma de demostrar afecto, pero los gatos tienen otras maneras de hacerlo”, afirma Adriana Mármol. “A menudo, pueden interpretar los abrazos como una amenaza, ya que se sienten acorralados, y responder de manera negativa”. Eso sí: de nuevo, y como en otros casos, hay gatos que toleran que su dueño los abrace e inmovilice.
7. Ponerles un collar de cascabel
Era una estampa habitual en tiempos pasados, tanto que dio lugar a una frase popular: "ponerle el cascabel al gato" (que según algunos tiene su origen en un poema de Lope de Vega). Y algunos aún podrán recordarlo en gatos que tenían sus abuelas o vecinas de otra generación. Pero ya. Por favor, nada de collares con cascabel. "El sonido constante es muy estresante para ellos", dice Belén Montoya, "y además no les permite estar alerta, que es algo necesario para un gato". Mármol apunta, además, que podría causar daños importantes al animal: "Ese tintineo pegado todos los días a su oído no solo puede afectar a su audición, sino provocar una molestia crónica". Montoya señala que el uso del cascabel podría estar permitido en algún caso muy particular, como "gatos que convivan con un invidente y exista riesgo de pisar o golpear al animal".
8. Los dulces
No, tu gato no eres tú y no encuentra sabrosas las mismas cosas que tú (lo cual explica, por ejemplo, que él considere un manjar una mosca o una araña). En el caso del dulce, ni siquiera están adaptados para captar ese sabor. Según Adriana Mármol, "sus receptores están desactivados, así que este sabor no debería interesarles. Eso sí, conozco a algún gato que se vuelve loco cuando detecta alimentos con chocolate". Pero un apunte: "Nunca debemos dar chocolate a nuestros gatos y tampoco a nuestros perros, puede resultar tóxico para ellos". Curiosamente, según Montoya, sí detectan el amargo. Cosas de gatos.
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