_
_
_
_
_
MIRADOR
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Vuelta a lo castizo

En la pradera de San Isidro no hay un solo voto que recolectar, sino gentes que buscan un pretexto para divertirse

Jorge M. Reverte
Ignacio Aguado, Albert Rivera y Begoña Villacis en la Pradera de San Isidro.
Ignacio Aguado, Albert Rivera y Begoña Villacis en la Pradera de San Isidro. © Carlos Rosillo .

Las fotos son estremecedoras, y no dan lugar a ningún equívoco. No han sido manipuladas por ninguna agencia rusa para alterar las elecciones locales de Madrid el año que viene. Son genuinas.

Son las fotos que demuestran lo auténtico del madrileñismo de los partidos políticos. Y hay dos que se destacan de los otros, porque tenían una historia virginal y la han perdido, ya irremisiblemente. Y todo por una visera o por una flor colocada a uno de los lados de la cabeza con más o menos salero.

Hay atenuante, aunque no sea muy grande, y es que los disfraces de chulapas y chulapos son casi irresistibles: esa gorrilla a cuadros torcida, esas faldas y pantalones bien ceñidos, esas chaquetillas cortas… ¿Cómo se puede dejar pasar la oportunidad? Y, luego, está la historia. Nadie sabe nada sobre el folklore de Madrid que tenga el menor peso. El schotis es un ridículo baile centro europeo en que un tipo se deja remolcar por su pareja sobre un baldosín. No hay más. Los hombres hablan con deje chulesco y ahí se acabó el repertorio.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Quim Torra y los suyos estarían encantados en la Pradera de San Isidro asistiendo a la más vacua representación del orgullo particularista que se da en España, y que estaba languideciendo ella solita hasta que algún experto en marketing político descubrió que una fiesta así tenía que competir con las de cortadores de troncos o los concursos de danzas vertiginosas como la sardana.

No hay el menor resto del Madrid ilustrado en esta fiesta en la que políticos de todos los partidos comen barquillos sin fecha de caducidad y bailan sin tino al son de un organillo sin afinar que toca siempre lo mismo, que hizo Agustín Lara en pleno ataque de compasión.

Lo que pasa es que en esa pradera no hay un solo voto que recolectar, sino gentes que buscan un pretexto para divertirse, aunque sea ése, y algunas asociaciones que buscan subvenciones para que no se extinga la gorra de cuadros.

Hay más voto en cualquier barrio al que los ayuntamientos del PP dejaron sin aula pública de música. Voto que está esperando a ir a una urna a ver si hay alguna propuesta seria para hacer su barrio mejor.

En Madrid, aunque algunos lleven gorrilla el 15 de mayo, hay una tradición ilustrada que hoy recogen mejor algunos grupos de rap o de rock duro que quienes bailan mal el schotis y juegan a la estúpida lotería con barquillo de premio.

Que ustedes se diviertan. Qué castizos.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_