_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

No cedas

Hacia abril, el mes más cruel, llegas incluso a agradecer que los días no acaben

Juan José Millás
© GETTYIMAGES

Los días son más largos. Ya fueron más largos otras veces: el año anterior y el anterior al anterior. Los días empezaron a ser más largos al poco de que falleciera tu padre, también unas semanas más tarde de que nacieras tú. Hay un momento del año, de todos los años, en el que los días comienzan a estirarse. Hacia principios de febrero, alguien, en el autobús o en la cafetería, pronuncia esta frase: los días son más largos. Por lo general se dice con ánimo festivo, como para celebrar la salida del invierno. Nadie dice por maldad que anochece más tarde. Se trata de una frase guardada en algún pliegue de nuestra memoria que salta automáticamente, como la alarma del móvil a la hora programada. Estamos programados para decir que los días son más largos y lo decimos al comprobar que la semana pasada, a la misma hora de hoy, la calle estaba oscura. De modo que te has asomado a la ventana, has calculado la altura del sol y te has vuelto para decirle a tu mujer que los días son más largos. Ella asiente con entusiasmo. Pero tú acabas de entrar en pánico.

Los días largos prolongan la angustia de vivir, dilatan la agonía de la jornada. Da vergüenza ver el primer telediario de la noche cuando todavía hay luz. Luego, con el paso del tiempo, te acostumbras porque se acostumbra uno a todo. Hacia abril, el mes más cruel, llegas incluso a agradecer que los días no acaben. Pero ahora, al principio de ese estiramiento, sientes una punzada de horror en la boca del estómago, pues mientras el sol no caiga tampoco tú puedes caer. Has de mostrarte firme, entero, has de enredar por la casa como si no ocurriera nada. Arregla ese enchufe o cambia esa bombilla, disimula, no cedas a la tentación de meterte en la cama con esta claridad.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_