El sillón mortífero
Si sale bien me apunto el tanto, si no escurro el bulto… Pero ¡Dios mío! —me sobresalté— ¿Qué son estas ocurrencias?
Estaba grabando un sketch en los platós de una importante productora. Era un divertido número donde, simulando que me picaba una chinche, creaba un alocado baile; contado pierde. En un descanso, lo que los publicistas acostumbran a llamar “break”…
¡Por cierto! Antes de que se me olvide, un mensaje a mi prima Olvido:
Prima, el otro día me fijé que mientras los demás niños jugaban al fútbol tu hijo Rubén estaba hablando solo y sonriendo. Vigílalo de cerca que ese te sale publicista.
Decía que en el receso, aproveché para pasear por esa fábrica de sueños. Deambulé viendo las sonrisas de becarios de todas las edades, razas y géneros, hasta llegar a un despacho situado en la última planta. En la puerta, una placa dorada rezaba: PRESIDENTE. Era muy amplio, diáfano, luminoso, el despacho digo, y en las estanterías reposaban los premios más importantes de la televisión y también algún TP de Oro.
No pude evitar aplastarme en el sillón giratorio que había detrás de la enorme mesa de nogal y desde ahí observar el skyline de la ciudad.
Mis pensamientos empezaron a fluir…
“Está claro que soy un alguien que sabe lo que la gente necesita para divertirse; en cuestión de entretenimiento tengo la llave. El público me adora y yo sé tratarles como se merecen, o sea, como a niños pequeños. Si algo se tuerce, siempre es por culpa de los demás. Los que me rodean son expertos en fastidiarme lo que tengo entre manos con sus ideas propias. En definitiva: si sale bien me apunto el tanto, si no escurro el bulto… Pero ¡Dios mío! —me sobresalté— ¿Qué son estas ocurrencias? Debe de ser el sillón, sin duda”.
De un salto salí del despacho y desaparecí por el pasillo corriendo.
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