15 fotosPor qué estos 15 genios murieron completamente arruinadosAlgunos se gastaron lo mucho que ganaron en lujos extravagantes; otros hicieron obras maestras, pero el mundo no las entendióICON12 ene 2018 - 12:57CETWhatsappFacebookTwitterLinkedinCopiar enlaceCultivador de un dandismo exquisito, coleccionista de arte, juerguista empedernido y amante de la buena gastronomía, Oscar Wilde (Dublín, Irlanda, 1854- París, Francia, 1900) nació en el seno de una familia con dinero, llegó a ser muy rico gracias a su trabajo y relaciones sentimentales, derrochó a conciencia casi todo lo que había ganado y murió en París completamente arruinado. En sus últimos días, dependía de la caridad de amigos y conocidos a los que abordaba en tabernas y cafetines para pedirles unos francos. Al médico que le atendió en su lecho de muerte le confesó que no podía pagarle por sus servicios: “Ya ve usted, doctor, voy a morir como he vivido, muy por encima de mis posibilidades”. En su descargo hay que decir que a Wilde no solo le arruinaron sus hábitos de vividor y su mala cabeza, el escándalo homófobo en que se vio envuelto al hacerse pública su relación con el joven aristócrata lord Alfred Douglas tuvo también mucho que ver con sus problemas financieros. En la imagen, Oscar Wilde en 1889.Getty“Mis padres me inculcaron la cultura del esfuerzo y del ahorro”, le contaba Judy Garland (Minnesota, EE UU, 1922- Londres, Reino Unido, 1969) a la revisa 'Variety' en 1939, pocas semanas antes del estreno del que sería su gran éxito cinematográfico, la legendaria 'El mago de Oz'. La afirmación era falsa, como gran parte de lo que la actriz de Minnesota, gran seductora y farsante vocacional, según reconocía ella misma, le contaría a la prensa en años posteriores. La verdad es que Judy (su verdadero nombre era Frances Ethel Grumm) en absoluto creía en las virtudes del ahorro. Resultó ser una mujer de gustos caros y con un instinto natural para el derroche. Con 17 años era ya una de las actrices más ricas de Estados Unidos, pero apenas rebasados los 40 acumulaba deudas millonarios que la condujeron al desahucio y la obligaron a embarcarse en una gira alimenticia por teatros de Europa con su por entonces adolescente hija, Liza Minnelli. Según sus allegados, solo un oportuno matrimonio con el empresario de New Jersey Mickey Deans impidió que la diva acabase en la miseria en sus últimos años, marcados por los problemas financieros y la adicción a los barbitúricos. En la imagen, Judy Garland en 1950.GettyCuando Whitney Houston (Nueva Jersey, 1963- Los Ángeles, 2012) fue encontrada muerta en la bañera de su hotel de Los Ángeles, en febrero de 2012, tenía telarañas en su cuenta corriente y deudas por un importe algo superior a los cuatro millones de dólares (3,3 de euros). En apenas una década, la cantante había dilapidado una fortuna personal de alrededor de cien millones. Según el cronista de sociedad neoyorquino Michael Lavelette, “su estilo de vida extravagante, sus múltiples adicciones (al alcohol, a los calmantes, a la cocaína...) y su divorcio de Bobby Brown la llevaron a la ruina”. Su último millón se lo gastó “en un delirante periplo de varios meses por hoteles de lujo de Sídney, París y Londres en el que no reparó en gastos, a pesar de las advertencias de sus asesores financieros”. Según publicó Fox News, pocas horas antes de morir, Houston había llamado a una amiga para pedirle que le prestase 100 dólares que, presumiblemente, pensaba gastarse en crack, la última droga a la que se había hecho adicta. En la imagen, Whitney Houston en el escenario de los World Music Awards de 2004 en Las Vegas.GettyAl que muchos consideran el mejor boxeador de la historia, Joe Louis (Alabama, 1914- Nevada, 1981) le perjudicó el exceso de generosidad y de confianza. Crecido en un humilde y conflictivo suburbio de Detroit, campeón del mundo de los pesos pesados entre 1937 y 1949, Louis no se permitió grandes lujos cuando estaba en la cresta de la ola, pero sí que pagó las considerables deudas de sus familiares (incluso la de los que no le dirigían la palabra cuando no era más que un adolescente tartamudo que repartía hielo a cambio de propinas) y confió en una cohorte de viejos amigos que saquearon sus cuentas corrientes y le embarcaron en una larga serie de negocios dudosos. Como resultado de todo ello, llegó a deberle a Hacienda más de un millón de dólares a finales de los años 50, cuando ya se había retirado del boxeo y carecía de ingresos estables. Una campaña de solidaridad impulsada por antiguos compañeros sirvió para que a Louis le concediesen un aplazamiento del pago de la deuda, pero cuando murió, en 1981, seguía con las cuentas embargadas y al borde de la miseria. En la imagen, Louis leyendo el periódico 'New York Daily News' en 1938.Getty“Tengo la conciencia tranquila”, solía decirle a sus amigos un francamente arruinado Sammy Davis Jr. (Nueva York, 1925- California, 1990), “no debo dinero a nadie que lo necesite, casi todas mis deudas son con el gobierno de los Estados Unidos”. Esas deudas llegaron a sumar casi 15 millones de dólares, porque el cantante de Harlem, como muchos otros famosos, cogió la costumbre de dejar de pagar impuestos en cuanto sintió que eran un lujo que no podía permitirse. En los mejores años de su carrera, entre finales de los 40 y mediados de los 60, cuando formaba parte del 'Rat Pack' de Frank Sinatra, Sammy ganaba más de un millón de dólares anuales con sus giras. En 1989, ya en bancarrota tras años de pésimas inversiones y lujos excéntricos, decidió no extirparse un tumor en la garganta porque temía que la operación afectase a sus cuerdas vocales. “No tengo ni un centavo ahorrado, y si no puedo seguir cantando, me moriré de hambre”, fue su razonamiento. Muy poco después le mató el tumor que no había querido operarse. En la imagen, Sammy Davies Jr. en Los Ángeles, en 1988.GettyEl pintor neerlandés tuvo una vida azarosa. Fue galerista, pastor protestante, misionero... Incluso convivió en La Haya, en condiciones del todo paupérrimas, con una joven prostituta alcohólica y madre soltera. No es del todo cierto, como se ha dicho en alguna ocasión, que Van Gogh (Países Bajos, 1853- Francia, 1890) no vendiese ningún cuadro en vida. Vendió, sin ir más lejos, litografías de sus primeras obras maestras, como 'Los comedores de patatas'. Incluso disfrutó de una muy breve etapa de éxito, mientras residía en París, apadrinado por camaradas tan ilustres como el pintor bohemio Henri Toulouse-Lautrec. Pero sí es verdad que murió desorejado, loco de remate y sin un triste franco en el bolsillo, en la ciudad provenzal de Arlés, sin más apoyo material que el de su hermano Theo, galerista y marchante, que fue su único mecenas, el único que le mantuvo hasta el final al menos un par de peldaños por encima de la indigencia. Murió con 37 años. En noviembre del pasado año, uno de los óleos que Vincent pintó en Arlés, 'Labourer dans un champ', fue vendido en subasta por 67 millones de euros. En la imagen, 'Autorretrato', de Vincent van Gogh, de 1888.GettySegún contaba en sus memorias su compañero de profesión, José Luis López-Vázquez, a Gracita Morales (Madrid, 1928- Madrid, 1995) “se le fue agriando el carácter”. Empezó a comportarse, en palabras de Alfredo Landa, de manera “caprichosa, despótica e intratable”, y trabajar con ella se convirtió en “un martirio”. Por esas razones, los productores dejaron de ofrecerle papeles en el cine a finales de los 70. La que había sido una actriz de comedia castiza con una vis cómica irresistible, basada en su expresividad natural y su voz atiplada, se quedó sin trabajo y cayó en una profunda depresión de la que ya nunca conseguiría recuperarse por completo. Murió en Madrid, en abril de 1995, sola, sedada con pastillas y sin un duro, tras años tirando de ahorros para mantenerse a flote mientras esperaba que pasase de una vez su mala racha. En la imagen, Gracita Morales junto a José Luis López-Vázquez.Fue Miss Suecia en 1951 y enamoró al mundo en 1960 con su presencia en un par de icónicas escenas de 'La dolce vita', el clásico de Federico Fellini. Bob Dylan habló de ella como el perfecto antídoto contra los problemas del mundo en su canción 'I shall be free'. Sin embargo, el segundo acto de la vida de la modelo y actriz sueca Anita Ekberg (Malmo, Suecia, 1931- Roma, Italia, 2015) fue una calamidad, sobre todo si lo comparamos con el éxtasis de éxito y 'glamour' que fueron sus primeros años. Tras su prematura retirada del cine y de las pasarelas a finales de los 60, desapareció del mapa y solo se volvió a hablar de ella ya en 2011, cuando su residencia fue asaltada por ladrones y ella sufrió graves quemaduras por todo el cuerpo. La prensa publicó por entonces que llevaba años sola, postrada en una silla de ruedas, en una desvencijada mansión de la que los bancos estaban a punto de echarla y sin propiedades ni cuentas corrientes a su nombre. Murió cuatro años después, con 83 años. En la imagen, Anita Ekberg en 1955.GettyEl gran inventor estadounidense de origen balcánico Nikola Tesla (Smiljan, Croacia, 1856- Nueva York, EE UU, 1943) fue un genio en lo suyo, pero careció sin duda del instinto comercial que sí tuvieron competidores como Thomas Alva Edison, para el que trabajó en su juventud. Personaje clave en el desarrollo de la industria eléctrica, Tesla es el padre de múltiples inventos, pero vendió la mayoría de esas patentes a Westinghouse Electrics por cantidades a menudo irrisorias, muy por debajo de su valor real. Su principal prioridad fue siempre invertir todo lo que ganaba en nuevos inventos más que asegurar la solidez empresarial de su propia empresa, Tesla Electric & Light Manufacturing, fundada en 1886. En 1907, una auditoría independiente aseguraba que las patentes que Tesla había vendido a Westinghouse por poco más de 200.000 dólares tenían un valor real de mercado superior a los 12 millones, que vendrían a ser 300 millones de dólares de ahora. Con semejante talento para los negocios, no es extraño que el científico se arruinase definitivamente poco antes de morir, en 1943. En la imagen, Nikola Tesla en 1896.GettyVivir deprisa siempre fue una de las principales prioridades de la actriz Veronica Lake (Nueva York, 1922- Vermont, 1973). Su talento y su ambición ya habían convertido a esta belleza castaña de clase obrera en una gran estrella del celuloide con poco más de 20 años, cuando protagonizó varios clásicos del cine negro junto a Alan Ladd, pero su reputación de díscola y difícil hizo que apenas una década después dejasen de ofrecerle papeles. En 1951, ella y su marido, el director André De Toth, se declararon en bancarrota: se habían gastado en tiempo récord la gran cantidad de dinero que habían conseguido acumular con sus respectivas carreras. Para Lake, que se divorció de Toth poco después, empezó una segunda vida en la que trabajó de camarera, fue detenida varias veces por embriaguez y escándalo público y residió en moteles baratos de la periferia de Nueva York. Su etapa tardía como presentadora de un programa de televisión local en Baltimore, cuando era ya una mujer de mediana edad prematuramente envejecida por el alcohol y las penurias, tampoco le permitió resolver del todo unos problemas económicos que la acompañarían hasta el final. Murió con 50 años.GettyMurió de cirrosis en un hospital de Harlem (Nueva York), en primavera de 1959, a los 44 años (había nacido en Filadelfia en 1915). Llevaba unos días en arresto domiciliario por posesión de narcóticos (era adicta a la heroína) y al morir tenía 70 centavos en su cuenta corriente y 750 dólares en efectivo, que fueron heredados por su marido. A la mujer también conocida como Lady Day, todo un mito de la música popular (jazz, sobre todo) del siglo XX, la arruinaron las adicciones, un estilo de vida bohemio y las malas compañías. En especial, una estafa de la que fue objeto poco antes de morir y que consumió sus últimos ahorros y los derechos de autor generados por su último par de discos y su autobiografía, 'Lady sings the blues', publicada en 1956. Lily Rothman, redactora de 'Time', escribía en el aniversario de su muerte que Billie “hubiese preferido gastarse esos 750 dólares antes de morir, en alcohol, en heroína o en una última juerga con sus amigos, porque su filosofía era no guardar nada para mañana y apurar la vida hasta las heces”. Nunca quiso ser la más rica del cementerio. En la imagen, Billie Holiday en 1950.GettySe le atribuye una frase que es toda una apología del hedonismo y el feliz derroche: “Gasté la mayor parte de mi fortuna en mujeres y alcohol. El resto lo desperdicié”. Futbolista prodigioso, del que Pelé llegó a decir que era el mayor talento de su generación, George Best (Belfast, 1946- Londres, 2005) llegó a ser conocido como ‘el Quinto Beatle’ por su atractivo físico, su carisma y su estilo de vida salvaje y disoluto. Aseguraba que se había acostado con tres Miss Universo (“no con siete, como dicen mis detractores”), que Paul Gascoigne no le llegaba “a las cuerdas de la botella” y que cuando su médico de cabecera le dijo que estaba a solo una pinta de cerveza de la muerte decidió cambiar de vida y empezar a pedirse medias pintas. Todo el dinero que acumuló en sus diez años jugando en la élite, como extremo izquierdo del Manchester United, lo dilapidó entre los 30 y los 50, una larga etapa de juergas y excesos inconcebibles en la que llegó a decirse que “si una noche de fiesta tenías la suerte de estar a menos de diez kilómetros a la redonda de George Best, él te pagaba todas las rondas”. En la imagen, Best junto a su pareja, la sueca Siv Hederby, en 1970.GettySi en algo fue genial la riquísima heredera Barbara Hutton (Nueva York, 1912- California, 1979) es en su capacidad para gastar dinero a espuertas. Su tercer marido, el actor Cary Grant, dijo de ella que “cuando tus posibilidades son casi infinitas, para vivir por encima de ellas hace falta verdadero talento”. El caso es que Hutton, heredera de gran parte de la fortuna del fundador de los grandes almacenes Woolworth, recibió al nacer lo que parecía un pozo de riquezas sin fondo y consiguió vaciarlo. Tras el suicidio de su madre, la prensa empezó a referirse a ella, con una mezcla de compasión y sorna, como “la pobre niña rica”. La fiesta de su 21 cumpleaños, celebrada en plena Gran Depresión, en 1933, fue un acto de ostentación tan pornográfico que le granjeó una antipatía casi universal y obligó a su padre a enviarla a Europa para librarla del acoso de la prensa. A partir de ahí, la heredera siguió embarcada en una creciente espiral de derroche que incluyó la construcción de un palacete de estilo japonés en pleno desierto de Cuernavaca, en México. En total, esta predecesora de Paris Hilton consiguió gastarse más de cien millones de dólares en cuatro décadas. Toda una vida dedicada al despilfarro entendido como una de las bellas artes que acabó en 1979, cuando el pozo ya estaba seco. En la imagen, Barbara Hutton en Palm Beach, Florida, en 1940.Getty“La dignidad de mi cargo me obliga, ciertamente, a incurrir en gastos que no puedo permitirme”, escribía Thomas Jefferson (Virginia, EE UU 1743- Virginia, EE UU, 1826), tercer presidente de los Estados Unidos, a su buen amigo James Madison en 1802. El inquilino de la Casa Blanca intentaba justificar así dispendios tan extravagantes como los casi 10.000 dólares anuales (lo que vendría a ser alrededor de un millón y medio de euros al cambio actual) que se gastaba por entonces en vinos franceses, españoles e italianos con los que nutrir su bodega y agasajar a sus huéspedes. Jefferson, además, creía firmemente que los cargos electos no debían percibir un sueldo (“si no puedes permitirte el esfuerzo económico que supone servir a tu país, mejor no lo hagas”, dejó escrito) y predicaba la austeridad en el gasto público (“ninguna generación debe verse obligada a pagar las deudas de sus padres”), pero nunca se planteó practicarla en privado. Murió en Monticello, su inmensa mansión sureña, acosado por los acreedores, entre vajillas de oro y plata oxidadas y lujosos tapices versallescos cubiertos de polvo y roídos por los ratones. En la imagen, retrato de Thomas Jefferson en 1800.GettyEdgar Allan Poe (Boston, 1809- Baltimore, 1849) se enroló en el ejército siendo aún menor de edad. Le destinaron al cuerpo de artilleros, no le gustó aquello y pidió que le licenciasen. Al final, los cinco dólares mensuales que cobró durante esa breve etapa en los cuarteles acabarían siendo el único sueldo estable que percibió en su vida. Poe quiso dedicarse profesionalmente a la literatura, un oficio ejercido entonces por aristócratas ociosos y demás gente con posibles, y le fue peor que mal. Nunca consiguió mantener a su familia. Escribió a destajo (incluso después de muerto: una médium tuvo la suprema desvergüenza de publicar en 1860 una colección de poemas ‘dictados’ por el fantasma de Poe, fallecido 11 años antes), pero lo hizo casi siempre para revistas y editoriales de segunda que le pagaron sus trabajos de forma cicatera y miserable, regateándole hasta el último centavo. Ni siquiera los éxitos de su poema 'El cuervo' o de su relato 'El escarabajo de oro' le dieron lo suficiente para dejar de pasar apuros una temporada. Su desangelado entierro, en Baltimore, ante siete testigos, es la prueba más elocuente del fracaso en vida de este gran genio maldito, esforzado jornalero de la pluma. En la imagen, Edgar Allan Poe en 1849.Getty