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16 libros sobre Madrid De la bohemia al siglo XXI, pasando por la Guerra Civil y la Transición, la capital de España ha sido uno de los grandes escenarios de la literatura contemporánea Al pie del nutrido 'dramatis personae' (que incluye “turbas, guardias, perros, gatos y un loro”) se indica que la acción se desarrolla en “un Madrid absurdo, brillante y hambriento”. En 1910 la revoltosa bohemia literaria discute en La Buñolería Modernista o en la taberna de la Pica-Lagartos. Y el ciego Max Estrella, lúcido y desdichado, agoniza mientras busca cobrar un billete de lotería premiado y afirma que “España es una deformación grotesca de la civilización europea”… Sin duda, es la mejor obra teatral del siglo XX español. El autor dedicó estos Libros a Manuel B. Cossío, y a Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña, entonces vecinos de Madrid. Sus notas —concisas, chispeantes, coloristas— hablan del cielo, los paisajes y los rincones de la ciudad. Pero sobre todo lo hacen de un Madrid ideal, que asuma “la arquitectura espiritual de España”. No es casual que el tercer libro, ‘La colina de los chopos’, se dedique a la Residencia de Estudiantes (1910), laboratorio de esa “patria bella” que será “pacífica, laboriosa, honrada, hecha con huellas, con museos, con monumentos, con paisajes, con libros”. Ramón es el más fecundo inventor de Madrid. Se podía haber recomendado 'El Rastro' (1914) o 'Pombo' (1918), o la novela 'La Nardo' (1930), pero se ha preferido este completo “elucidario” (libro que esclarece asuntos oscuros, dice el DRAE), no exento de erudición, pero tampoco de capricho e inventiva, que quiere explicar por qué “Madrid es finura y postración, silencio y luz”, donde “todas las cosas tengan el regusto de sí mismas”. Trescientos personajes están censados en esta colmena ajetreada cuyo centro está en los antiguos bulevares madrileños. Hay egoístas, soñadores, resignados, explotadores, abnegados, medrosos, clandestinos…, y todos tienen su instante revelador en esta novela sin trama, cuya argamasa es lenguaje en estado de gracia y cuyo trasfondo es mucho más impávido que piadoso, más fatalista que indignado. Cela estaba manifiestamente convencido de haber escrito una obra maestra. Y tenía toda la razón. un domingo de 1955, en las orillas de un río que oficia de modesta playa urbana. En una venta cercana, hay gente modesta que ha vivido la Guerra Civil; en el río, jóvenes obreros y dependientas que quieren divertirse. Sus voces evocan un mundo de recuerdos o deseos, de resignación humorística o rebeldía latente. Y el curso impasible del agua y luego, al anochecer, el cadáver ahogado de Lucita —la más indefensa y compleja de las bañistas— inundan todo de responsabilidad, quizá también de futuro… Hijo de un general, socialista clandestino y brillante psiquiatra, el autor murió cuando empezaba a disfrutar el éxito de su novela que trata de los años cuarenta, de la frustración de un joven investigador, de la miseria de las clases medias y del horror (y la fascinación) del submundo de las chabolas. La llenó de chistes privados, de logrados monólogos interiores y de parodias salvajes. Oscila entre el festín verbal (Joyce y Faulkner) y el nihilismo compasivo que debía a Baroja. El título ya es un lema. “POR INSIGNIFICANTE que sea una vida, nunca se acaba de contar lo que pasa en ella”, escribió Corpus Barga, uno de los mejores periodistas de España en los años veinte y treinta. Y en el exilio, ya octogenario, decidió hacer buena aquella frase. Lo contó todo —una infancia altoburguesa, leyendas y caprichos familiares, semblanzas de escritores y políticos— en una suerte de conversación ilimitada que nos recuerda que “las memorias no deben ser un montón de retazos, sino una tela inconsútil”: una red de palabras que atrapa. El recuerdo personal como motivo de inspiración es una constante de Chacel. Lo utilizó en las ficticias Memorias de Leticia Valle (1945) y en su última trilogía narrativa, iniciada en Barrio de Maravillas (1976). Desde el amanecer es la autobiografía ¿real? de su infancia entre Valladolid y Madrid (escrita en Río de Janeiro), donde la evocación directa se combina con la reflexión sobre la exactitud de lo recordado y con una constante y sutil invocación al lector como cómplice de la operación. Mary, norteamericana, joven y guapa, desprejuiciada y metódica, es una metáfora de lo deseable e inalcanzable para un grupo de varones, entre los que se cuenta el narrador. Esta novela torrencial, escrita entre 1964 y 1972, está llena de citas literarias y chistes privados, de autocompasión y sarcasmo (que suelen ir juntos), y refleja como ninguna la época absurda, letárgica y explosiva en que se escribió. No le sobra ni una página de las 800 que tenía su primera edición. No hay retrato más veraz de la primera Transición. Una mañana de lluvia sobre uno de los barrios del nuevo Madrid vuelve a anudar los destinos de una joven pareja —un empleado de banca, una profesora interina—, un drogadicto que atraca farmacias y un antiguo compañero de colegio que viaja en el metro. La lupa de Millás nos asoma, implacable, a aquel vacío moral que dimos en llamar desencanto. Al frente de tres de los cuentos que componen la trilogía Largo noviembre de Madrid, La tierra será un paraíso y Capital de la gloria (1980, 1989 y 2003), el autor ha consignado una frase: “Pasarán unos años y olvidaremos todo”. Pero él —que entonces era un niño— no está dispuesto a indultar los días de la Guerra Civil y de la primera posguerra. Y esa tenaz memoria del miedo, la abyección y, en fin, de la vida es lo que recogen estas escenas intensas, tan precisas en su topografía urbana y tan duras como compasivas. “El yo se hace innumerables trampas a sí mismo”, leemos en estas memorias arbitrarias y jugosas. “Aquí en España solo escribimos bien los analfabetos”, aventura este francotirador que creyó, con fe ciega, en Cela y en la literatura, y que admiraba a Azaña, Valle-Inclán y Juan Ramón, pero no le gustaban los del 27, ni los exiliados, ni los llamados “falangistas liberales”. En buena medida, esta prosa aturullada y excesiva que enhebra aciertos y muletillas se inventó el cortejo de la Transición como objeto estético. Pero no le sobrevivió. Escribir esta novela tan extensa fue para la autora una decisión importante: sus protagonistas, Sofía Montalvo y Mariana León, tienen mucho de ella, de sus renuncias y de sus ambiciones, sus dudas y sus certezas, y hasta de lo que se ha prohibido a sí misma. Tras esta historia de un reencuentro se dibuja el pasado de una generación femenina, una imagen muy certera de los años ochenta y la silueta difusa de otro porvenir. A la autora le gusta Madrid y no evita manifestar su cercanía a la ciudad y a sus personajes. Estas cuatro mujeres frisan la treintena y afrontan no pocos problemas, pero tienen la misma voluntad de vivir. Sus relatos se alternan unos con otros y trazan el horizonte vital de la clase media profesional de los noventa. Todas trabajan en un Atlas de Geografía Humana para una gran editorial y componen también otra entrañable “geografía humana”. Una mujer, María Dolz, cuenta esta historia que habla de gentes felices, guapas y seguras. Y también de la infelicidad sobrevenida, del egoísmo no culpable, de la violencia impune: la narradora llega a saber casi todo, pero nunca pasará de ser un testigo conmovido. La acción, en Madrid, como siempre: una ciudad que se usa —un buen restaurante, una tienda bien provista, una calle paseable— sin necesidad siquiera de mentarla.