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Mis 15 meses sin regla acabaron por un plato de lentejas

Sobre ese momento en el que, después del parto y la lactancia, vuelves a tener la menstruación

Richard Baker/ Getty

Imposible sospechar que aquel inocente tazón de lentejas iba a traer consecuencias tan trascendentales. Mi madre calentó su cena y se sentó junto a su nieta (mi hija), de cinco meses y medio, quien seguía con inusitado interés la operación. Como quien presencia una final de Wimbledon, su cabeza seguía el vaivén de la cuchara llena de apetecible comida hasta que no pudo resistirse: se apoderó de ella y se llevó a la boca su primer bocado de legumbres.

Para mi hija, este episodio fue el temprano descubrimiento de uno de los placeres de la vida: la comida (sólida). Para mí, aunque no fuera consciente en ese momento, llegaba el fin de una etapa muy particular: mis vacaciones menstruales. Dos semanas después del asunto de las lentejas me llegó mi primera regla en quince meses.

Hasta aquel mes de diciembre en que empecé a extrañar a mi vieja compañera desde la adolescencia, nunca había caído verdaderamente en la cuenta de que la regla hace algunas concesiones antes de la menopausia, aunque salvo en embarazos deseados, ninguna de estas concesiones es buena señal. Fue en el segundo mes cuando miré con curiosidad el intacto cajón de los tampones y compresas. Una cosa menos en la lista de la compra por una buena temporada...

Se acabaron también las manchas traicioneras en las sábanas, el menudeo de tampones en la oficina y la maldita gota traicionera. Embarazada, estás oficialmente libre de ciclos y de dolores premenstruales, lo que sería una alivio si las náuseas y el sueño extremo te dejaran pararte a pensarlo en algún momento (un saludo para las que no tienen náuseas ni otros síntomas en el primer trimestre de embarazo).

Conforme va creciendo la barriga y se empieza a distinguir un ser humano en las ecografías, la regla pasa a un segundo plano o incluso a un tercer plano. El útero ya no se prepara cada mes para una posible fecundación. Ahora tiene el tamaño de una sandía de las grandes -normalmente mide poco más que un pomelo- y quién sabe dónde estén los ovarios y cómo se las apañen para hacerse espacio en ese amasijo de órganos que es ahora tu vientre.

Pero este proceso se vive con diferente abnegación: gracias a tu útero expandido, eres el centro de atención, te ceden el sitio en el autobús y, sobre todo, la situación tiene un fin claro y cercano. Lo que tu útero no sabe -bueno, seguramente él sí, pero tú no, porque todo lo que tenga que ver con ginecología y obstetricia, a.k.a., los bajos de las mujeres, es un tabú que hay que esconder y vivir en silencio en pleno siglo XXI- es que las cosas no vuelven a su sitio a los nueve meses exactos.

Para que tu cuerpo regrese a su estado natural, es necesario superar tres pruebas secretas:

1. Volver al pasado

La humanidad ha llegado a la luna, se hacen trasplantes de corazón desde hace décadas y te cabe media vida en un iphone… , pero después de parir tienes que ponerte un gigante trozo de celulosa al que tu madre llamaba compresa hace ya varias décadas. Los smartphones cada vez más finos, pero las compresas de hospital, ¿para qué? Si solo tienes que ponértelas entre las piernas e intentar levantarte a caminar con ellas.

2. (Soli)loquios y entuertos

Los culpables de las compresas XXL, son los loquios y los entuertos, otro secreto bien guardado del posparto. Si estos nombres os suenan fatal, las definiciones que aparecen por ahí en los foros de salud y embarazo, no os van a dejar más tranquilas. Por ejemplo, según Webconsultas.com, los loquios son el “resultado de la herida que queda en el útero tras el desprendimiento de la placenta en el alumbramiento. Y es que, durante el embarazo la placenta se enraíza a la capa interna del útero mediante una red de vasos sanguíneos y a su expulsión hay una rotura de estos vasos produciéndose consiguientemente un sangrado”.

Es decir, que aunque el origen sea completamente diferente, después de dar a luz aparece una regla que puede durar hasta un mes. Mientras, los entuertos hacen de las suyas, intentando que la sandía fofa que es ahora tu útero, vuelva a la normalidad mediante contracciones dolorosas. En mi caso, estos espasmos apenas se acercaron a una mínima parte del dolor menstrual que sufro desde los 15 años. Dicho de otro modo: la regla duele más que una cosa que se llama “entuerto”, y cuya primera definición en la RAE es “agravio que se hace a alguien”.

3. Sobrevivir a la amenorrea (de la lactancia, si decides dar el pecho)

¿Amenorrea yo? ¿Por qué a mi? ¿Cuánto me queda? De nuevo una palabra que invita a redactar el testamento, aunque ahora sí, nada más lejos de la realidad. La amenorrea de la lactancia es la prueba fehaciente de que la naturaleza es sabia y no deja que tengas la regla -y seas fértil- mientras estás fabricando 2.500 calorías de comida diaria.

Cuando el culpable de todo tu adorado retoño está listo y le roba unas lentejas a su abuela se inicia en la alimentación complementaria. Entonces, las hormonas que inhiben la menstruación comienzan a bajar, y la regla va pidiendo permiso para regresar. Esto no ocurre de manera regular hasta que las hormonas se estabilizan, un proceso que puede durar varios meses, más si la lactancia es prolongada. Pero tu cajón de las compresas y tampones te espera lo que haga falta.

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