Mejor así
Hay pocas cosas más inquietantes que escuchar la vocecilla de un niño de cinco años pronunciando la palabra “muerto”
En casa este verano no se ha muerto nadie, de momento, pero mi hijo ha descubierto que la gente muere, y casi peor que enterrar un cadáver es enterrar una inocencia. La más sensible de todas: la del niño que piensa que estaremos aquí para siempre.
Todo fue por culpa de la bisabuela, que sigue viva. El niño empezó a preguntarse por qué conocía a una bisabuela pero no a un bisabuelo, y preguntó si es que estaba “muerto”. Hay pocas cosas más inquietantes que escuchar la vocecilla de un niño de cinco años pronunciando la palabra “muerto”: una de ellas es que el niño tenga cuatro, como el mío. Tampoco ayudó el hecho de que yo, metido como estaba en Juego de tronos, le dijese que por lógica eran muchos más los muertos que los vivos, aunque en la vida real no había que preocuparse porque no atacan.
Así se empezó a colar el gran asunto de las vacaciones en casa, en plena canícula, y así empecé también yo a tener las primeras conversaciones inteligentes del verano. Cada noche, antes de dormirse, mi hijo pensaba en la muerte con reflexiones muy básicas y por tanto muy profundas.
Avisó de que a partir de ahora no quería que se muriese más gente, diciéndomelo más como una orden que como una súplica. Ese aspecto de él me conmovió porque supongo que cualquier niño cree que su paso por la vida tiene que dejar alguna huella, y la suya era esa: inmortalidad para todos. Le he dicho que tampoco hace falta que sea para todos, la verdad.
El niño insiste en conocer no sólo a sus bisabuelos sino a sus tatarabuelos, palabra que se me escapó en maldito el día, y toda esa pena profunda, ese dolor hasta ahora desconocido, le aparece de noche con el mismo sigiloso paso con el que llegan las pesadillas. Lo que no puedo contarle es que el bisabuelo por el que pregunta llegó a conocerlo, aunque no se acordará: le habló y cuidó durante el embarazo, pero murió de repente tres días antes de que él naciese.
La muerte ya es para él lo mismo que para mí: “Cuando dejas de ver a alguien”, y aunque trato de explicarle que a veces la gente viaja, he preferido no mencionar el cielo porque al fin y al cabo se trata de no seguir engañándole. A lo mejor así el día de mañana se hace futbolista y celebra los goles mirando para abajo con los dos dedos señalando el suelo en un arrebato racional que de momento tampoco he tocado: venimos de ahí, ahí volvemos, y mejor así.
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