Inmortales
El bombardeo de noticias sobre la sempiterna quimera de alcanzar la inmortalidad me mantiene en un perenne ay.
No sé si es el retorno de las altas temperaturas, ver a los famosos de vacaciones o lidiar con tanto torso desnudo como se empeña en mostrar Cristiano Ronaldo en su Instagram, pero estoy abrumada a la par que confusa.
El bombardeo de noticias sobre la sempiterna quimera de alcanzar la inmortalidad me mantiene en un perenne ay. Ay que no tomo tres cafés diarios que reducen los porcentajes de muerte prematura. Ay que no vivo ni en Soria, ni en Lugo, ni en Ourense, ni en Salamanca, ni siquiera en Zamora, lugares con más centenarios de España. Ay que no veo Saber y ganar y me voy a perder los secretos de Jordi Hurtado para alcanzar la eterna juventud. Ay que no soy deportista de élite y no espero alzar un trofeo más añosa que antaño.
Me gustaría confiar como lo hace José Luis Cordeiro, profesor de la Silicon Valley University: "En 2045 el hombre será inmortal". Lástima no haber olvidado que cuando cazaba lagartijas a lazo y fantaseaba con la vida eterna fascinada por esos rabos que aparentaban vida separados de su correspondiente cuerpo, terminaba siempre chafada cuando inevitablemente acababa el movimiento.
Pero como toda preocupación encuentra sus certezas, me mojo. Si la eternidad consiste en pasarse de frenada con el culto a la imagen y no ser capaces de convivir con el miedo a la finitud, me sumo al club de los mortales imperfectos. Es difícil soportar tanto estudio científico, tanto afán de perpetuidad y tanto cuerpo perfecto. Si no es por mí, al menos piensen en David Bustamante que está pidiendo a gritos que le dejen vivir tranquilo con sus kilitos. Lo que es seguro es que el mundo no va a dejar de girar por eso.
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