_
_
_
_
Tentaciones

Animales disecados, huevos y una piscina fálica: visitamos el hogar de Salvador Dalí

Un viaje ritual a la residencia del artista en Portlligat, el Teatro-Museo en el que trabajó con tanto ahínco y el castillo de Púbol, donde muchos de sus allegados sostienen que quería ser realmente enterrado

Aunque la fama y la riqueza le llegaron gracias a la pintura y las payasadas, Dalí siempre se consideró mejor escritor que pintor o payaso. La vida secreta de Salvador Dalí es una de las autobiografías más divertidas e imaginativas que jamás se hayan escrito. J.G. Ballard no dudaba en señalarlo como uno de sus escritores favoritos, compartiendo podio con autores de la talla de Burroughs o Hemingway. Es imposible tras leer sus libros no sentir curiosidad por conocer su residencia de Portlligat, el Teatro-Museo en el que trabajó con tanto ahínco y el castillo de Púbol, lugar donde muchos de sus allegados sostienen que quería ser realmente enterrado.

La “peregrinación” por estos tres vértices del “triángulo daliniano” es una experiencia que ningún seguidor de la cosmogonía del pensador ampurdanés debería perderse. No existe mejor viaje ritual para poner en práctica el método paranoico-crítico y dejarse sorprender por los mágicos resultados. Fue justo tras completar el triángulo daliniano este fin de semana, al poco de salir del museo de Figueras, que nos dimos de bruces con la resurrección mediática del artista tras una orden de exhumación del cadáver a causa de una demanda de paternidad de una pitonisa local. ¿Podría suceder algo más daliniano para poner broche final a nuestra peregrinación? Dalí que tan obsesionado estuvo a lo largo de su vida con el ADN, un elemento que relacionaba con la inmortalidad, y que convirtió en parte principal de su universo pictórico y filosófico, hasta el punto de hacerse enterrar con una túnica bordada con la doble hélice, volvía a estar de actualidad ¡gracias a una prueba de ADN! Pero no adelantemos conocimientos y vayamos por partes.

«Soy un poco como Joan Carbona, ese filósofo que preparaba su propia tumba, en Figueras. Quería un panteón extraordinario. Cada vez que veía a su contratista, le hablaba horas del asunto. Un día el contratista le dijo: "Señor, encontré un lugar ideal. Ante un paisaje maravilloso, sin tramontana ni humedad y, lo que es mejor, barato". Carbona escuchó impasible y dijo: "Ya no me interesa." Todo el mundo se quedó pasmado.»

(Salvador Dalí, 1971, “Obra completa v. VII” )

La casa de Portlligat está situada en una pequeña bahía a poco más de un kilómetro de Cadaqués, ideal platónico de pueblo mediterráneo que parece agazapado en otra dimensión tras una carretera que discurre terca y sinuosa entre impresionantes desfiladeros. Es un recorrido tortuoso pero cuando tras las últimas curvas vislumbramos el conjunto de casitas blancas y vimos las barcas flotando mansamente sobre el mar nos dimos cuenta que el es esfuerzo ha merecido la pena.

Para entrar en la casa del artista es necesario reservar entrada con anterioridad. Lo que empezó siendo una ascética barraca de pescador en la que Gala-Dalí se refugiaban mientras pasaban las penurias económicas sus inicios, fue creciendo como un pólipo a medida que su fortuna aumentaba lo suficiente para adquirir y anexionar las construcciones vecinas, hasta convertirse en un pequeño templo surrealista constituido por siete antiguas barracas comunicadas mediante laberínticos pasadizos. Una catedral 'Galá-ctica', según Dalí, coronada por huevos y gigantescos bustos cromados. Plantada en medio del característico paisaje amarillo polilla que tanto abunda en los cuadros del pintor, el espíritu kitsch y “mal gusto” del que siempre presumió Dalí se palpa en todos los elementos decorativos: un oso disecado con collares, botellas con forma de toreros y folklóricas, muñecos Michelín, anacondas de peluche, rótulos de propaganda, una vieja cabina telefónica, una piscina con forma fálica... forman un collage tan extravagante como coherente con el imaginario que del artista. Solo se echan de menos unas buenas réplicas de los libros que se podían encontrar en la casa, para que visitantes pudieran curiosear los títulos que componían la biblioteca del artista. La gran cantidad de turistas y las irritantes alarmas que suenan cada vez que traspasas un milímetro alguna de las barreras de seguridad tampoco invitan demasiado a soñar. Necesitaremos un poco de concentración e infografía mental para poder eliminar todos los elementos no deseados y disfrutar de la experiencia.

Así es la casa de Salvador Dalí

En el castillo de Púbol no tendremos estos problemas. Es el único vértice del triángulo daliniano que todavía no está masificado. El sitio perfecto para pasear y dejarse llevar por la imaginación tras las huellas del artista. Se trata de un castillo gótico del siglo XI que Dalí compró en ruinas con la intención de restaurarlo y regalárselo a su esposa Gala. El obsequio no cumplió las altas expectativas de su estricta Generalísma, así que aceptó el homenaje con una única condición: Dalí solo podría entrar si recibía una invitación escrita para hacerlo. Las malas lenguas dicen que se convirtió en el lugar donde Gala y sus amantes dieron rienda suelta a los impulsos ninfomaníacos de su senectud. El pintor se conformaba con haber pintado los techos para que cada vez que mirara para arriba viera a su pequeño Dalí en el cielo.

Más que un hogar parece un decorado teatral que la pareja utilizaba para jugar a príncipes y princesas. Si en la entrada de Portlligat tenían un oso de portero, aquí nos encontramos con un enorme caballo blanco disecado, regalo del surrealista millonario Edward James, uno de los primeros mecenas del pintor. Si miramos hacia arriba nos daremos cuenta de que estamos justo debajo de la mesa-pozo con patas de avestruz que el artista ordenó construir en el piso superior. Coronas, emblemas heráldicos, majestuosos cortinones centenarios, una bañera con grifos de oro, un trono, las icónicas siemprevivas, un león de peluche y todo tipo de parafernalia surrealista adornan las diferentes estancias.

En el garaje se pueden ver los coches de la casa, el famoso Cadillac negro, su coche oficial, y un Datsun naranja que solía utilizar el personal de servicio, ya que Dalí no lo consideraba suficientemente sofisticado para el matrimonio. El jardín, muy libremente inspirado en el jardín de monstruos de Bomarzo, está poblado por los famosos elefantes dalinianos y una espectacular piscina coronada con múltiples rostros de Wagner.

Al morir Gala en 1982, fue enterrada en una doble tumba diseñada por el propio Dalí en la cripta de la fortaleza. El sepulcro está custodiado por una desconcertante jirafa disecada. Se dice que incluso dejó un agujero que uniera ambos nichos para “poder darse la mano” cuando descansaran juntos. El anciano Dalí se trasladó a vivir al castillo entre 1982 y 1984 para seguir estando lo más cerca posible de su musa. Sin embargo, su delicada salud y un incendio que casi le cuesta la vida provocaron que decidiera marcharse a Figueras los últimos años de su vida.

El museo es uno de los medios más seguros de aumentar mi fortuna y la de mi país. Para mí, lo que prima es siempre la idea del dinero. Pero un museo ofrece una multitud de otras amenidades. Es un centro de cretinización incomparable. Cuadros con títulos falsos, visitantes en procura de explicaciones, indagadores que prosiguen sus investigaciones, psiconanalistas que examinan si en tal época yo era más loco que en otra... Todo eso representa un atractivo incalculable.

(Salvador Dalí, 1971, “Obra completa v. VII”)

A pesar de no existir ningún documento escrito que pruebe esta última voluntad, el alcalde de Figueres, Marià Lorca, afirmó que Dalí le comunicó antes de morir, sin la presencia de testigos, que deseaba ser enterrado en el Teatro-Museo de Dalí y no en el nicho que tenía reservado junto a su esposa Púbol. La decisión fue muy polémica, muchos dudan que sea cierta y afirman que fue una oscura estratagema de Lorca para atraer más turismo a Figueras.

El teatro-museo está ubicado justo al lado de la iglesia donde bautizaron a Dalí, en lo que fue el antiguo Teatro Principal de Figueras, el primer lugar donde el pintor hizo su primera exposición con tan sólo quince años. Fue destruido durante un bombardeo en la Guerra Civil para volver a nacer en 1974 en forma de monumental artefacto daliniano.

Es la gran obra interactiva de Ávida Dollars, el anagrama con el que maliciosamente André Breton bautizó a Salvador Dalí, y que el artista, que nunca se molestó en ocultar su espíritu capitalista, aceptó con orgullo. Una auténtica máquina de hacer dinero. Incluso hay varias obras-tragaperras, donde las masas de turistas podemos dejar nuestro oro a cambio de efectos ópticos y mecánicos. La colección de lienzos es bastante modesta. Dalí, siempre preocupado por el dinero, vendió a manos privadas la mayor parte de su obra, quedándose para sí, salvo algunas excepciones, los cuadros de sus épocas menos representativas. El gran atractivo del museo son las joyas y la serie de efectismos creados ex profeso para el espacio como la sala Mae West, el “Cadillac lluvioso” o la impresionante cúpula geodésica de Emilo Piñeiro.

El acceso a la tumba de Dalí está en una de las salas más modestas del museo, muy cerca de los servicios, expuesta sin ningún tipo de ceremonia, casi como si de un lienzo más se tratara. Fue aquí, donde embriagados por el espíritu paranoico-crítico, tuvimos la Gran Revelación; ¿Y si Dalí no está enterrado en aquí sino en Púbol como siempre quiso? ¿Y si esta tumba de Figueras no es más que un macabro trampantojo, un último acto cretinizador de masas orquestado con la complicidad de Lorca? Nos imaginamos perfectamente a Dalí disfrutando con la idea de descansar tranquilamente junto su amada en la intimidad de Púbol mientras las masas cretinizadas visitan un falso sepulcro y maldicen pensando que no se ha llegado a cumplir la romántica última voluntad del artista. Esta surrealista teoría explicaría el extraño aspecto del cuerpo embalsamado que se enterró en Figueras. Poco tenía que ver con el demacrado aspecto real de Dalí en sus últimos días. Muchos de los testigos afirmaron que parecía un muñeco de cera ¿Y si fuera realmente un muñeco de cera? Eso podría explicar por qué los familiares más cercanos del artista, como su hermana Ana María, poco amiga de las excentricidades de su hermano, no asistieron al ¿falso? entierro público. Nos gusta pensar que todo aquello no fue más que un retorcido teatrillo, el último gran truco del maestro del surrealismo.

No me resultaría desagradable si un día la humanidad decidiera canonizarme y la antorcha de mi cuerpo pasara de generación en generación como testimonio eterno del progreso. Dalí, que vaga por el mundo hasta extinguir los soles, ¡Qué delirio tan espléndido!

¡Y entonces le podría tomar el pelo a los hombres de todos los tiempos y de todos los países!

(Salvador Dalí, 1975, “Obra completa v. VII)

Como dice la pitonisa de Girona: “El ADN dirá la verdad.”

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_