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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

¿Podrá Turquía rechazar el contragolpe de Erdogan?

La “política de crisis”, basada en una polarización continua, ha logrado sacar lo peor de la gente

Manifestantes a favor del 'no', ayer en Ankara.
Manifestantes a favor del 'no', ayer en Ankara.TUMAY BERKIN (EFE)

El que la campaña en el crucial referéndum en Turquía sea tan reñida habla por sí sola. El país está claramente dividido en dos, y no simplemente por un desacuerdo civilizado, sino enfrentado por la desconfianza, la enemistad y la venganza.

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Turquía está a punto de sumirse en una crisis más profunda a partir del lunes, independientemente de cuál sea el resultado. Su destino pende de un hilo, ya que los sondeos muestran un estrecho margen y el jueves aún había un 5% de indecisos, y los antecedentes históricos de un voto de última hora a favor del dan motivos para la esperanza al AKP. Cuanto mayor sea la participación, mayores son las posibilidades de que se imponga el no.

Erdogan se ha empleado a fondo, decidido a conseguir la victoria, haciendo hincapié en la estabilidad y la seguridad. Su retórica ha incidido fuertemente en la explotación del miedo de la gente a volver a un pasado lleno de pobreza. El presidente ha recalcado la continuidad en los servicios públicos y es evidente que se le considera, como a Putin, un símbolo del orgullo nacional. Con esas ideas parece estar logrando un apoyo masivo. Erdogan, en un ejemplo de populismo extremo, ha entendido que unir el islamismo con el militarismo bajo la bandera de la síntesis turco-islámica sería una fórmula ganadora para sus masas hipnotizadas, y sus esfuerzos en esa dirección desde mediados de 2015 han dado fruto.

Abonó el terreno para la autocracia cuando transformó magistralmente el turbio intento de golpe de Estado del pasado verano en un contragolpe, a base de represión y una purga inmensa. Está claro que, con el estado de emergencia en vigor, considera que es el momento adecuado para intentar hacerse con todo el poder.

En ese contexto, los observadores que comparan el referéndum alemán de 1934 —un año después del incendio del Reichstag— con el de Turquía tienen un argumento válido. El bando del no —formado por centristas laicos, kemalistas, kurdos, alevíes de izquierdas, gulenistas y algunos turcos ultranacionalistas descontentos— está irremediablemente fragmentado por una política de identidad rígida, obsesiva y obstinada; ha hecho campaña por separado y con un solo punto en común.

Les ha unido el profundo miedo a que un Gobierno de un solo hombre convierta a Turquía en una república de Asia Central con importantes elementos baazistas y otomanos, en la que Erdogan sería el gobernante supremo intocable que tratará a todos aquellos que no apoyen su modelo autocrático como parias, y que no mostrará ningún respeto por el Estado de derecho o los derechos humanos. Esta nueva Turquía posterior al golpe que imagina Erdogan se percibe como una pesadilla.

Es evidente que al presidente se le considera, como a Putin, un símbolo del orgullo nacional

Uno de los lemas de la campaña por el no advertía: “Si no dices que no esta vez, nadie te preguntará nunca nada más”.

Otra consigna que circulaba por las redes sociales era: “Te preguntarán si eres un idiota o no. Lo único que tienes que hacer es responder o no”.

Pero, independientemente del resultado, la profunda crisis existencial de Turquía se volverá incluso más complicada.

Erdogan, con una “política de crisis” basada en una polarización continua, ha logrado sacar lo peor de la gente, y en un sentido más profundo, quiere que la mayoría diga a un Gobierno muy manchado por la corrupción, a la ausencia de justicia y a un Estado policial construido sobre sus instituciones corrompidas.

Por tanto, esta votación girará en torno a si se aprueba o no una democracia de la multitud.

Así y todo, el resultado no cambiará mucho las cosas. Si la mayoría vota sí, Erdogan tendrá carta blanca para gobernar durante otros 14 años, para seguir sin rendir cuentas y para afirmar su legitimidad ante sus aliados occidentales quienes, después de todo, posiblemente vean más ventajas en que gobierne él y no otros. Mientras tanto, con la desaparición de la separación de poderes y del Estado de derecho, Erdogan seguirá construyendo su régimen autocrático para convertirlo en una dinastía.

Si la mayoría vota no, rápidamente estallarán graves desórdenes. El partido en el Gobierno, el AKP, empleará sus fuerzas para ampliar el estado de emergencia a fin de controlar el poder, mientras que Erdogan se sentirá obligado a ejercer un control más férreo para reprimir una posible rebelión dentro del partido y aumentar la presión sobre todos los grupos de la oposición —encabezados por los kurdos— que se animarán a desafiar su poder. En este sentido, una victoria del no daría un pequeño atisbo de esperanza de volver al orden democrático, pero solo ayudará a ganar un poco más de tiempo.

Yavuz Baydar es periodista.

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