¿Es la serie 'Love' otra comedia romántica del montón o no?
La serie, que ha estrenado su segunda temporada completa en Netflix, muestra la relación entre lo que parecen dos personas incompatibles: una joven adicta al sexo y un 'nerd' que intenta ser guionista en Hollywood.
Si hacemos un repaso a las comedias románticas desde el nacimiento del cine hasta la fecha, concluiremos que este género, con el común denominador de ser historias de amor con gags y chistes, es un estudio sociológico sobre las relaciones sentimentales, un indicador y un reflejo fiel de las sensibilidades de cada época. Siempre hay excepciones, claro. Así La fiera de mi niña (Howard Hawks, 1938) invertía los roles tradicionales de su tiempo convirtiendo a Cary Grant en un inocentón y a Katherine Hepburn en una mujer de mundo (aquel "atrevimiento" hizo que entendiera los roles y la película fue un fracaso), mientras que en Harold y Maude (Hal Ashby, 1971) se contaba la historia de amor entre un adolescente y una anciana.
A Woody Allen le debemos el giro definitivo del género con Sueños de un seductor (Herbert Ross, 1972), en este caso como guionista y después con Annie Hall (1977) y Manhattan (1979) por abrir la puerta a un tipo de comedia romántica –de corte muy analítico y psicoanalítico- donde los protagonistas eran gente imperfecta, a veces idiota, dominada por sus pulsiones.
El cine juvenil de los 80, dominado por la idea implantada por John Hughes de que los alumnos menos populares de los institutos eran los más interesantes, acabó por abrir un subgénero de historias de amor protagonizadas por parejas dispares (chica pobre/chico rico, malote/pija, empollones/animadoras, empollonas/deportistas…) Años más tarde los Hermanos Farrelli le añadirían al género su veta más pirada con Algo pasa con Mary (1998) donde Cameron Diaz se ve obligada a elegir al menos miserable de un grupo de acosadores.
En cuanto a Love, que ya ha estrenado su segunda temporada completa en Neflix, es hija de ese subgénero de la comedia romántica que nos muestra la relación entre lo que parecen dos personas completamente incompatibles: Mickey Dobbs (Gillian Jacobs) que es inestable y no sabe con qué carta quedarse y Gus Cruikshank (Paul Rust) que intenta abrirse camino como guionista en Hollywood.
Pese a todo, la serie creada por Paul Rust (que hace también de guionista, productor ejecutivo y protagonista), Lesley Arfin y Judd Apatow, se ciñe al espíritu del género de ser lo más fiel a la realidad posible y de dar credibilidad a la historia: ambos no son tan antagónicos como para no enamorarse (son mezquinos y miserables, cada uno a su manera) y, claro está, se desarrolla en un marco tan realista que resulta doloroso y con el que, pese a la primera resistencia mental (por pura vergüenza propia), el espectador no tiene más narices que identificarse.
A primera vista Love parece una serie creada para cantar los gozos de ser joven y postmoderno pero, a medida que van cayendo los episodios, la sensación es que es una queja y una crítica mordaz sobre la situación y generación actual. El marco elegido es Los Ángeles. Primero porque la ciudad de la costa oeste está de moda, segundo porque Apatow ya tiene una serie que se desarrolla en NY (Girls) y después porque Hollywood parece el mejor sitio para escenificar la situación de precariedad en la que viven las nuevas generaciones.
Todos los personajes viven en situación precaria, son pobretones, y los que no lo son trabajan en cosas que no les gustan especialmente o que son empleos de poco fuste. Mickey mantiene a duras penas un trabajo en una cadena de radio y Gus es profesor de los niños actores de una serie titulada Witchita (un culebrón de terror juvenil que parece un remedo de Embrujadas…una trama que usó antes la serie española La que se avecina cuando el personaje de Macarena Gómez hacía de protagonista de la serie de terror juvenil Internado sangriento). Muy sorprendente es que Love aproveche esta trama para ridiculizar cómicamente a los guionistas, a su ambiente en particular y a las producciones televisivas mainstream en general. Un detalle un tanto molesto y que hace que Love pierda un poco porque parece que sus creadores quisieran poner distancia con la televisión convencional y advertirnos que lo que están viendo es algo más que televisión corriente y moliente.
El trasfondo se completa con parejas multirraciales, hetero y LGTB que, vaya, pese a la diversidad que parecen mostrar comparten un rasgo común generalizado: hablar demasiado de la forma en la que quieren educar a su hijo porque solo pueden permitirse criar a uno. Se trata de una serie muy crítica con una generación a la que se la podría definir con un solo adjetivo: pueril. Y, a veces, hay que recordar que la representación realista es un poco cruel. El hecho de haber incluido a Mark Oliver Everett, cantante de Eels, a la vez adorado músico indie y, también, uno de los compositores más tristones y con recorrido vital incluido (está todo en sus discos y en su novela Cosas que los nietos deberían saber) parece, a la vez, un intento de conectar con la audiencia potencial y, por otro, una declaración de intenciones.
Love le da una patada amable a eso que se llamó ‘hipster’ que es representado como un monstruo que se aferra al pasado y vive el presente con una visión muy borrosa del futuro o, a lo mejor, negándolo porque entiende que está de lo más turbio. Adultos que visten como niños, que se comportan como niños, que no son capaces de superar los sentimentalismos de la adolescencia y que, claro está, dinamitan sus relaciones con una mezcla pasivo agresiva de indolencia y lágrimas. Unos adultos que reclaman ser adultos pero son reacios a entrar en la edad adulta. Sobre esto planea una dolorosa cuestión: a lo mejor la gente solo está haciendo tiempo, perdiendo el tiempo en redes sociales, inventando planes baratitos de siesta y peli u organizando fiestas en domicilios privados porque ya no tiene donde caerse muertos. A lo mejor, el personal se resiste a mantener relaciones duraderas porque teme no solo que le hagan daño, si no que la miseria compartida resulte más miseria.
Si ya en Girls el punto de vista se ha ido oscureciendo poco a poco, y no solo porque Lena Dunham se vaya haciendo mayor, y los alegres postmodernos sean retratados con lo peor de las personalidades que han ido generando (egoístas, individualistas, falsamente cínicos y con una triste pose de ironía ante todo) Love acaba de rematar el cuadro metiendo el dedo aún más en la herida.
Incluso el nombre de la serie parece un chiste (Love, AMOR) con un plantel tan tristón donde, no haremos spoilers, se nos van explicando las motivaciones de los personajes para haber llegado a esa situación. Lo que resulta también un buen análisis del fracaso de la sociedad norteamericana (no faltará quien crea que todo es un reflejo del mundo en general…) y de que, en cierto modo, esta nueva generación es producto de los errores del pasado.
Al espectador le desesperará también la torpeza de los protagonistas. Su necesidad de autolesionarse sentimentalmente, de boicotearse. Eso, pese a que tiene su sentido en su base, no deja de quedarnos la sensación de que nos hemos infantilizado un poco. Love es una buena oportunidad de echar un vistazo a nuestro alrededor y, salvando las distancias (que hay muchas entre USA y nuestro país), tomar buena nota de los errores cometidos en el plano amoroso y, a lo mejor, en todos los demás.
Queda por saber, y eso tendrá que juzgarlo el público o transmitirlo sus creadores, curiosamente gente con buenos sueldos, reconocimiento profesional y unas vidas sentimentales muy estables y convencionales (Judd Apatow lleva casado diez años con la actriz Leslie Mann con la que tiene dos hijas, por cierto, una de ellas aparece en la serie haciendo un grandísimo papel, Iris Apatow, y Paul Rust y Lesley Arfin –los otros dos creadores- están casados), si Love es una serie crítica o solo quiere ser el reflejo de lo que hay, una forma como otra cualquiera de gustar a la audiencia actual. Pueden ustedes disfrutar, y desesperarse a partes iguales, con ella. Ya advertimos: reírse a veces pica un poco.
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