Mucho más que fútbol
El jugador de fútbol ucranio Roman Zozulya ha quedado en una situación de completa indefensión ante la inhibición de los estamentos deportivos
Resulta pasmoso que un trabajador, presionado desde las redes sociales para que no pueda ejercer su profesión, lejos de recibir el apoyo real —no las meras palabras— tanto de sus empleadores como de los organismos que regulan su ámbito profesional, vea cómo se le endosa la responsabilidad de tomar una decisión para solucionar el problema. El jugador de fútbol ucranio Roman Zozulya ha quedado en una situación de completa indefensión ante la inhibición de unos estamentos deportivos que lejos de hacer valer sus derechos, prefieren ceder ante las presiones de colectivos cuyos instrumentos de actuación son el chantaje y la coacción.
Zozulya ha sido relacionado con la ideología neonazi, en parte por culpa de la difusión en España de una información errónea cuyos posteriores desmentidos no han servido para nada. A partir de ahí un grupo de aficionados del Rayo Vallecano —equipo en el que debía jugar cedido desde el Betis— ha lanzado una feroz campaña de presión para forzar la salida del jugador ucranio, cuyo país ha sido en parte anexionado por Rusia. En este clima se han producido incluso amenazas de muerte por parte de elementos descontrolados.
No deja de ser una paradoja que grupos de hinchas conocidos por su radicalidad y con numerosos incidentes violentos a sus espaldas se erijan en defensores de la moral pública y la pureza ideológica en el fútbol y, por extensión, en nuestra sociedad. Pero es donde hemos llegado, por cierto con el aliento interesado de medios de comunicación y redes sociales con base en Rusia, que no pierden ocasión de manipular la información de todo aquello que les concierne.
Si el jugador Zozulya ha cometido algún delito o exceso merece ser sancionado, siempre con pruebas fehacientes. En caso contrario debe ser protegido, pero nunca hay que dejarle a él solo la pelota.
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