10 fotosTodo lo que no sabes sobre nazis y drogasEl autor del libro El gran delirio nos acerca a una realidad histórica poco conocida hasta el momento Hitler, cocaína en chicles y mucho Pervitin Tentaciones09 ene 2017 - 14:26CETWhatsappFacebookTwitterBlueskyLinkedinCopiar enlaceA las afueras de Berlín se encuentran las ruinas de los laboratorios Temmler. Allí se fabricaron desde 1938 grandes cantidades de metanfetamina comercializada con el nombre de Pervitin.Aunque el consumo de drogas era ferozmente perseguido en la Alemania nazi, la novedosa matanfetamina fue una excepción. El Pervitin era considerado una panacea para el tratamiento de un sinfín de síntomas: depresión, problemas circulatorios, decaimiento, frigidez… Muy pronto, la sociedad entera se rendía ante los milagrosos efectos de la pastilla. Desde abajo hasta arriba, trabajadores, amas de casa, estudiantes, médicos o hombres de negocios, todos recurrirían al Pervitin para no perder el paso acelerado de los nuevos tiempos.La figura del Führer como modelo de rectitud moral era contínuamente exaltada por el régimen. Hitler no bebía, no fumaba, era vegetariano y casi no tocaba mujer. Pese a sus ascéticas costumbres tenía un problema recurrente: digerir tanto pasto le hacía sufrir de terribles gases. Ningún tratamiento parecía aliviar sus molestias, hasta que el doctor Theo Morell se cruzó en su camino.Morell, el rechoncho doctor que se había labrado un nombre a base de inyectar novedosos preparados vitamínicos y otras sustancias dudosas a una ilustre clientela, pronto se ganaría la confianza de Hitler. El paciente A recibiría en lo sucesivo inyecciones asiduamente, como consta en las exhaustivas anotaciones del que fuera su médico personal.En la primavera de 1940, más de 35 millones de unidades de Pervitin fueron producidas en la planta de Temmler para abastecer al ejército. De no haber sido por la metanfetamina, la blitzrieg hubiese resultado humanamente imposible. Avanzando día y noche ininterrumpidamente, los nazis empezaron a creerse verdaderamente miembros de una raza superior. Galopando por los territorios de su éxtasis químico, marcharon sobre Francia sin atender a más razones que las de su propia inercia.Las continuas tensiones de la guerra hacían mella en la salud del Führer. Hitler no podía permitirse indisposiciones, y el alivio sintomático de sus dolencias requería cada vez de sustancias más potentes. Morell, siempre a su lado, tenía la solución lista en la jeringa. El eukodal, un opiáceo pariente de la heroína, se convirtió en el ingrediente estrella del misterioso cóctel inyectado en las venas del paciente A. Ocasionalmente cocaína, esteroides y metanfetamina completablan el menú.Todo lo que sube baja, y el Pervitin no tardó en mostrar su cara oscura entre los soldados. Las dosis ya no bastaban y el bajón hacía imposible mantener el optimismo en el frente. Solo una sustancia milagrosa podría levantar al ejército y hacer virar el rumbo de la guerra. Era necesaria la superdroga.Los prisioneros de Sachsenhausen fueron los conejillos de indias de una peculiar misión. La 'Patrulla de las drogas' consumiría potentes dosis de cocaína y metanfetamina durante varios días, en los que sería obligados a permanecer despiertos y activos, "colocados en las barracas".Tras las pruebas, una sustancia se alza ganadora: la cocaína en chicles. Esta chuchería será administrada a unos jovencísimos voluntarios reclutados por la marina para ayudarles en su misión suicida. Encerrados en minúsculos submarinos construidos a toda prisa, completamente solos y sin contacto con el mundo exterior, los jóvenes marines son mandados a torpedar barcos aliados con un subidón de cocaína. "Asco y miedo en el Atlántico". Muchos de ellos aún reposan en las profundidades del Océano.En otro lugar oscuro y claustrofóbico, el Oberbefehlshaber vivía su propio hundimiento. Sacudido por violentos temblores, su cuerpo en ruinas acusaba la ausencia de las sustancias que durante los últimos tiempos le habían ayudado a mantenerse en su locura. No quedaba nada, Hitler estaba solo ante la realidad de la que había intentado huir. Su doctor personal se convertía en un traidor más. Entre sollozos, Morell abandonaba el búnker y huía a Baviera, donde meses más tarde sería descubierto por los americanos.