Fiestas tristes
Dicen que las elecciones son la fiesta de la democracia. Las de ayer en Estados Unidos han sido como un divorcio a la japonesa
En Japón se organizan fiestas de divorcio. Son como bodas, pero al revés: las parejas celebran que ya no se quieren.
No es broma. Hay empresas especializadas en este tipo de eventos. Ofrecen catering, bebidas y hasta actividades grupales. Por ejemplo, si uno de los dos cónyuges ha sido abandonado, tiene derecho a vengarse arrojando huevos o tomates a su ex frente a los invitados. O ambos pueden tirar sus alianzas a la basura (solo de manera simbólica, luego las retiran del cesto y las venden).
Por un extra, la empresa organizadora ofrece actores que montan un pequeño espectáculo cómico sobre la prometedora vida sexual de los anfitriones. También puede haber regalos sorpresa para los invitados, como ropa interior sexy, por si quieren tentar a alguno de los ex. Se supone que todo eso debe ser gracioso. Pero los asistentes, sobre todo los consuegros, lloran con frecuencia.
Algo así fueron las elecciones de Estados Unidos celebradas ayer. Durante meses, el mundo ha visto a una pareja pelear amargamente. Él le ha dicho a ella asquerosa, delincuente y mala pécora. Ella lo ha llamado degenerado, sinvergüenza y poco hombre. Al final, ni siquiera se saludaban cuando coincidían en un debate. El problema es que cada uno de ellos representa a una América diferente: la más furiosa contra la más optimista. La del pasado contra la del futuro. Por más que haya ganado una, el gran perdedor es el vínculo entre ambas.
Dicen que las elecciones son la fiesta de la democracia. Las de ayer han sido como un divorcio a la japonesa, donde, a pesar de la comida y el espectáculo, los invitados sienten ganas de llorar.
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