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Tribuna
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¿Padres contra profesores?

Los educadores y las familias deberían militar en el mismo bando para que los deberes sirvan para interiorizar enseñanzas e inculcar el valor del esfuerzo

Un padre ayuda a su hijo con los deberes.
Un padre ayuda a su hijo con los deberes.S. Kambayashi (AP)

Lo más penoso del “boicot a los deberes escolares” promovido por la CEAPA (Confederación española de padres y madres de alumnos) para los fines de semana de noviembre gravita en torno a la idea de que “lo escolar tiene que resolverse en la escuela”. Escribimos redacciones para aprobar la asignatura de Lengua, tocamos la flauta para sacar buena nota en Música y hacemos cálculos matemáticos para pasar de curso, como si lo escolar fuera un fin en sí mismo, en vez de una herramienta para ensanchar el horizonte de nuestros hijos valiéndose de la escritura, de la música o de los números para vivir mejor, cultivar sus aficiones y ejercer su libertad con mayores recursos.

Penoso, sí. La estúpida pregunta infantil de “¿esto para qué sirve?” parece no haber desaparecido de aquellos padres que solo aprecian de la enseñanza la funcionalidad de unos resultados académicos que, como si la escuela fuera una fábrica o una oficina, han de obtenerse en horario laboral porque en cuanto este termina comienza la vida de verdad, la infancia, la familia, los amigos y el disfrute de la existencia, ajeno a todo ese rollo escolar que hay que soportar como una maldición. Tantos profesores partiéndonos los cuernos para transmitir que nuestras enseñanzas, nuestras clases, nuestras tareas para casa no tienen otro objeto que ayudar a los chicos y resulta que las asociaciones de padres nos sacan los dientes, como si la mayoría de nosotros no fuéramos también padres sino una especie de marcianos.

Animar a la desobediencia escolar es el peor de los caminos por tentador y mediático que resulte

En mi condición de tal, no se me escapa el malestar que provoca en muchas familias la excesiva presión escolar que los niños padecen tantísimas veces. Sobre todo cuando constatas que han perdido mucho tiempo en su horario reglado o que les mandan cuestiones mecánicas, estúpidas o que no están a su alcance, trastornando el ambiente doméstico cuando con ello se mediatiza el escaso tiempo de convivencia familiar del que disponemos en el día a día. Pero de ahí a invitar a los alumnos a que no los hagan, como parece sugerir la CEAPA, hay un abismo demencial si ello presupone que padres e hijos forman un bloque con intereses comunes frente o contra los profesores cuando el más ínfimo y común de los sentidos nos anima a suponer que cuando hablamos de educación la alianza de los adultos ante los niños es tan imprescindible como cuando hablamos de criterios comunes entre la madre y el padre ante el hijo. Por eso resulta alucinante que padres en su sano juicio no comprendan que el buen entendimiento con los profesores de sus hijos es necesario para todos y que animar a la desobediencia escolar es el peor de los caminos, por aparente y tentador que resulte su impacto propagandístico y mediático.

¿Qué hacer entonces? Pues hablar en los Centros, en las reuniones de padres, con los profesores y equipos directivos para racionalizar los conflictos y negociar en cada caso los intereses familiares con cada niño, cada profesor, cada situación. Porque hacer bandera de que los deberes son negativos y de que lo escolar ha de quedarse dentro del aula me parece de una estupidez supina. Antes hablaría de todos esos padres que mandan a sus hijos al comedor escolar sin haberles enseñado a comer en casa. En serio, cada comienzo de curso los profesores y trabajadores de la enseñanza constatamos un ligero retroceso en casi todo lo referido a la conducta y el nivel académico de los escolares, como si fuera lo normal que en las familias no se inculcaran hábitos de trabajo, lectura, cooperación, responsabilidad o esfuerzo alguno. No quiero generalizar ni ofender a nadie pero me sorprende qué poca reflexión social existe sobre los estragos que produce en niños y jóvenes la manera en que tantos padres, muchas veces en nombre de la libertad, el respeto y otras vaguedades, se desentienden de la difícil tarea de inculcar en sus hijos los hábitos y valores cívicos necesarios para la buena convivencia en general y escolar en particular. Para eso nos pagan a los profesores, parece, aparte de que tengamos tantas vacaciones.

Los niños no deben disociar la escuela del resto de sus vidas

No voy a sostener que los deberes escolares puedan solucionar las carencias de la educación familiar pero sí creo que es bueno que los niños no disocien completamente la escuela de sus vidas. Pasar algo a limpio, repasar lo que se hizo en clase, buscar alguna información de interés, aplicar alguno de los aprendizajes, contar lo que se hace en la escuela, plantear dudas, etc. son cuestiones, en mi opinión, imprescindibles para interiorizar algunas enseñanzas, para cultivar la memoria, el orden y la responsabilidad personal, palabras todas ellas malsonantes, como bien saben. No se trata de amargar ni de sacrificar su tiempo libre ni el de sus allegados, no. Cada familia debe saber plantarse ante los profesores de sus hijos cuando perciben que se están pasando de la raya o de que hay miedo, amenazas u otras cuestiones inaceptables, pero no hay por qué hablar mal de los deberes, al contrario, padres y profesores deberíamos militar en el mismo bando, transmitiendo a los escolares que merece la pena esforzarse para ampliar los horizontes de nuestros minúsculos mundos.

Vicente Carrión Arregui es profesor de Filosofía.

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