Estrella
La cantante considera un honor no lograr sacudirse la sombra de su padre. Ella es una artista excelsa y un verso suelto
En las veladas con Paco Rabal, nunca sabías cómo sería el instante siguiente. En una de esas noches mágicas, en Águilas, conocí a Estrella Morente. Tendría unos 18 años. “Esta niña es la hija de mi hermano Enrique y canta como los ángeles”, soltó Paco, con aquella voz y aquel tono que, ahora, sólo escucho en la increíble imitación de Juan Echanove. Mucho tiempo después, en 2010, volví a ver a Estrella. Fue otro de esos días que parecen bendecidos. Yo comía con Fernando Trueba y Bebo Valdés en el Chinitas de Málaga. Estrella vino a la sobremesa con su hermana Soleá. Su idea era tomar un café y volver a casa pero lo que hicimos fue darle la vuelta al reloj. Tuvimos suerte: en el restaurante había un piano. Bebo, 91 años, tocó, Estrella cantó, Soleá cantó. A las dos de la madrugada nadie nos había echado del Chinitas y a las cinco aún no habíamos huido de la noche. Fue una velada Paco Rabal sin Paco Rabal.
Estrella considera un honor no lograr sacudirse la sombra de su padre. Ella es una artista excelsa y un verso suelto. Su historia con Javier Conde ha limpiado de caspa la tradición de los romances entre folclórica y torero y todo lo suyo tiene un toque distinguido, especial, incluido su arrebato cuando les cantó las cuarenta a los políticos, a la cara. Ese día le salió La Pasionaria que lleva dentro y tanta gracia le hacía a su papá. Ella no deja de subirse el listón. Hoy, en el Teatro Romano de Mérida, dirigida por José Carlos Plaza, Estrella interpreta a Lisístrata, una heroína a la que, de repente, tanto recuerda.
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