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Tentaciones

¿Lo moderno ahora es ser de derechas?

Según Andrea Levy, vicesecretaria de Estudios y Programas del Partido Popular, lo moderno hoy en día es ser liberal mientras que lo de izquierdas está anticuado. ¿Lleva razón? Profundizamos en el tema

Sergio C. Fanjul

Dijo el otro día Andrea Levy, vicesecretaria de Estudios y Programas del Partido Popular, que lo moderno hoy en día es ser liberal y que ser de izquierdas es antiguo. Y tiene razón. Ojo: cuando yo era chaval tener unos padres liberales era tener unos padres que fumaban canutos, te dejaban salir hasta tarde y te llevaban al cine a ver Instinto Básico. Ahora liberal es otra cosa. Pero, como decía Levy, no solo ser de izquierdas es antiguo, también parece ser cosa de otro siglo, aquel antagonismo antisistema tan saludable del que venían haciendo gala históricamente las subculturas juveniles, aquello del teenage riot, de la rebeldía adolescente. Si la muchachada antes afirmaba su marginalidad con la litrona y el porro en los parques de extrarradio, castigaba su cerebro con música ruidosa que los adultos temían y despreciaban, y trataba de asustar a las señoras con sus tachuelas y sus crestas de colores, con sus cabellos cardados y sus rostros (ultra)pálidos, con sus pelos largos y sus patas de elefante, ahora lo moderno más que romper estereotipos estéticos o políticos es adaptarse dulcemente a los designios del sistema. Al saludable batido de verduras, a la larga mesa de madera avejentada, a la bombilla vintage, en bares clónicos, en barrios clónicos, en ciudades clónicas con personas clónicas que se piensan especiales porque lo dice su Instagram estándar.

Jóvenes, búsquense la vida en la jungla laboral porque no tendrán trabajo fijo en la vida y nadie va a venir a ayudarles. Y jueguen a la Bolsa

Si hubo un momento, en tiempos de antiglobalización, en que usar marcas y consumir productos de multinacionales del fast food era la postura opuesta a lo considerado alternativo y underground (aunque a escondidas se hiciera casi inevitablemente), hoy la uniformización hipster y el patrocinio festivo de la marca cool de turno son fundamentales en lo que consideramos vanguardista, fresco, juvenil, rompedor. Moderno. Da la impresión de que las mojigatas e inofensivas subulturas actuales en vez de querer expresar su individualidad frente al mainstream, están deseosas de integrarse en él a toda prisa y a toda costa, redes sociales mediante. Fíjense en Josef Ajram, escritor y deportista,  un tipo indiscutiblemente trendy, de maneras desenfadadas, nombre exótico y cuerpo apolíneo plagado de tatuajes, en cuyo discurso se encuentran las recetas del capitalismo más salvaje: jóvenes, búsquense la vida en la jungla laboral porque no tendrán trabajo fijo en la vida y nadie va a venir a ayudarles. Y jueguen a la Bolsa.

Por supuesto que hay juventud comprometida, que desde el 15M ha logrado cambios inéditos, pero no es la juventud que se identifica con la modernidad, sino otra, esa que a Andrea Levy le parece rancia. Y no digo yo que los hippies o los punks, por citar algunos movimientos modernos pretéritos, hayan señalado la vanguardia política (aunque algunas veces lo hicieran en la contracultura de los 60) ni conseguido grandes avances sociales, pero al menos sí que se adivinaba en la mayoría de las tribus urbanas anteriores una actitud a la contra, que cuestionaba algunos aspectos del mundo heredado.

Como suele recordar el periodista Víctor Lenore (autor de Indies, hipsters y gafapastas, publicado por Capitán Swing), hubo una vez que el hip hop fue la CNN del gueto y no objeto de papel couche. Se dijo en su día que La Movida era neoliberal, pija y derechista, pero, oigan, al menos salían en el programa de Paloma Chamorro diciendo boutades para escandalizar a papá y a mamá y fumando en serie.

Si uno no se cuestiona la totalidad de lo que existe a los 20 años, difícilmente será un ciudadano crítico a los 40

En Rebelarse Vende (un clásico de Joseph Heath y Andrew Potter publicado por Taurus) se critica que los movimientos surgidos de la contracultura no servían para cambiar el mundo, solo para vender cosas y tratar de molar (y es cierto, porque la política se cambia haciendo política), pero hasta el mediático movimiento grunge representaba algún tipo de antagonismo social, aunque fuera desde el individualismo y nihilismo que se irradiaba a todo el planeta desde el raído sofá de Kurt Cobain. Se diría, siguiendo a Gramsci (que no era de derechas, pero sí está de moda), que la izquierda ha perdido la hegemonía cultural, al menos en lo que a la 'modernez' se refiere, hecho no baladí en tiempos como los que corren, ávidos de futuro y novedad.

Es inevitable que la gente se modere con la edad, pero si no existe rebeldía juvenil, si no existe transgresión en la modernidad, más que moderación adulta habrá atontamiento generalizado. Si uno no se cuestiona la totalidad de lo que existe a los 20 años, difícilmente será un ciudadano crítico a los 40. Pero ahí va el moderno contemporáneo, con su atomizado a la par que excitante trabajo precario y su entrada doble para el festival musical de veraneo. Deseoso de seguir haciendo girar la rueda en vez de meter un palo entre sus radios.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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