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PORQUE LO DIGO YO
Columna
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El arte de morir

El impacto de la pérdida inesperada de un ser querido es una sensación tan devastadora que no sé a qué se puede comparar

La actriz barcelonesa Emma Cohen, retratada en 2011
La actriz barcelonesa Emma Cohen, retratada en 2011Juanjo Guillen (EFE)

El lunes se me ocurrió dedicarle esta columna a Emma Cohen y pasé el día con ella en la cabeza. El pretexto era que, 40 años después de su rodaje, mañana se repone la película de Fernando Fernán-Gómez, Bruja, más que bruja, su trabajo de actriz más loco y divertido. Pero ese lunes por la noche, Ana Labordeta y Kathleen López me contaron que nuestra amiga acababa de morir y yo me quedé temblando. El impacto de la pérdida inesperada y temprana de un ser querido es una sensación tan devastadora que no sé a qué se puede comparar. Si, además, la noticia la recibes mientras piensas en él, todo parece demasiado absurdo.

Emma convivía con un cáncer pero nunca me lo llegó a insinuar. Ni a mí ni a casi nadie. Nos escribíamos a menudo, y hablábamos de vez en cuando, pero apenas nos veíamos. Hacía tiempo que buscaba excusas para no salir de su refugio en Algete, y ahora entiendo por qué. He revisado sus últimos emails y no se advierte en ellos ni una pizca de desánimo o tristeza. No dejaba de bromear y escribir travesuras. Era una de esas personas que sólo aspiran a dar alegrías.

Saber vivir es un arte sólo comparable al de saber morir. El majestuoso Rafael Azcona pidió a su mujer que no anunciara su fallecimiento hasta dos días más tarde, para liberar a los amigos del engorro de salir de casa por su culpa. También en eso, Emma Cohen era uno de los suyos. A la persona que le vio morir, la cineasta Helena de Llanos, nieta de Fernán-Gómez, le dejó muy claro que ella no quería molestar, ni muerta.

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