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Tentaciones

¿Ha sido creíble la imagen campechana de Rajoy en el 'El Hormiguero'?

Ayer, a pocos días de las elecciones, el presidente en funciones acudió al programa de Antena 3. Fue el último candidato en hacerlo. Y allí hizo chistes, explotó su 'campechanía' y se sometió a las cómodas preguntas de Pablo Motos

Una imagen de Rajoy ayer en 'El Hormiguero'
Una imagen de Rajoy ayer en 'El Hormiguero'Antena 3

¿Por qué ha tardado tanto Mariano Rajoy en acudir a El Hormiguero? ¿De qué tenía miedo? ¿De que apareciese por sorpresa Ana Pastor -la presentadora, no la ministra- y le sometiese a una ráfaga de preguntas incómodas? El presidente en funciones ha esperado cuatro largos años para aceptar la oferta de Trancas y Barrancas. Cuatro largos años en los que ha permanecido oculto, escondido tras el parapeto de sus asesores, creyendo a pies juntillas que lo suyo era el silencio. A estas alturas, y tras el paseo de anoche por el plató de Antena 3, debe haberse dado cuenta de la cantidad de oportunidades de oro que ha ido desperdiciando en todo este tiempo. Sesenta minutos con Pablo Motos han hecho más por la imagen de Rajoy que las versiones bailables del himno del PP o el spot electoral de las sonrisas -¿alguien ha despedido ya al jefe de campaña?-. Aunque, claro, tampoco es que la cosa fuese muy complicada.

Los constantes gazapos que el presidente en funciones ha ido regalándonos durante su mandato -ya saben, lo del alcalde, lo de muy españoles y mucho españoles, lo de los catalanes hacen cosas- nos han hecho creer que Rajoy no ha nacido con el don de la palabra. Una treta perfectamente planeada que muy poco tiene que ver con la realidad. Puede que le incomode el enfrentamiento dialéctico, o que no lo considere necesario -algo ya curioso en un político-, pero cuando toca hablar, sabe muy bien por donde tirar.

Rajoy se ha mostrado bonachón, campechano, chistoso, rápido en las respuestas e ingenioso en los comentarios

En su visita a El Hormiguero, Rajoy ha sacado a relucir la mejor versión de sí mismo. Se ha mostrado bonachón, campechano, chistoso, rápido en las respuestas e ingenioso en los comentarios. Ha entrado al juego sin reservas y se ha venido arriba con los -estudiados- aplausos del público. Vamos, ni en el mejor de los mítines hubiese disfrutado tanto. Le llegan a dejar retransmitir un partido y se convierte en la mejor noche de su vida.

Lástima que, tras esa imagen de diversión, se esconda el mismo rajoyismo de siempre. Sin despeinarse su cuidada cabellera, el presidente en funciones fue relatando los greatest hits de su propuesta política. Que si dos millones de empleos -¿cuánto tiempo lleva ofreciéndolos?-, que si una gran coalición para salvar al país de todos sus males, que si la corrupción le ha hecho mucho daño.

Hemos visto lametones de cachorros más duros que la entrevista de Pablo Motos -la única persona en televisión que ha tuteado al presidente en funciones, dirigiéndose a él, eso sí, como señor Rajoy-. Y, de hecho, twitter fue una mina de críticas al presentados y su actitud con Rajoy. Puede que la función de El Hormiguero no sea incomodar a los políticos, pero tampoco nos pasemos. ¿A qué viene eso de preguntarle si cree que los catalanes tan solo quieren pasta? ¿Y los aplausos tras frases que no son más consignas ideológicas del partido de turno? Algo se nos escapa en todo este asunto.

Rajoy ha encontrado en la campechanía su mejor baza. No será enérgico, no liderará un partido emergente, no podrá colgarse la medalla del cambio, pero, oigan, nadie se rinde a las obviedades con la facilidad de Mariano. "Los españoles son buena gente", "el trabajo es bueno", "los políticos son honrados". Y le funciona. ¿Quién no ha sentido un puntito de ternura escuchándole hablar? ¿Quién no ha experimentado cierta empatía ante la soledad con la que dice afrontar los problemas?

¿A qué viene eso de preguntarle si cree que los catalanes tan solo quieren pasta?

Rajoy ha conseguido reconstruir el discurso del victimismo para salir airoso de una situación que ha contribuido a crear. Son los demás los que tienen la culpa, los que no quieren hablar, los que no le dan sus escaños, los que no le hacen presidente. Consignas lastimeras que surten efecto y hacen que el paro, la pobreza o los millones de euros desviados parezcan responsabilidad de otro. ¿Corrupción? No se atreverá con esta cara de buena persona, ¿verdad?

Rajoy se lamenta del espectáculo bochornoso que han ofrecido los políticos en los últimos meses como si su negativa a formar gobierno hubiese sido algo circunstancial. Una desgracia sobrevenida. No debería extrañarnos tanto si Bertín Osborne es capaz de quejarse de que no pueden hacerse chistes de mariquitas pero se envalentona cuando alguien se ríe de él. En misa rogando y con el mazo dando. Tal vez ahora consiga cambiar de rumbo. Tal vez ofrezca una coalición a Trancas y Barrancas. ¿Contentará a Susana Díaz? Igual tenemos que esperar a las terceras elecciones... Madre mía, ¡qué pesadilla!

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