Castigos bumerán
Cuando te dejas llevar por el enfado, corres el riesgo de imponer castigos que se vuelven contra ti
Mis hijos se han pasado este fin de semana castigados a todo. A todo es, básicamente, sin tableta y sin tele, además de una amenaza de resonancias bíblicas que, por supuesto, no durará ni siquiera una semana: “A partir de ahora, tendréis fruta todas las tardes para merendar”. Son de esos castigos bumerán, es decir, que siempre se vuelven contra quien los impone. Me recuerdan a esa rima que usábamos de pequeños, la de “bota, rebota y en tu cara (o culo, según la versión) explota”.
Porque está muy bien que se aburran para desarrollar su creatividad, que tengan tiempo de juego libre para dejar volar su imaginación, que bajen al patio para tomar el aire y blablabla. Pero a la hora de la verdad, échate un fin de semana entero sin niñera electrónica, y el que está en realidad castigado eres tú, que te quedas sin poder dormitar en el sofá mientras ellos ven una peli o que no puedes recoger o ir al baño sin escuchar cómo se desata la tercera guerra mundial por un juguete que nadie recordaba que existiera o porque el de 8 años se ha reído de Cristiano Ronaldo, la de 7 de Messi y la de 4 de los dos.
Lo reconozco, en esto de los castigos lo hago fatal. Me sé toda la teoría, pero a la hora de aplicarla, hago lo contrario. ¿Que los expertos recomiendan castigos relacionados con el comportamiento que se quiere corregir, y a ser posible de reparación? Pues toma confiscación de iPad por gritar en el coche. ¿Que los libros aconsejan contar hasta 10 y no castigar nunca en caliente? Marchando una de gritos desaforados que tiemblan las paredes. ¿Que nunca, como con lo de mojar a los gremlins, hay que levantarles un castigo porque luego no te toman en serio? Bueeeeeeeno, en realidad no se portaron tan mal, es que yo me puse nerviosa y me dejé llevar por el lado oscuro de la fuerza…
¿Y lo de la fruta, diréis? ¿Cómo puede convertirse en un castigo? Ya, ya lo sé. Valentín Fuster, que para más inri, da charlas sobre vida saludable en nuestro colegio, me va a castigar a mí como se entere. Pero después de unas cuantas tardes quitándole lo negro al plátano del mayor e intentando pelarle la manzana a la mediana con la navaja de exploradora sin sacarle un ojo a los niños que pasan a nuestro lado a la salida del cole me estreso tanto que al final recurro al bocata de nocilla o jamón york y al bollo industrial. Hasta el día en el que me cabrean mucho. Que entonces les lanzo la peor de las condenas, la de la fruta diaria. Cómo no, otro castigo bumerán.
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