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Porque lo digo yo
Columna
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Cuernos

Para ser un toro, a Easy Rider no le va nada mal. Ha protagonizado la ópera de Schönberg Moisés y Aarón en París. Debuta el 24 en el Teatro Real de Madrid. Cobra €5.000 por función, lo mismo que un bailarín al mes

Una escena del montaje de 'Moisés y Aarón', en la Ópera de la Bastilla de París, el pasado año.

Para ser un toro, a Easy Rider no le va nada mal. Ha protagonizado la ópera de Schönberg Moisés y Aarón en París. Debuta el 24 en el Teatro Real de Madrid. Cobra €5.000 por función, lo mismo que un bailarín al mes. Cuenta con asistente personal. Su única obligación: presentarse en escena quince minutos, mirar a los humanos y poner cara de "qué bichos tan extraños".

No es fácil ser una diva. La envidia es muy mala. Easy Rider ha desatado la furia de los grupos animalistas. Miles de firmas en change.org se oponen a su carrera. Argumentan que su actividad no es natural, que el escenario le produce estrés.

Estresado o no, Easy Rider vive a lo grande. El ganado proletario —la vaca de toda la vida— se aprieta en cubículos minúsculos, se reproduce artificialmente y muere por la espalda. Si las reses del mundo pudieran elegir, se cambiarían por Easy Rider. Hasta yo me lo pensaría.

Pero la izquierda más radical se desliza hacia el exotismo: la CUP pretende que las mujeres cambien las compresas menstruales por esponjas marinas. La dirigente Anna Gabriel considera que esa manía de tener un solo padre y una madre vuelve a los niños muy fachas. Curiosamente, mientras tanto, el Papa Francisco reivindica a homosexuales, divorciados, refugiados y minorías discriminadas. La semana pasada, admitió que las mujeres podrían tener un papel mayor en la Iglesia.

Los activistas se parecen más y más a las monjas del colegio, que imponían su moral por absurda que fuese. Los Papas se vuelven abiertos y tolerantes, casi hippies. Normal que Easy Rider nos mire y piense: "qué bichos tan extraños".

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