Carlos Bardem: "En mi familia somos muy intensos, para lo bueno y lo malo"
“La violencia fascista sigue ahí y cada vez va a más”, afirma el actor y escritor, que tiene dos series en antena, 'La embajada' y 'Club de cuervos'
Una mañana de viernes, en plena calle Augusto Figueroa de Madrid, se nos acerca un rostro de púgil marcado por las horas de más sin dormir. El actor y escritor Carlos Bardem (Madrid, 1963) guarda el móvil, sonriente y prudente, manejando a la vez todos sus personajes, los de ficción y el real. Versátil hasta para la vocación, vive entre México D. F. y Madrid; entre escribir y actuar y, ahora, entre rodar la serie La embajada, que acaba de estrenar Antena 3, y la segunda y tercera temporadas de la comedia de Netflix Club de cuervos.
¿Dónde se aprende más, en las aulas, en la calle o en los libros? Mi tradición, por generación, por estudiar en los años ochenta en la Universidad Autónoma de Madrid, es la historiografía marxista. Además, mi padre consiguió que leyera y me riera con El Quijote. Todo lo que tengo que saber del ser humano lo he leído en la novela rusa del siglo XIX. Pero las grandes historias están en la historia, no hay ninguna ficción que la supere.
En momentos de desmoralización, la transición de la pequeña burguesía hacia el fascismo es muy fácil
Hay quien piensa que la literatura sirve para descubrir la historia. En un libro de historia está la anécdota que puede desencadenar una gran novela. Mi nuevo libro, por ejemplo, nace de un pie de página de un ensayo. Y al final me hice actor por culpa de la literatura.
Siempre buscando culpables. Pues sí, pese a venir de la familia que vengo –piensa que mi tatarabuela ya era actriz–, mi educación ha sido muy literaria. Y cuando escribo lo hago con pretensión de hacer buena literatura. En lo de actor empecé tarde. Huía siempre porque he vivido la parte menos reluciente de la profesión. Mi madre es una actriz a la que le llega tarde el reconocimiento. En mi casa, de pequeños, no sobraba de nada. Yo he visto a mi madre tener que hacer teatro, televisión, y en los meses de paro, cualquier cosa. Oía la palabra actor y miraba hacia otro lado. Curiosamente, llegué a la profesión gracias a Álex de la Iglesia, que me ofreció trabajar en Perdita Durango. Acepté porque quería escribir el que fue mi primer libro [Durango perdido, Ediciones B], un ejercicio de periodismo gonzo en la frontera de EE UU y México. Pero, cuando me puse ante la cámara, rebrotó toda mi infancia en teatros y en platós, y dije: “Sí, esto es lo que quiero hacer”.
La familia es inevitable: para unos es cárcel, para otros, refugio. ¿Y para usted? En unas épocas fue cárcel. Ya sabes, hay un momento en que creas tu identidad negando la de los que tienes más cerca [ríe], pero hoy puedo decir orgullosamente que mi madre y mi hermano son mis mejores amigos. Es con quienes más me río y con quienes más me entiendo. Y como actor son mi referencia y mi inspiración. En la familia están las grandes alegrías, las angustias. Amar es aprender a hacer tuyo el dolor y las alegrías de la gente que quieres. Y en mi familia somos muy intensos, para lo bueno y para lo malo.
¿Suele pedir ayuda a Javier? Ayer mismo me ayudó a grabar una prueba. Abuso de su generosidad. Mi hermano quiere mucho y quiere bien. Si no es el mejor, está entre los cinco mejores actores del mundo.
Además, su tío, Juan Antonio Bardem, es uno de los grandes directores españoles. Por desgracia, no tuve tanto contacto, lo traté de mayor y no todo lo que me hubiera gustado. Sé más a través de su obra que de él mismo. Muerte de un ciclista o Siete días de enero son joyas del cine español, películas que fueron a contracorriente y que siguen vigentes. La violencia fascista sigue ahí y cada vez va a más. En momentos de desmoralización ciudadana, la transición de la pequeña burguesía hacia el fascismo es muy fácil. Lo estamos viendo cada día con la crisis de los refugiados, con el crecimiento de los movimientos xenófobos en Europa y en el rebrotar del nacionalismo.
Por eso se desahoga en las redes sociales. Hemos encontrado un espacio de libertad, de comunicación en tiempo real, transversal, donde por ahora puedes expresarte. Yo lo uso como espacio de reflexión, para tirar una piedra en un estanque y crear hondas.
Sus reflexiones en Twitter no son demasiado optimistas, pero usted rechaza el pesimismo. Creo que un pesimista es un optimista bien informado, soy un pesimista en ese sentido [ríe]. Hay que ser optimista ante las dificultades. La gracia de este lapso de ruido y furia que es la vida es esa lucha, si no, te conviertes es un vegetal. Ser optimista es pensar que debemos luchar.
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