Cuando el país al otro lado del mundo es el tuyo
A veces los libros se nos caen de las manos. Adquieren un peso insoportable, un tamaño descomunal y se vuelven imposibles de sostener. Sus páginas se enredan sin remedio en lo más profundo de nuestra mente y sus palabras se quedan incrustadas en ese lugar inhabitable en el que comparten espacio con el horror que más tememos. Pero nos ayudan a penetrar en lo impenetrable y a sondear en la cercanía abismos lejanos. Murambi, el libro de los huesos de Boubacar Boris Diop (considerado uno de los cien mejores libros africanos del siglo XX y editado el pasado año en castellano por Ediciones Wanafrica) nos devuelve la atrocidad que soportó Ruanda en 1994, hace ya más de veinte años. Es decir, ayer mismo.
El senegalés, que ha escrito en más ocasiones sobre el mismo tema y sintió ante él que explicar el genocidio en Ruanda le confirmaba que ser escritor servía para algo, parece hacer suyas las palabras de Toni Morrison: “Después de un genocidio, solo el arte puede intentar devolver el sentido a las cosas”. Para ello nos pone frente al espejo de unos sucesos sobre los que nunca se ha escrito y leído lo suficiente. Máxime en el momento actual cuando la situación en Burundi ha alertado sobre la posibilidad de que se produzca algo semejante en la región de los Grandes Lagos (lo que el propio escritor no ve verosímil, aunque sí considera que decir "atención a Ruanda" funciona como una alerta). Pero, además, el autor pone de manifiesto el desinterés y desinformación que en el propio mundo africano había alrededor del genocidio tutsi ruandés.
En 1998 con la finalidad de romper el silencio de los intelectuales africanos en torno al mismo se lanzó el proyecto Ruanda, escribir por deber de memoria. Théogène Karabayinga, un periodista ruandés de RFI, en el Fest`Africa había mostrado su asombro ante la constatación del desconocimiento que los propios autores africanos tenían en torno al genocidio. El propio Boubacar Boris Diop nos habla de ello en el postfacio que escribió en 2011 para Murambi, el libro de los huesos, realizando un doble ejercicio de memoria y de reescritura.
Habiendo aceptado a fin de cuentas participar en la operación por simple curiosidad periodística, me proponía anotar en un cuaderno de viaje, de una forma totalmente neutra, observaciones y tal vez algunas impresiones sobre una sociedad que me resultaba ajena. En ese momento no era consciente, pero me doy cuenta ahora, de que no conseguía leer los Cien Días de Ruanda de otro modo que como un enfrentamiento tribal en el que todos los actores tenían, de igual manera, las manos manchadas de sangre. Lo que significa que, incluso antes de saber que había habido un genocidio, ¡yo era partidario de la teoría del doble genocidio! Nunca se reiterará suficientemente hasta qué punto es imperativo para cada uno de nosotros separar a África de sí misma para tener al menos alguna oportunidad de hablar racionalmente de ella...
De esta manera, ocho escritores tomaron el guante que les lanzó Fest`Africa de la mano del escritor y periodista Nocky Djedanoum y partieron hacia Ruanda para que el proverbio wolof que afirma que “si pides prestados los ojos de alguien, no te sorprendas de acabar viendo, hagas lo que hagas, lo que el otro ve” dejara de cumplirse. Así, el propio Boubacar Boris Diop junto a Abdourahman Waberi, Koulsy Lamko, Tierno Monénembo, Nocky Djedanoum, Monique Ilboudo, Meja Mwangi y la marfileña Véronique Tadjo (que escribió La sombra de Imana), decidieron dar un paso más allá y dejaron de ver lo sucedido como si se tratara de “vergonzosos secretos de familia que no deben ser expuestos en público” para profundizar en lo acontecido y tratar de explicarlo.
Partiendo de su propia confesión sobre su ignorancia, Boubacar Boris Diop narra los pasos que le llevaron hasta conseguir dar con la forma en la que los testimonios reales encajaran en una novela en la que huyó de su anterior estilo experimental para dar paso a la sencillez que precisaba. En un ejercicio de sinceridad él mismo desnuda su escaso conocimiento previo sobre lo sucedido, incluso su propia visión tan llena de ideas previas como podía estarlo para cualquiera de nosotros (los no africanos) vertidas por los medios de comunicación.
Es revelador que siendo él un intelectual, un escritor y un periodista renombrado con un nivel cultural alto, no manejara más información que aquella que le llegaba desde los medios europeos o norteamericanos... ¿El genocidio no interesaba ni siquiera a los propios africanos?.
Desde la publicación de Murambi, el libro de los huesos, hace once años, he sido invitado a discutir su contenido con los públicos más diversos en numerosos países. No me gusta decirlo, pero tengo que reconocer que ha sido en la propia África donde el rechazo a interesarse por los Cien Días de Ruanda, para analizar sus mecanismos específicos o simplemente para discutirlo, siempre se me ha hecho más obvio. Igualmente, en mi opinión, es en este continente donde la información sobre la tragedia ruandesa sigue siendo aún hoy en día más incompleta. ¿Hay que atribuir una falta de interés tan chocante al “hábito de la desgracia” que evoca el título de una novela de Mongo Beti? (…) Esto no quiere decir sin embargo que nos adaptemos: cada africano ha llevado la carga de los crímenes sangrientos de Mobutu o de Idi Amin Dada y ha vivido sus payasadas como una humillación personal. Todo esto acaba pesando mucho en la mente y la amnesia, más voluntaria de lo que pensamos, sin ninguna duda apunta más a una estrategia individual de supervivencia que a la indiferencia. (Fragmento.Postfacio)
Murambi, el libro de los huesos adopta la forma de novela y se centra en el regreso de Cornelius, quien tras un largo exilio vuelve para enfrentarse con su propia historia personal enmarcada sin remedio en el drama de unos acontecimientos cósmicos cuyo alcance es más alargado de lo que parece ("Lo que ha pasado en Ruanda es un momento de la historia de Francia en el siglo veinte", pág 158). El escritor da voz a víctimas y verdugos, a un puñado de seres que vivieron y sufrieron en primera persona lo acontecido y que ahora conviven con aquello, o que se desmoronan al conocer lo íntimamente ligada que se encuentra la tragedia a sus vidas a pesar de no haber sido parte directa de la misma. La culpabilidad de los hijos de aquellos que masacraron sin piedad y el hilillo de voz por el que surgen los relatos y las pequeñas historias íntimas de muchos que lo perdieron todo (a todos) en aquellos Cien Días, se juntan con las de aquellos que abren sus bocas quizás por primera vez después del horror. O las de aquellos que mataron y exponen sus razones. Boubacar Boris Diop escucha y escribe, se cuestiona y vuelve otra vez. Sabe que ante el silencio, el libro hará que aquellas voces ruandesas se oigan.
Después, y tras el necesario periodo para poder hacerlo, desde Ruanda otras personas también alumbraron libros. Yolande Mukagasana perdió a toda su familia en el genocidio y en 1999 publicó No tengas miedo de saber sobre la que el senegalés opina también: "Esto significa que para la célebre superviviente ruandesa no basta con compartir los sufrimientos de las víctimas para dar sentido a su famoso "Nunca más esto", también es esencial conocer en detalle las circunstancias de la tragedia e incluso las motivaciones de los genocidas. El rechazo a saber que teme Mukagasana (...) es sobre todo, la expresión de una pérdida total de autoestima". Scholastique Mukasonga quien ha llegado a afirmar que "sus libros son tumbas de papel", vive para escribir una y otra vez sobre aquellos días. Son dos nombres, entre muchos otros, que han ido contribuyendo a que "ahora exista un mejor conocimiento de sus mecanismos e infinitamente más compasión por sus víctimas".
El mundo miraba a otra parte mientras, después lo supimos, morían asesinadas muy lejos de nosotros, más de 800.000 personas en 5 semanas. Al comienzo de Murambi, el libro de los huesos, Michel Serumundo, propietario de un videoclub, calma a su mujer que teme lo peor pero intenta consolarse con la idea de que no se iban a atrever "porque el mundo les observaba". En cambio, él sabía que comenzaba la Copa del Mundo de fútbol en Estados Unidos y que los mismos africanos comentarían algo de refilón en el descanso de cada partido, para pasar pronto a otro tema. Michel Serumundo no reprocha nada ¿no había estado él mismo haciendo oídos sordos ante lo que emitía la televisión o lo que se radiaba desde la Radio de las Mil Colinas?. Solo que aquella vez le tocaba más cerca, "Siempre ocurría tan lejos, en países al otro lado del mundo... Pero en aquel principio de abril de 1994, el país al otro lado del mundo era el mío".
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