_
_
_
_
Tentaciones
_
lecturas

En las entrañas del cocainómano

Un escritor enganchado, una generación desesperanzada y una sustancia tan mitificada como demonizada

Sergio C. Fanjul
Gtres

Venía a decir Roberto Saviano en su último libro Cero cero cero (Anagrama) que la cocaína, y no la lucha de clases (como decía Marx) ni la ternura (como dice Don Algodón), es lo que mueve el mundo. Ni siquiera el sexo o el dinero: la farlopa. España tiene el honor de ser cabeza mundial en algunas cosas de suma importancia: fútbol, consumo de prostitución y de cocaína. No en vano, la puerta de entrada en Europa del preciado polvo son las rías gallegas, cuya historia, vinculada a unos narcos paletos, ostentosos y horteras, se narra en otro libro, más reciente, Fariña, de Nacho Carretero (Libros del K.O.).

Ahora llega otro volumen que aborda el asunto desde una óptica diferente a los citados: Cocaína, de Daniel Jiménez (Galaxia Gutemberg), que acaba de ganar el premio Dos Passos a la primera novela. En este caso pasamos de la esfera pública a la privada, del ensayo a la ficción, y nos adentramos en la peripecia cotidiana de un cocainómano -su diario durante el año 2013-, en un texto de pulso cocaínico que ahonda en la frustración y el absurdo, en lo cíclico de una vida con un sololeit motiv: llamar al camello, hacer una raya, enrollar un billete, esnifar. "Un gramo y donde siempre", la frase con la que el personaje se cita cotidianamente con su dealer.

"Tenemos noticias cuando se incauta grandes alijos, pero normalmente no sabemos en qué medida circula la droga, solo que se encuentra en los billetes o incluso en el agua de los ríos"

Pero no es esta una narración que trate exclusivamente sobre la droga blanca: "Es también un reflejo de todas las frustraciones por las que pasa la gente de nuestra generación, sean adictos o no", dice el autor, "sienten que ciertas ilusiones se han echado a perder, que ciertas promesas han sido incumplidas, que nuestro futuro no era tan bonito como creíamos. Pero hay que tener espíritu de lucha y una mínima esperanza en que las cosas puedan cambiar".

El protagonista vive, en efecto, inmerso en una continua frustración acrecentada por el hecho de ver a amigos y conocidos triunfar laboralmente y formar familias (hay aquí una obsesión con la paternidad como definitivo rito de paso hacia la madurez, en una generación que procrastina sistemáticamente en eso de la procreación), mientras él no avanza en el abandono de su adicción a la cocaína ni consigue llevar a buen puerto su otra adicción: la literatura (tanto es así que, dentro de la ficción novelesca, consulta a el escritor Juan Soto Ivars, colaborador de esta sección quien, por cierto, también participó en la corrección del texto en eso que llamamos vida real).

Porque el protagonista, además de cocainómano, es escritor, el mismo que escribe este diario que se convierte en novela: "Utilizo ese cliché del escritor que escribe sobre que escribe", dice Jiménez, "un recurso que se utiliza con frecuencia, por ejemplo en textos de Auster, Vila Matas, Bolaño o, de alguna manera, Carrere. Pero me aproximo a ello con cierta ironía". Tanto es así que en cierto momento del relato, hilarante, el adicto llega a preguntarle a su camello qué es la literatura.

Portada del libro de Daniel Jiménez
Portada del libro de Daniel JiménezGalaxia Gutemberg

¿Es cierto que la cocaína mueve el mundo? ¿Dónde está la cocaína? ¿Hay velo de silencio sobre el consumo masivo de esta droga? "Es algo de lo que no se suele hablar, es un tabú", dice el escritor, "conozco algún caso de adicción y a varias personas que trabajan tratando a estos adictos. Y llega a todo tipo de personas: jóvenes y mayores, clases pudientes, amas de casa, hombres y mujeres. Tenemos noticias cuando se incauta grandes alijos, pero normalmente no sabemos en qué medida circula la droga, solo que se encuentra en los billetes o incluso en el agua de los ríos". Cocaína, por llamarla de alguna manera: "Ni siquiera sabemos qué es lo que contiene realmente esa sustancia que llaman así, suele estar cortada con cafeína, medicamentos o laxantes. Es paradójico que esa falta de pureza, esa mala calidad, evite que los estragos que causa sean aún mayores".

Y aunque muchas veces en el mundo del arte y la cultura se tenga una postura complaciente con la droga (muchos cayeron en la heroína emulando a sus ídolos del rock, el consumo de alcohol y otras drogas entran dentro del estereotipo de escritor maldito), Jiménez no toma aquí la vía mitologizante y ensucia su historia con el lado más oscuro del abuso. "Supongo que se espera que los artistas rompan las convenciones sociales, como juguetes rotos o niños malcriados, aunque sea de esta manera tan absurda, cuando sabemos que mucha gente normal y corriente consume coca", reflexiona el novelista, "yo obvio la parte romántica y me centro en esta tendencia autodestructiva, en el momento en el que la droga ya ni siquiera proporciona placer y se convierte en pura necesidad. Pero el consumo ha dejado de estar criminalizado y se ha socializado, lo que indica que algo marcha mal en la sociedad y en la mente de las personas".

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_