“Siempre ha habido asesinatos de mujeres con poder”
Nadia Ghulam, mujer afgana, se hizo pasar por su hermano Sobrevivió como hombre en pleno régimen talibán para poder trabajar y mantener a su familia
Entre las ruinas de barrios enteros por una guerra civil hecha con bombas made in EEUU, entre los recuerdos rotos de familias taladas sin piedad por la maquinaria humana, allí, en ese Kabul, en ese Afganistán, Nadia Ghulam alcanzó por primera vez la libertad a la edad de 11 años. Pero Nadia ya no era Nadia, sino Zelmai, su hermano mayor asesinado.
Llevar sus ropas y su nombre fue la única solución que encontró al ostracismo al que la condenaría el régimen talibán por el hecho de ser mujer; un régimen tan temible como deseado que consiguió, con mano de hierro, pacificar un territorio atravesado por la guerra civil. “Trajeron la paz, pero nos quitaron la seguridad y la libertad”, explica hoy Nadia ante un auditorio de estudiantes de la Universidad de Santiago de Compostela, perplejos y asombrados. No es una superheroína, tan sólo una mujer de carne y hueso que demuestra la vitalidad del ser humano hasta en las situaciones más adversas.
Las restricciones y los deberes morales eran entonces especialmente duros para las mujeres: no podían trabajar, debían ir siempre acompañadas por un hombre de su familia, su voz y sus pasos no podían ser escuchados por ellos y se les impuso el burka como una forma de protegerlas de la mirada erotizada de una sociedad machista. Así que Nadia, con un padre afectado psíquicamente por la guerra, una madre obligada a quedarse entre los barrotes de su casa y dos hermanas pequeñas, no tuvo más remedio que convertirse en el hermano mayor que acababan de perder para que su familia pudiera llevarse algo a la boca.
Bajo capas de ropa informe disimuló el cuerpo de una niña que poco a poco se convertía en mujer, aprendió los gestos de los chicos, imitó su lenguaje, les escuchó hablar de cosas prohibidas para ellas y hasta fumó hachís con los talibanes sin dejar de temer a cada instante por lo que podría sucederle si la descubrían. En un régimen donde se cortaba las manos a los ladrones y la lengua a los mentirosos, donde la mujer infiel era lapidada, Zelmai se la jugaba día a día. Se volvió autoritario en su casa y temerario en la calle para proteger su verdadera identidad. “Una cosa que entendí es que cuando no tienes trabajo y no puedes ayudar en casa, no estás bien y no estás de buen humor con tu familia”, detalla. Pero su transformación diaria, además de miedo y sufrimiento, también le trajo su primera bocanada de libertad: “Con mi bicicleta iba a donde quería, con mis amigos, de noche, a tomar algo. Hacía cosas que ni siquiera las mujeres pueden hacer después de la caída de los talibanes”.
El país más peligroso para ellas
Casi 15 años han transcurrido desde el fin de ese régimen pero las hostilidades que se ciernen sobre el país desde entonces no dejan paso a la estabilidad, incluso después de que haya habido elecciones o precisamente a causa de ello, con un Parlamento compuesto por numerosos criminales de guerra bajo el amparo de la comunidad internacional. Las leyes han cambiado: la Constitución de 2004 establece la igualdad de derechos para los dos sexos; en 2009 el Gobierno aprobó una Ley para la Eliminación de la Violencia contras las Mujeres y también ha firmado la Convención internacional para la eliminación de todas las formas de discriminación de la mujer. Aunque siguen siendo necesarios esfuerzos en el plano legislativo —la violación no está penada, por ejemplo—.
Los talibanes trajeron la paz, pero nos quitaron la seguridad y la libertad
El problema es que la sociedad y las instituciones siguen siendo condescendientes ante una realidad denunciada, entre otros, por la encuesta que en 2011 elaboró la Thomson Reuters Foundation: Afganistán es el país más peligroso del mundo para las mujeres. Así, por ejemplo, tiene la tasa de mortalidad materna más alta del mundo —uno de cada 11 partos—, el 80% de las mujeres son analfabetas y otro 80% fue forzada a casarse contra su voluntad; no tienen acceso a médicos, especialmente en zonas rurales, ni a recursos financieros. Según la citada encuesta, las afganas corren mayor peligro por la falta de acceso a sanidad y la violencia de sus cónyuges que por el conflicto que continúa latente.
Nadia no cree que la emancipación de la mujer ayude a luchar contra la violencia de género en Afganistán. Lo probó en una ocasión: quiso ayudar a sus primas a conseguir un trabajo, pero fracasó. “Cuando haces un proyecto es importante entender los problemas y sus causas: el problema es que si el hombre no le da permiso, la mujer no puede hacer nada. Lo que hay que hacer es ayudar a los hombres a que entiendan a las mujeres”, señala.
Hasta fumó hachís con los talibanes sin dejar de temer a cada instante por lo que podría sucederle si la descubrían
Cada vez más, ellas ocupan puestos de poder en el país asiático. Por ejemplo, componen el 28% del Parlamento y hay cuatro ministras en el Gobierno de Ashraf Ghani, pero también hay puntos negros en la lucha por la igualdad, como la ausencia de mujeres en las negociaciones del Ejecutivo afgano con los talibanes. Los actos de violencia contra quienes alzan su voz se suceden, como el asesinato de la teniente Negar en 2013, una destacada defensora de los derechos de las mujeres, o más recientemente, en marzo de 2015, el asesinato de Farkhunda, una mujer apaleada hasta la muerte tras ser acusada en falso de quemar el Corán. “En la historia de la humanidad, siempre ha habido asesinatos de mujeres con poder. Es muy triste, pero al mismo tiempo esto crea conciencia y hace que otras mujeres sigan luchando”, opina Nadia. Tras la muerte de Farkhunda, por primera vez en Afganistán todas las mujeres, hasta las de los pueblos más pequeños, salieron a la calle para manifestarse en su nombre. “Quienes pierden su vida también están ayudando a luchar por los derechos de las mujeres”, concluye.
La educación, la mejor arma
Sin embargo, para esta mujer el principal problema al que se enfrenta su país no es la desigualdad de género sino el desempleo: “La guerra destruyó la mayoría de las fábricas y hoy en día, los jóvenes que quieren trabajar sólo tienen una opción, la guerra, porque es el único trabajo en el que no te piden currículum para entrar”. Está segura de que esto, y también la ignorancia de la que se aprovechan los fundamentalistas, se ataja con educación.
Según las estadísticas oficiales, 10 millones de menores están escolarizados en Afganistán; en el caso de las niñas, lo está el 40% de las que tienen edad escolar. “El problema para que las mujeres accedan a la educación, tanto en la escuela como en la universidad, es la falta de seguridad”, señala Nadia. “En Occidente podemos pensar que el problema de las afganas es el burka, pero no es así. Si a la mujer afgana le das seguridad, ella se quitará el burka. Cuando viajo a mi país uso niqab y llevo gafas de sol para que no me vean ni los ojos, porque me siento más segura: si voy cubierta no saben si soy guapa o fea, piensan que soy una persona religiosa y no me van a molestar. En mi caso, además, sirve para que las personas que me han conocido como hombre no me reconozcan”, completa.
El 80% de las mujeres fue forzada a casarse contra su voluntad
En 2006, Nadia era Nadia cuando pudo saborear por segunda vez la libertad, pero en esta ocasión también había paz, también seguridad. Llegó a España para someterse a varias operaciones por los múltiples problemas de salud que le causaron las bombas y se ha quedado aquí, soñando con poder compartir esta paz con su madre, con sus primos y con sus vecinos. Para conseguirlo, se está dejando la piel en aprender todo lo que pueda. Habla un catalán casi perfecto, castellano e inglés; superó un grado superior de informática, otro de integración social y actualmente está cursando educación social; también planea estudiar un máster de cooperación y otro grado en psicología “porque hacen mucha falta estas profesionales en Afganistán para que las personas que han sufrido la guerra aprendan a controlar sus emociones”. Por el camino ha escrito dos libros y ahora también está llevando su vida a diferentes puntos de la península a través de un docu-teatro que remueve conciencias: Afganistán, con sus conflictos nacionales e internacionales desde hace ya tres décadas, con su pobreza paupérrima y una esperanza de vida que se acaba a los 60 años, es el segundo país del mundo del que huyen más personas buscando refugio.
La libertad es, para Nadia Ghulam, una bicicleta: montada en ella pasea por la Rambla de Badalona. Es también poder dormir en un banco en la Plaza Lesseps de Barcelona y que al despertar no haya pasado nada. Es tener ideas, “al menos una por día”, y plantarle cara a la vida con sueños hechos mitad de suerte y mitad de empeño.
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