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MIRADOR
Columna
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Formalidad

Salvo por el cobarde puñetazo contra Rajoy en su tierra natal, la campaña ha sido disputada pero muy respetuosa

David Trueba

Salvo por el cobarde puñetazo contra Rajoy en su tierra natal, la campaña ha sido disputada pero muy respetuosa. Los jóvenes airados de Podemos, atentos a las encuestas y la afabilidad que imponen los medios, optaron hace tiempo por la formalidad. De hecho, todo el mundo había afilado la lengua para, después del único debate al que se sentaría Rajoy contra su rival socialista de turno, caricaturizarles como esa vieja casta conchabada a los que solo les faltaba besarse y asegurar que pasara lo que pasara ambos eran perdedores. Si se mordieron más de la cuenta fue precisamente porque se saben fuera de moda, igual que a Alberto Garzón y Andrés Herzog los han castigado a estar fuera de foto. Es lo que tiene que ahora los medios alimenten cuatro bocas, con Podemos y Ciudadanos ejerciendo un sano reformismo a izquierda y derecha.

A menos que se declare una enfermedad o un accidente, los analistas políticos se contagian de la relación de superioridad que se establece entre el científico y el microbio. No quieren aceptar que la ciudadanía está sedienta de ideas-marca y el político les vende humo, en consecuencia. Establecida la competición, se obliga a los políticos a ser juzgados por los votos que sacan, no por la dignidad de sus palabras. No se conoce a un perdedor tan estupendo al que la crítica política haya elevado a presidente por méritos ajenos al escrutinio. En una campaña donde se ha insistido demasiado en decir que los triunfadores de todo debate eran los que no acudían, algo que Rajoy ya sabe y por eso ha sido remiso a debatir prefiriendo la entrevista cordial, hubiera sido bueno dejar claro que no se trata tanto de una opción estratégica como de una obligación para con el sistema.

La democracia necesita los debates aunque sean toscos, mal rodados y peor decorados. Aunque sean torpes los contendientes y zafios sus argumentos. Y aunque siempre seamos más listos los analistas del día después, como las críticas de cine son siempre mejores que las películas. Pero en un país donde el partido en el Gobierno se ha pagado la reforma millonaria de la sede con dinero negro y ha destruido el ordenador del contable corrupto a martillazos antes de entregarlo al juzgado, criticar que esto se trate en el debate es bastante raro. A veces es mejor parecer maleducado que mal informado. Tampoco la campaña en Andalucía pasó de puntillas por los ERE ilegales o en Cataluña se evitó nombrar el expolio de los Pujol. No hay que tenerle miedo a la verdad, aunque sea menos fotogénica.

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