Rajar
Hablar, hablar, hablar. Nos encanta. Y criticar, más todavía
Hablar, hablar, hablar. Nos encanta. Y criticar, más todavía. Cortar trajes de este y después de aquel. Mandarle un mensaje al de al lado sobre el que está enfrente. Otear. Bichear. Criticar por criticar, que diría Fangoria. Simple, barato y catárquico.
Si criticamos a los malos, aún nos gusta más regodearnos en el triunfo de los buenos. De los sobresalientes. Murmurar sobre ese jefecillo mediocre que parece disfrutar amargando vidas como si de pomelos se tratase resulta liberador, hasta comprensible. Parece calmarnos especialmente el darle duro a ese perfecto desconocido que acaba de llegar con su curriculum impecable, sonrisa 24/7 y camisas planchadas que ni de tintorería.
Cuanto más alto saltamos en la ecuación estratosférico-desconocido, más nos cebamos. ¿Por qué no criticar la incipiente barriguita, jijijaja, de Leonardo DiCaprio, él, que nunca va a venir a hablar de la nuestra? Con las mujeres los ejemplos rozan el sonrojo. Quien no haya hablado de fajas petadas, chichas excesivas, pelos chamuscados y escotes calentorros que tire esa piedra.
De ahí que ver a Jared Leto, otra de esas estrellas criticadas hasta el hastío (que si pelos, que si kilos, que si novias) meterse con Taylor Swift y su trabajo, sea el colmo. Sí señores, bienvenidos a esta manifa pro-Taylor Swift. "Iuuu, qué horror, la odio", dirán tantos. ¡Si es que es facilísimo! Igual de sencillo que vender un millón de discos en un semana, ganar un millón de dólares al día o reinventarse como icono de las redes y el pop (siéndolo ya del country) con 25 años. Ajá.
Todo un clásico español. Envidias reconvertidas en odios absurdos. Qué mal se nos da admirar. Somos más de ir contra la faja. Y, disculpen el topicazo, así nos va.
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