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Porque lo digo yo
Columna
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El Pepe

Es inútil resistirse a la comparación: la grandeza de Mujica empequeñece y acompleja a cualquiera

El expresidente de Uruguay José Mujica.
El expresidente de Uruguay José Mujica.ELVIS GONZALEZ (EFE)

El jueves 24 de septiembre cené en Córdoba con Juanjo Millás. Era la víspera del congreso organizado por la Cadena SER en el que figuraba Pepe Mujica. Juanjo evocó los días que, para el reportaje sobre el presidente en El País Semanal, pasó en Montevideo con el fotógrafo Jordi Socías, y deslizó su impresión de que todo en este hombre es verdad. “Una chabola de alto standing”. Así definió Juanjo la casa de Mujica.

Esa noche el Pepe andaba ya por Córdoba. Al volver al hotel, lo descubrimos en el bar, sin escolta, en compañía de un amigo y del camarero. Juanjo le saludó. Eran casi las doce y aún no había cenado. Al verle pedir un sándwich mixto, con esa pinta de viejo campesino, sentí a qué se refería Juanjo con eso de la verdad. A la mañana siguiente, fue entrevistado en la radio por Pepa Bueno y por la tarde dio una conferencia en el teatro Góngora. Se barruntaba que iba a ser memorable y no defraudó.

El domingo, Jordi Évole, en Salvados, volvió a entrar en la chabola de alto standing y provocó otro momento televisivo único. La charla fue un inesperado prólogo del carrusel de debates, mítines y entrevistas que acaba de arrancar en España. Es inútil resistirse a la comparación: la grandeza de Mujica empequeñece y acompleja a cualquiera. Pero, sin necesidad de autoexigirse esa talla, sería genial que los políticos se empaparan un poco de la lucidez, la mirada sobre el mundo, la humildad fetén, el profundo respeto al rival, el nulo pavoneo, la legendaria sencillez y la suave retranca de uno de esos seres que, estando todo el rato ahí, tanto echamos de menos.

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