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Porque lo digo yo
Columna
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Raros, muy raros

El equilibrio es algo muy exótico y, en ese sentido, Víctor Manuel y Ana Belén ya no pueden ser más raros

Víctor Manuel y Ana Belén, al recoger un Grammy latino por toda su carrera la semana pasada en Las Vegas..
Víctor Manuel y Ana Belén, al recoger un Grammy latino por toda su carrera la semana pasada en Las Vegas..John Parra (WireImage)

En 1965 Ana Belén era una niña que asomaba en el cine y Víctor Manuel un chico de 18 años que grababa las primeras canciones. Medio siglo después, que se escribe pronto, siguen ahí, en medio de nuestro mejor paisaje. Ana deslumbra como Medea en el teatro, Víctor publica unas memorias “descosidas” —Antes de que sea tarde—y ambos continúan con los conciertos por España y Latinoamérica. La semana pasada recibieron una distinción honorífica en los Grammy latinos, rendidos a su excelencia.

No debe resultar fácil ser Víctor Manuel y Ana Belén. A casi cualquiera que le hubiese ocurrido —ser Víctor y Ana o alguno de los dos— le habría devorado su personaje. Estamos rodeados de gente, algún día omnipresente y simbólica, que se ha hundido en su caricatura. Sin embargo, ellos, en un alarde de finura, han sobrevolado su cliché y han eludido todas las trampas.

Ser hijo de Ana y Víctor también tiene su aquel. Sé de muchos aplastados por el brillo y el poderío de sus papás, sobre todo si han aspirado a seguir sus pasos. Sin embargo, Marina, actriz, y David, músico, nunca se han visto abrumados por su condición de “hijos de”. Es otra de las cosas en las que han dado en el clavo.

Durante décadas, la prensa basura se mantuvo apostada cerca de sus vidas, para tratar de airear algún desliz. En más de una ocasión les buscaron las cosquillas. Pero chocaron con su delicadeza y se fueron.

No hay nada más imposible que alcanzar el equilibrio, ni nada más sencillo que perderlo. El equilibrio es algo muy exótico y, en ese sentido, Víctor y Ana ya no pueden ser más raros.

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