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Tentaciones

Yo pasé una noche en la primera iglesia tecnológica de España

Wifi, confesiones vía iPad... Desde que el padre Ángel está al frente de la parroquisa de San Antón, el templo se ha convertido en un lugar de moda

Enrique Alpañés

Una docena de personas revolotea por los pasillos del templo y se arremolina en pequeños corrillos. Señoras de misa diaria y peluquería semanal charlan animadamente con jóvenes de etnias ignotas. En la esquina, un chaval carga su iPad mientras manosea su pantalla frenéticamente. Sobre los bancos, dos mujeres se entregan a una oración íntima. Son las únicas que permanecen en silencio. “¿Y la música?¿Por qué no está puesta?”. Los altavoces visten la voz del padre Ángel de un eco metálico. Sus palabras aún reverberan en el aire cuando un coro celestial responde de inmediato a su petición. La iglesia de San Antón parece entonces un poco más iglesia.

Lo dice Elena, la voluntaria que recibe a los visitantes con un folleto y una sonrisa. Lo comentan los fieles en cuchicheos confidentes. San Antón es una iglesia diferente. “Es una iglesia diferente, ¿no te parece?”, pregunta Ángel García Rodríguez, sentado alrededor de una mesa camilla que han apostado a un lado del templo. “Aquí confesamos”, comenta con orgullo el fundador de la ONG Mensajeros de la paz y párroco de la madrileña iglesia de San Antón. “Da una sensación de cercanía y además es práctico, hay gente que no puede arrodillarse en un confesionario por la artrosis”. La diferencia de San Antón la marcan gestos como este. O como el wifi, el cepillo abierto y los bebederos para mascotas. Lo marcan las cuatro smart TV que retransmiten en directo las misas de El Vaticano y La Almudena. El café solidario, los confesionarios con iPad, la música, que nunca falta... “Sí, sí, tenemos todo eso”, concede el padre Ángel, “pero lo que nos hace diferentes es que estamos siempre abiertos”.

San Antón solo abría sus puertas una vez al año para bendecir mascotas. Desde que García Rodríguez tomara las riendas de este templo el pasado marzo, están siempre abiertas. 24 horas al día. Siete días a la semana. Pero cuando este religioso habla de apertura, lo hace en un sentido no del todo literal. “Lee el libro de visitas y verás”, anima. “Por fin un lugar a la altura del suelo” escribe un feligrés anónimo, “No hace falta ser católico para apreciar la belleza de un lugar como este”, reza otro. La frase cobra sentido al curiosear las firmas de muchos de los mensajes. Las Marías y Juanes se entremezclan con los Mohameds, todos ellos rubricando mensajes de agradecimiento y devoción.

Pero ¿realmente tiene sentido tener una iglesia 24 horas? El padre Ángel contesta con otra pregunta: “¿Es necesario que estén abiertas las casas de urgencia todo el día?”. Asegura el párroco que hay también urgencias espirituales, que hay feligreses con familiares enfermos o con crisis existenciales. “Tenemos que estar disponibles para ellos”, asegura. Reconoce sin embargo que estas visitas son pocas. “La mayoría de gente que viene por la noche son mendigos buscando un sitio donde dormir”. Por eso aquí los bancos están cubiertos con colchonetas, para que uno no solo pueda sentarse sino también tumbarse. “Además vienen muchos curas”, continúa el religioso, “no porque tengan mala conciencia sino porque nosotros no necesitamos dormir demasiado”.

El padre Ángel, artífice de la primera iglesia 'teco' de España
El padre Ángel, artífice de la primera iglesia 'teco' de España

La iglesia de San Antón tiene a 21 curas voluntarios que acuden para quien quiera una confesión de urgencia (o “para desahogarse”, como puntualiza el religioso). Pero el auténtico logro de esta iglesia no está tanto en sus pastores sino en su público.

Cuando la iglesia es el lugar de moda

En la frontera de los dos barrios más modernos de Madrid las tiendas abren y cierran con una velocidad cíclica, más propia de la flora que de los negocios. En la calle Hortaleza, ese lugar indefinido entre Chueca y Malasaña, llamar la atención del viandante es difícil. Tiendas de polos, gintoniquerías especializadas en brunchs, sex shops de estética limpia y futurista… El peatón ya lo ha visto todo, es difícil que desvíe siquiera su mirada para observar la penúltima apertura, el nuevo lugar de moda. Sin embargo en la puerta de San Antón, hoy hay bastante gente. La mayoría lee los carteles entre sorprendida y curiosa, algunos entran a conversar con los voluntarios de Mensajeros de la paz, que enseñan el templo y explican su funcionamiento a turistas y vecinos.

“Estamos en una zona caliente”, explica el padre Ángel. “Aquí hay gais y lesbianas, prostitutas y vecinos, hombres de mal y de bien”. Todos encuentran cabida en este templo y esto es lo que lo convierte en un lugar único. Sin embargo, una política de apertura total no se consigue sin herir un par de sensibilidades. “Hay quien viene a buscarme los pecados”, reconoce el religioso. Muchos parecieron encontrárselos el pasado junio en el funeral del político socialista Pedro Zerolo, impulsor de los derechos del colectivo LGTB en España. “Hicimos una oración por él y dijeron que habíamos hecho un homenaje político”, comenta el padre Ángel, todavía afectado por lo ocurrido. “Estoy convencido que no hice nada malo, fue algo que me sobrepasó”, recuerda. “Vino un cura [el pastor protestante Alejandro Medel] y se puso una estola de colores y dijo ‘soy un pastor gay’, y yo que estaba sentado ahí y que no lo sabía pensé, ‘este me la va a armar’, pero no le iba a decir, ‘oiga, retírese de ahí’, ¿no?”. No lo hizo. Las repercusiones en los medios y la jerarquía eclesiástica no se hicieron esperar.

“Me pasé yo, pero se pasaron los que me criticaron”, concede el padre Ángel con diplomacia. “Es verdad que tenía razón el arzobispo [de Madrid, Carlos Osoro] hay que tener cierta prudencia al hacer las cosas. Pero si tienes mucha prudencia no haces nada. Prudencia sería que tuviéramos cerradas las puertas por la noche, o que tuviéramos guardias, pero no lo hacemos, ¿eso es imprudente? Pues si es así prefiero seguir pidiendo perdón y hacer cosas que no hacerlas”.

Muchos ven en esta tenacidad del padre la chispa que ha encendido este pequeño milagro en forma de iglesia, pero él se limita a decir que ha cumplido su sueño de ser “párroco de pueblo” y lanza la pelota a sus superiores eclesiásticos, especialmente a Francisco I: “Este Papa me animó mucho a hacerlo”, confiesa García Rodríguez. “Dicen de él que es un moderno, pero es mentira, es un retrógrado. Fíjate que tiene ideas que ya defendía Jesucristo, 20 siglos atrás”, comenta con una mirada cómplice. Da la impresión de que García Rodríguez podría pasar horas hablando del Papa Francisco, pero en unos minutos tiene la presentación de un libro en el templo y reduce su discurso a dos momentos: “Una vez vio a un cura confesando en el Vaticano y se paró a confesarse. Otra hizo cola en un comedor de beneficencia, esperando como uno más para recibir un plato de papel con comida”. El padre Ángel detiene su discurso, no se sabe si a modo de reflexión o para dotarlo de una pausa dramática ciertamente efectiva. “No se consigue nada con estas cosas”, continúa, “son simples gestos. Pero los gestos pueden ser muy poderosos”. El padre Ángel se levanta entonces de la mesa camilla y anima a su interlocutor a que explore la iglesia por sí mismo. Después de una despedida se entremezcla en los corrillos. Charla, se hace fotos con los feligreses y explica a los nuevos las particularidades de su templo. Es entonces cuando el confesionario con iPad, el bebedero de mascotas y las puertas, abiertas, sin guardias, parecen detalles mucho más relevantes de lo que son en realidad.

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Sobre la firma

Enrique Alpañés
Licenciado en Derecho, máster en Periodismo. Ha pasado por las redacciones de la Cadena SER, Onda Cero, Vanity Fair y Yorokobu. En EL PAÍS escribe en la sección de Salud y Bienestar

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