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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La política del miedo sale rentable

Turquía no caminará hacia la estabilidad; al contrario, la crisis sistémica se hará más profunda

Tras su derrota en las elecciones del 7 de junio, el presidente Erdogan resurgió para dar al traste con todos los intentos de la oposición por compartir el poder, librarse del peso de todas las acusaciones de corrupción durante su mandato y, por si fuera poco, arrollar a la disidencia con toda su fuerza, apostando fuerte a la táctica del miedo y la política de la crisis. Y se ha salido con la suya.

A los votantes, de clase media, rural y urbana, les ha gustado esa ingeniería astuta y han creído su oferta. El resultado son unas elecciones históricas, sin duda, que abren una brecha aún mayor entre los seguidores del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco), llenos de júbilo, y todos los demás, presos del miedo y la incertidumbre. En mi último artículo usé la expresión “hundirse o nadar” en referencia a Turquía. Ahora se da por hecho que estos resultados, que aumentan la asimetría de la política turca, abocan al país, tarde o temprano, a un modelo marcado claramente por Erdogan: un mandato unipersonal, que será una mezcla de los modelos de Asia Central, Pakistán y Malasia.

En circunstancias normales, en un contexto donde se anhela la estabilidad, este resultado sería bienvenido. Sin embargo, el quid de la cuestión es que el AKP ya no es el AKP de 2002-2010. Los resultados muestran que se ha convertido en un partido que ya no puede ni quiere abrazar la diversidad del voto y guiarse por un deseo de reformas y un contrato social moderno. El partido que ganó el domingo por goleada está arraigado en una identidad triple de nacionalismo, militarismo e islamismo.

The Guardian describe en su editorial lo que Erdogan ha “logrado” en los últimos cuatro o cinco años: “Durante sus años en el cargo se han visto reducidos, uno por uno, todos los centros independientes de poder […]. La presión sobre los medios de comunicación se ha intensificado, tanto sobre los escritores individuales como a través de la manipulación de la prensa, mediante relaciones con las grandes empresas que los poseen o que, en algunos casos, los han comprado a instancia del Gobierno. Las cosas se pusieron mucho más feas en las vísperas de estas elecciones…”.

Así las cosas, ¿qué se puede añadir sobre la victoria del AKP?

El partido se esforzó enormemente por retratarse como la principal fuerza política que le ha declarado la guerra a lo que muchos ven como el principal problema de Turquía: un terrorismo que se identifica con el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK, por sus siglas en turco). Con Erdogan al mando como gran maestre, el AKP parece haber matado tres pájaros de un tiro con la escalada de la violencia: ganó una buena porción del voto nacionalista del Partido de Acción Nacionalista (MHP, por sus siglas en turco), ahuyentó los votos prestados de la izquierda laica que se habían marchado al Partido Democrático de los Pueblos (HDP, por sus siglas en turco) el 7 de junio, y puso a un porcentaje suficiente del voto kurdo en contra del HDP, que algunos percibían como el chivo expiatorio.

Erdogan jugó con las pronunciadas divisiones entre los tres partidos de la oposición, aferrados a las políticas de identidad. Encaminó hábilmente las conversaciones para construir una coalición tras las elecciones parlamentarias de junio hacia un callejón sin salida, al tiempo que declaraba la guerra al PKK. Los partidarios del ultranacionalista MHP, cuyo líder Devlet Bahçeli fue apodado “Mr. No” por su rechazo a cualquier oferta de coalición, se pasaron al AKP, restándole un 6% de apoyo al partido de Bahçeli.

Así pues, Erdogan aplicó con éxito la estrategia de retratar a una Turquía en crisis. También supo amedrentar a los medios y restringir el margen para que la oposición defendiese sus posturas, forjándose una imagen de guerrero en su país y de hombre que desafía al mundo.

Sin embargo, con estos resultados, Turquía no caminará hacia la estabilidad; antes al contrario, la crisis sistémica se hará más profunda. Lo que nos jugábamos en estas elecciones era si Turquía salía de ellas estando más cerca de una democracia de estilo occidental o de una autocracia de estilo asiático, en la que no se respetarían las libertades ni los derechos, y el poder judicial y los medios de comunicación estarían sometidos al poder.

Si Erdogan y su AKP deciden que la victoria en estas elecciones les otorga carta blanca para infringir la Constitución, aplastar a la disidencia, asfixiar al periodismo, empeñarse en un sistema presidencial controvertido, acabar con las exigencias kurdas de descentralización, y zigzaguear en lo que respecta a la crisis siria, entonces cabría esperar una caída aún más rápida en la autocracia. No debería haber demasiadas dudas sobre cuál será la elección de un líder que siente una profunda aversión por la disidencia y trata con desdén a toda la oposición.

Yavuz Baydar es columnista político turco

Traducción: News Clips

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