8 fotosHistorias breves en el caminoRefugiados, familias solidarias, activistas, beneficiarios de proyectos sociales ellos constituyen el retrato de la vida en Chad 29 sept 2015 - 18:18CESTWhatsappFacebookTwitterBlueskyLinkedinCopiar enlaceAlhad Mahamat, en el centro de la imagen, era pastor en República Centroafricana cuando el país se vio sacudido por el último estallido de violencia en 2013. Decidió huir a Camerún junto a su hijo, su madre y su mujer. Durante tres meses caminaron sin apenas agua ni comida para alcanzar su objetivo. Con ellos iban unas 200 personas. "Alrededor de 30 murieron en el bosque en los ataques de los anti-Balaka", cuenta ahora en el campo de Maingama. Este hombre de 51 años, pasó año y medio en Camerún y llegó a Chad hace ahora dos semanas. Aún no tiene casa, comparte poco más que un techo con 31 personas.Heoua Bdoulaye, de República Centroafricana, tiene ocho hijos, y a sus treinta años se ha visto obligada a cambiar de profesión. Antes, cuando vivía en Bangui, la capital de aquel país, trabajaba en el mercado. Ahora está aprendiendo a cultivar. La familia de Bdoulaye es una de las 1.400 beneficiarias de un programa agrícola impulsado por Oxfam y la oficina de Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea, ECHO, en Sido, que consiste en formación y en el reparto de semillas y material para labrar la tierra. "Por lo menos tendremos qué comer", dice.Bravo Agiambe y su familia -en total son 16- tienen en su casa una instalación considerada un lujo en el depauperado barrio en el que viven en Yamena, la capital de Chad: una letrina. No es además una letrina cualquiera, es ecológica. Los restos de orina y heces se recogen por separado y se llevan a un centro experimental para su tratamiento y posterior uso como abono. La iniciativa, ensayada en 32 países de África está dentro del proyecto Wash que impulsan Oxfam, la Comisión Europea y asociaciones locales como Celiaf.Clarisse Mehoudamadji Naïlar, casada y con dos hijos, es la presidenta de Celiaf, una asociación que agrupa a más de 700 agrupaciones de mujeres de todo Chad. Es todo un modelo en un país en el que la mujer no tiene los mismos derechos que el hombre. Su padre quiso casarla con 15 años, pero ella se negó. Tuvo la ayuda de su madre, musulmana, que terció en la disputa: "Quiero verla ir a la universidad y terminar sus estudios". Hoy, además de presidenta de Celiaf, es magistrada y el orgullo de su padre.Bachirou (de rodillas, abajo a la derecha), de seis años, perdió a su padre hace años y tuvo la desgracia de perder a su madre hace poco más de doce meses. Le asesinaron ante él los anti-Balaka cuando trataban de huir de República Centroafricana para escapar de la guerra. Le recogió una mujer que le llevó a un campo de Camerún. Hoy, Bachirou vive con sus tíos y sus primos. El reencuentro fue posible gracias a la OIM y al programa de niños no acompañados de Unicef.La historia de Abba Ali Bachar ilustra cómo los campos de tránsito de refugiados se están convirtiendo en Chad en asentamientos estables. Este hombre que huyó hace más de una década de República Centroafricana para escapar de uno de los estallidos de violencia que han asolado periódicamente el país, llegó en 2003 al campo de refugiados de Yaroingu, que fue trasladado a Belom, también al sur del país, tras las inundaciones de 2013. 11.000 de las 18.700 personas que habitan en este lugar que él preside están también desde el origen.Adjide Moussa, retornada de República Centroafricana, tiene a su cargo a sus cinco hijos y a Saleh Amadou, un chico que tenía 17 años cuando las milicias cristianas anti-Balaka atacaron su casa. El joven huyó en ese momento de confusión y se perdió de sus padres y hermanos. "Él estaba siempre como ausente, triste y un día le dije: 'Nosotros somos ahora tu nueva familia. Lo poco que tenemos es también tuyo", cuenta Moussa en Sido.Hijo de ganaderos nómadas, Aboubako Adamou, de 13 años, es el mayor de cinco hermanos. Estaba estudiando en una escuela coránica a 80 kilómetros de la capital cuando estalló la guerra hace dos años en República Centroafricana. "Era imposible moverse. Mis padres no podían venir a buscarme. Cada uno tenía que salvarse como pudiera", explica. Hoy vive con el marabú Mahamat Bello y su familia en el campo de Maingama.