A Sarkozy se le multiplican los problemas en casa
La pelea entre dirigentes y otra deserción hacia el FN entorpecen su reconquista del Elíseo
Franck Allisio, presidente de la organización de treintañeros de Los Republicanos y hombre de Nicolas Sarkozy en el feudo del Frente Nacional en Aviñón, acaba de pasarse al partido de los Le Pen. El tránsfuga será uno de los portavoces de la joven ultraderechista Marion Maréchal-Le Pen. Lo de menos es que sea Allisio, con escaso peso, quien acusa de “traición” al partido en el que ha militado doce años. Lo de más es que se trate de una nueva zancadilla a Sarkozy, otra, en su propia casa.
El expresidente se hizo con el mando del partido hace un año, cambió a toda la dirección, lo rebautizó y se lanzó a reconquistar El Elíseo. “Es la hora de la alternancia”, le gusta repetir. Los sondeos auguran el relevo en el palacio a favor del centroderecha, pero que él sea el elegido no está garantizado.
Al contrario. Las encuestas dicen que solo el 30% de los franceses acepta verlo de nuevo con las riendas del país. Para disgusto del expresidente, el preferido, con distancia, es su gran rival en el partido, Alain Juppé, alcalde de Burdeos.
Obsesionado por controlar el proceso de primarias —para eso se hizo con el partido—, Sarkozy se acaba de sacar un as de la manga: antes de arrancar la batalla, pretende pilotar una “propuesta de alternancia” con las ideas que todos los candidatos deben “comprometerse” a defender. “Un error”, le ha dicho Juppé, quien no comulga con las tesis radicales de Sarkozy frente a los refugiados. Por ejemplo.
Otro destacado rival en la carrera, su exprimer ministro François Fillon, define a Sarkozy en un reciente libro como “un agresivo plebeyo” y añade: “La obsesión por su imagen frena su capacidad de movimiento”.
Los disgustos llegan casi a diario. Rachida Dati, la exministra de Justicia de Sarkozy, acaba de ser expulsada del consejo municipal de Los Republicano de París por no pagar sus cuotas. Debe 6.500 euros y no quiere pagar. Suma y sigue. Difícil que los franceses confíen en quien no pone orden ni en su propia casa.
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