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Tentaciones
EL ANTICRÍTICO GASTRONÓMICO

Deportes Nacionales: comer tortilla de patata en un bar

Es algo más que algo para picar. Te damos las claves para encontrar el pincho de tortilla supremo

Comer tortilla de patata en un bar es un deporte nacional, como el fútbol. En cualquier local tenemos la tradicional tortilla de patata a todas horas; desde el desayuno hasta el almuerzo, de la comida a la merienda y a la cena, del antojo entre horas hasta el tapeo más imposible. Y es que los españoles somos muy tortilleros; quizás tanto, que no nos comemos cualquier tortilla así como así. Si bien es cierto que en muchísimos sitios, lejos de velar por la excelencia de nuestra tortilla cometen verdaderos asesinatos culinarios, hay otros en los que la tortilla de patata se ha convertido en el reclamo de su carta. Y sí, el tamaño sí importa.

¿Poco cuajada? Mejor en casa

Lo primero que hay que hacer cuando uno pide un pincho de tortilla en un bar es tener hambre pero no dejarse llevar por ella. Usad la cabeza que para algo sirve. Si lo que te mola es la tortilla muy cuajada, de esa que no deja nada a la imaginación porque dentro es más compacta que los bolsillos traseros del pantalón de la Kardashian, estás de suerte, puedes comer lo que quieras. Pero si eres de los que, como a mí, te flipa la tortilla medio cruda por dentro, lo mejor que puedes hacer es evitar ser un kamikaze e ir a casa y echar un rato en la cocina pelando papas. El motivo: la dichosa huevina.

La huevina es huevo pasteurizado que venden en un envase de brik y que predica bondades contra la salmonela. Resulta que si al cocinar, el interior de los alimentos no alcanza los 75 Cº, el Ministerio de Sanidad te obliga a usar el potingue. El huevo cuaja a unos 65Cº, por lo que si vas a un bar y la tortilla está medio cruda y deliciosa, te la estás jugando. La huevina se detecta cuando el interior de la tortilla se asemeja al relleno de los bollycaos pero de color amarillo infección nasal. Su sabor ya no es de casa. Huye del bar.

Gigantismo XXL sin cabeza: la tortilla ogro

Ya puestos a cocinar con ese petróleo amarillo, hay que vender, aunque sea por los ojos. Una de las tendencias es imitar a las abuelas de esas que tienen 30 nietos, cocinando una tortilla de cinco dedos de grosor: la tortilla ogro. A ver, más no es más, y es bien difícil conseguir que una tortilla que han tenido que hacer calentando y recalentando salga buena. Pero la gente se vuelve loca con las tortillas ogro, porque aunque la mayoría sepan a ciénaga hay mucha cantidad que tragar, directamente proporcional al hambre que saciar. El resultado es una barra llena de almas en pena fagocitando una tortilla como si de una cuña de chocolate se tratara, de esas que nos comíamos en los 80 en el cole. De eso saben mucho en El Tigre, Das Meigas y más mesones por el estilo que, predicando el rollo de que la gente del norte come mucho, te calzan una tortilla paciente de obesidad mórbida, perfecta para los más muertos de hambre.

De la paisana al sinsentido

Ser creativo en la cocina es fundamental, innovar y sorprender; pero a veces en algunos bares el chef se pasa cuatro pueblos. Hemos pasado de la tortilla paisana, la jardinera o la campera al sambódromo más absoluto, con tortillas de patata que incluyen piña, anchoas, pepinillos, aceitunas negras y, aunque no lo creáis, hasta jengibre y aguacate. La otra opción es abrir la tortilla en canal y terminar el harakiri rellenando la susodicha como si de un bocata se tratara. Pero cuidado, si eres de paladar especialito, esta no es tu opción, o no podrás evitar estar tres horas escarbando y separando tropezones mientras la birra se te calienta. La plaza de Olavide es un nido de vampiros de esta tendencia. En algunos sitios la rellenan hasta de sobrasada, pero eso sí es un triunfo en toda regla. Siempre nos quedará Casa Paco, en el barrio de Argüelles, para tener donde elegir.

Pero bueno, las opciones son infinitas. Los hay de los que adoran la tortilla congelada que sirven en los bares de franquicia, esa especie de tartaleta de goma que si se te cae al suelo rebota y se recoloca en el plato tal y como estaba antes del accidente y que sabe al queroseno que utilizan en Airbus cuando viajas al Hades. También los penitentes de la Heladería Llinares, en la plaza de la Reina en Valencia, que tienen al helado de tortilla de patata dentro de su exclusivo santoral. Tortillas deconstruídas, en espuma y crujientes para los amantes del gourmet caro y a veces absurdo, independientemente de que sepan lo que están comiendo. Por mi parte, no me la juego, quiero una caña y una de boquerones que la tortilla me gusta muy cruda y ya me la como yo en casa.

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