¿A qué territorio perteneces?
(*) Por Domenico di Siena (Urbano Humano)
Posiblemente nunca te hayas hecho esta pregunta.
En mi pueblo, en Italia, las personas mayores lo primero que preguntan a un joven que no reconocen es: ¿a quién perteneces?. Para ellos lo relevante no es de donde eres, sino a que familia perteneces.
La pregunta esconde la necesidad (y la curiosidad) de poder “situar” a alguien en base a su familia de origen. En los pueblos, cada familia tiene una identidad bien reconocible, también condicionada por su propia historia.
Obviamente en una ciudad el territorio se dilata y la trazabilidad de las familias se pierde; solo se puede “situar” a las personas conociendo su barrio de procedencia que también dice mucho sobre su condición socio-económica.
Cuando te crías en un pueblo te acostumbras a una condición de subordinación cultural, pero sin por ello identificarte con una situación socio-económica concreta. De hecho en un contexto rural lo que más condiciona la construcción de la identidad social de una persona es la familia, mientras que en una ciudad, con más probabilidad es el barrio que más que otra cosa determina esa identidad y clase socio-económica.
Los que viven en un pueblo, se acostumbran a una situación de subordinación administrativa y cultural, de manera que la identificación con un territorio resulta siempre relativa. A menudo sus habitantes al relacionarse con gente de otras zonas acaban presentándose haciendo referencia a la ciudad de a lado o incluso a otra escala de pertenencia local que puede corresponder a un territorio tan amplio como una provincia o región.
Mi punto de partida en esta reflexión es entender nuestra relación con el territorio, analizar de alguna forma como se desarrolla nuestro sentimiento de pertenencia y que consecuencias tiene en nuestra capacidad de protagonizar presente y futuro de ese mismo territorio y por ende de nuestras propias vidas.
Zygmunt Bauman hablando de la identidad y la fragmentación de la vida humana actual dice:
“Las sociedades se han individualizado y en lugar de pensar en términos de a qué comunidad se pertenece, a qué nación se pertenece, a qué movimiento político se pertenece etc, tendemos a redefinir el significado de la vida, el propósito de la vida en lo que está ocurriendo con la propia persona.
Las cuestiones de la identidad tienen un papel tremendamente importante hoy en día en el mundo. Tienes que crear tu propia identidad. No la heredas”.
Volviendo a los ejemplos.
Muchas personas hemos vivido en diferentes ciudades, durante temporadas más o menos largas. Yo por ejemplo después de 19 años en mi pueblo he vivido cuatro años en Roma, 10 años en Madrid, año y medio entre Manchester y Londres y ahora vivo en París. Quizás todos estos movimientos tienen que ver con lo que observa Bauman sobre la necesidad de tener que crear mi propia identidad.
A menudo me pregunto: ¿a qué territorio pertenezco?
Difícil contestar. Seguramente hay ciudades en la que me he sentido más en casa y donde me he sentido más involucrado en la construcción de su identidad. Sin embargo no tiene sentido elegir una. Me siento “multipertenente”, y entiendo que mi identidad ha asimilado elementos de las diferentes ciudades.
De donde eres, también dice quien eres ¡Sin duda! Pero la pertenencia no es solamente geográfica, sino también social, cultural y económica. Esto es aún más claro y acentuado en el modelo de vida de nuestra contemporaneidad.
Nuestras ambiciones profesionales además de cierto estilo de vida, se han vuelto definitivamente prioritarios frente a cualquier otro tipo de consideración que pudiese dar mayor importancia al contexto local y relacional. La clase media ha definitivamente dejado de reconocerse con un territorio priorizando más bien su pertenencia a una clase socio-económica (Owen, 2011). Posiblemente no nos damos cuenta de ello y tampoco lo diríamos de una forma tan directa, sin embargo la verdad es que preferimos pertenecer a una clase más que a un territorio, aunque las dos cosas pueden estar relacionadas.
Ser clase media es tener una profesión reconocida y valorada por la sociedad (Levy, 1994). El problema surge cuando esa profesión no la encontramos en nuestro territorio y empezamos a migrar. Pensamos que aún migrando seguiremos perteneciendo a nuestro territorio de origen, pero con el tiempo nos damos cuenta que deja de ser así. La tecnología nos simplifica esa semi-ficción, permitiendo estar constantemente en contacto con la familia y los amigos a miles de kilómetros. También podemos viajar más rápido y a costes cada vez más bajos. La verdad es que al final dejamos de ser relevantes en el territorio que dejamos, y en muchos casos tampoco lo somos allá donde vamos, porque nuestra función, nuestro trabajo en el fondo responde a dinámicas económicas de carácter global, a lógicas que nada tienen que ver con los territorios y con la vida de las personas que los habitan. Además muchas de las ciudades “globales” como por ejemplo Londres o París acaban justamente configurándose como ciudades de llegada, donde todos se sienten de paso. Son ciudades que ofrecen mucho, justamente por su carácter de acumulación y concentración, pero al final dificultan una proyección de las personas en el futuro y una condición sana de pertenencia al territorio.
El afianzamiento del poder biopolítico del Estado junto con la homogeneización de los medios de comunicación y de la cultura, acompañados de un modelo económico industrial ha literalmente alejado las personas de sus territorios.
Un nuevo estilo de vida se impone. Es el de la clase media. Seguimos modelos, modas y tribus urbanas que son el reflejo de una condición desterritorializada y global.
La especialización profesional y académica prima en la vida de cada persona que se sienta de clase media; mientras que otras personas y entidades (públicas y privadas) se hacen cargo de las decisiones sobre cuestiones económicas y políticas que afectan a la vida de miles de personas. Es el modelo democrático que la misma clase media ha apoyado y consolidado.
Pertenecemos todos a grandes grupos homogéneos y cada grupo tiene sus legítimos representantes. Solo nos tenemos que preocupar de elegir una carrera, formarnos y luego desplazarnos allá donde podamos encontrar trabajo.
El problema de este sistema es que nos ha acostumbrado a la idea de pertenecer a grupos homogéneos y excluyentes. Se trata de una actitud que genera un modelo de pertenencia sin medias tintas, de manera que o estás dentro o estás fuera. Incluso en las situaciones de pertenencia más informales, es decir cuando de forma espontánea nos reconocemos como parte de un grupo con ideas y condición socio-económica parecidas, acabamos por definir límites que impiden poner en discusión ciertos valores o características cristalizadas en una especie de identidad colectiva intocable. La pertenencia a estos grupos, como pueden ser los partidos políticos, tribus urbanas, grupos profesionales y muchos otros, es también una parte importante de nuestra propia identidad social. Esto hace que aunque no nos demos realmente cuenta acabamos aceptando toda una serie de características, ideas, valores o incluso reglas no escritas con las que tampoco estamos totalmente de acuerdo
Este es en el fondo el principio de base de la democracia representativa y de la sociedad de la profesionalización y especialización. Nos organizamos por grupos con una infraestructura representativa responsable de defender los intereses de los miembros. Al final todo acaba basándose en la negociación entre grupos homogéneos. Todo es mediado y nos rodeamos de representantes e intermediarios y renunciamos a la posibilidad de implicarnos en primera persona. Nos hemos acostumbrado a buscar acuerdos en base a un posicionamiento de mayorías, asumiendo que es siempre la solución más justa y la más aceptable para la sociedad. Hemos dejado completamente de lado las dinámicas de inteligencia colectiva, que van más allá de la representatividad y la profesionalización, implicando directamente a las personas y valorizando las diferentes opiniones para luego llegar a definir una idea, y un acuerdo que es mucho más eficaz que la adopción de una idea aprobada simplemente por mayoría.
Hemos generado una sociedad poco dialogante y más protectora. Una vez definido el límite que describe una pertenencia a un grupo, todo lo que viene desde fuera puede ser entendido como equivocado y necesariamente problemático. De esta forma acabamos por considerar del todo normal que un grupo profesional gaste energías y tiempo para defender sus derechos y definir su campo de actividad para evitar que lleguen otros profesionales a “quitarle” el trabajo. Una situación bastante absurda que por ejemplo ocurre a menudo entre arquitectos e ingenieros.
¿De qué estamos hablando entonces?
Hablamos de un abandono colectivo del territorio en favor de un proceso de afirmación social que pasa por el reconocimiento de una profesionalidad, garantizado por un ecosistema político-social basado en la representatividad. El resultado es la segregación de las personas en su propia existencia, también reconocible por el culto excesivo del hogar por encima de su propio contexto. Desde la industrialización, nuestras actividades cotidianas entran a formar parte de un mecanismo del que nadie entiende la portada y consecuencias. La sociedad pierde su capacidad de entender la realidad a partir de lo pequeño, lo cotidiano y lo local. La realidad se nos escapa de las manos, pero seguimos legitimando los sistemas políticos y económicos existentes aunque los veamos cada vez más alejados de nuestra realidad cotidiana y próxima.
Entiendo que es por ello que hoy vivimos una crisis institucional y sistémica tan profunda. Lo establecido, ese espacio de control y gestión tan alejado de las personas, empieza a estar cuestionado, no solamente en sus contenidos sino también en sus formas y esencia.
Movimientos cómo el 15m hacen emerger otros modelos de pertenencia que rompen con la exclusividad y la segmentación de la sociedad por grupos homogéneos. Se trata de un replanteamiento general que abre a nuevos imaginarios de organización colectiva relacionados con la superación de la base representativa de la sociedad.
Se abre un nuevo escenario que es capaz de incorporar la diversidad y la participación directa de las personas en los procesos de decisión que afectan a los territorios; hablamos de dinámicas más líquidas que acompañan los procesos más tradicionales basados en la representatividad con otros más abiertos basados en la inteligencia colectiva. Hablamos de una mutación social que finalmente nos acerca hacia un estatus de Multipertenencia.
La idea misma del territorio no puede alejarse de la acción de aquellos que lo habitan. Se trata ahora de recuperar la capacidad de los habitantes de actuar directamente en él, sin necesidad de intermediarios y dinámicas desterritorializadas y excluyentes.
La Multipertenencia nos recoloca en el territorio. Nos aleja de la homogeneización y nos recuerda que somos todos diferentes pero habitamos un territorio común. Entendernos multipertenentes nos ayuda a generar otros espacios y contextos para la gestión colectiva del territorio y al mismo tiempo reconoce otras dinámicas que afectan a la construcción de nuestra identidad social, que finalmente puede desvincularse de la pertenencia a los modelos que la sociedad nos ofrece de forma ya “precocinada”.
Volviendo a las palabras de Bauman citadas más arriba, si bien es cierto que nos enfrentamos a la necesidad de tener que crear nuestro propio camino, la ventaja es que esa misma situación puede ser la oportunidad para un cambio importante de la sociedad, donde la construcción individual pasa por nuestra implicación en diferentes procesos colectivos. Esto no es solamente positivo por el hecho de devolver el protagonismo a los ciudadanos sino que también amplía nuestra capacidad de relacionarnos con personas de opiniones diferentes, con las que incluso podemos llegar a trabajar por el bien de la calle o barrio en el que vivimos. En otras palabras nos referimos a la capacidad de devolver valor al territorio por encima de nuestra pertenencia a un colectivo político o social.
Hablamos de Multipertenencia a partir de nuestra capacidad de volver a interesarnos por el territorio habitado, es decir de sentirnos parte de él. Es importante en este punto subrayar que no hablamos de regionalismo o identidad local, sino que hablamos de pertenencia a un territorio y de identidad social, entendida esta como el bagaje relacional que permite a cualquier persona tener “esencia” y “presencia” en las dinámicas colectivas, es decir en la sociedad.
El interés por el territorio que habitamos nos proyecta inevitablemente hacia los demás, de manera que nos volvemos a interesar y a relacionar con ellos. Es el primer paso para luego promover actividades colectivas y auto-organizadas miradas a mejorar el entorno. Es así que empezamos a redescubrir la vida en común, además de los espacios domésticos: dinámicas esenciales para salir de los procesos de autosegregación.
No es casualidad que el 15m, el movimiento que más ha experimentado en sus propias dinámicas la multipertenencia, sea el primer movimiento que además de levantarse para pedir más democracia y justicia social se haya concienciado en la necesidad del derecho a la ciudad (Lefebvre, 1968).
Los resultados de las últimas elecciones locales en España con las que hemos visto agrupaciones ciudadanas ganar legitimidad y por ende el “derecho a gobernar y decidir” representan un paso muy importante en esa dirección. Sin embargo nos queda todavía mucho por aprender y hacer. Necesitamos concienciarnos de nuestra realidad y nuestra condición de vida en relación al territorio y la comunidad local. Volvamos al territorio, a sus personas, a sus comunidades y a sus propias economías.
Redescubramos nuestra pertenencia a uno o más territorios y seamos capaces de asimilar las situaciones de Multipertenencia!
Y ahora espero que te estés preguntando: ¿a qué territorio pertenezco?
Aunque tengas tu respuesta resuelta, lo más importante es que puedas encontrar el tiempo para pensar sobre cuál es tu real relación con el territorio que habitas, tu capacidad de formar parte de sus dinámicas y decidir sobre su futuro.
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